jueves, 20 de diciembre de 2007

Palabras de Cristina Fernández de Kirchner en la Universidad Nacional de San Martín

Palabras de la Presidenta de la Nación, Dra. Cristina Fernández de Kirchner en la inauguración del Campus de la Universidad Nacional de San Martín, Provincia de Buenos Aires, 19 de diciembre de 2007.

En esta tarde tan especial, aquí en San Martín, en esta tarde tan especial con muchos símbolos. Yo creo mucho en los símbolos y en las señales y no puedo dejar de interpretar que hoy aquí, en lo que fue un viejo taller ferroviario, nuestros ferrocarriles que fueron orgullo de los argentinos, aquí, hoy se abre un nuevo campus universitario. Ha sido el rol del Estado, ese Estado que algunos creyeron que estaba de más porque era el mercado el que seguramente iba a solucionar los problemas de todos los argentinos y que luego de experiencias trágicas en lo social, en lo económico, en lo político, en los institucional hemos vuelto a recuperar a ese Estado como un instrumento que interviene en la vida de todos nosotros para calificar, para dar más calidad de vida a todos nosotros.

Y aquí, hoy, en este viejo taller ferroviario, inauguramos una universidad. Recién recorría el Instituto de Bioseguridad, me impresionó esas características y pregunté qué era exactamente Bioseguridad. Es un edificio, que es inteligente, al mismo tiempo, es un laboratorio que permite manipular elementos, sustancias, bacterias que de no tener determinados márgenes de seguridad podría ser peligroso. Pero que en definitiva está poniendo en la ciencia, en la investigación, en la tecnología la clave para agregar competitividad.

Y yo creo que lo que es importante es también que analicemos el rol de la universidad en este proceso de transformación económica, social, institucional y política que también tenemos en nuestro país desde el 25 de mayo del año 2003.

La universidad -ustedes saben soy hija, como muchos de ustedes, de la universidad pública y gratuita- y hoy cuando la recorría, cuando recorría esta universidad pública impecable, con sus alumnos cuidando sus instalaciones, con la gente orgullosa de investigar, de producir conocimiento, de producir educación, me acordé de aquella otra universidad pública en la que también estudié. Si tuviera que elegir un modelo de la universidad que quiero para los argentinos esta de hoy, "San Martín", sería, sin duda, sería un ejemplo.

¿Y por qué lo digo? Una universidad donde el 60 por ciento de sus carreras está orientada a la ciencia y la tecnología. Es la clave, argentinos y argentinas, créanme es la clave: agregar conocimientos, investigación a nuestro proceso económico productivo, sin dejar de lado la investigación y el conocimiento abstracto de las artes, que también las hacen aquí, de las ciencias sociales. Pero créanme en esta investigación, en esta tecnología está la clave donde podemos agregarle mayor competitividad a un proceso económico, que hoy cuando venía aquí leí nuevas cifras. Este último mes de noviembre, que acaba de terminar-argentinos y argentinas- la desocupación ha descendido, nuevamente, al 7,1.

Miren, quiero contarles, en septiembre estábamos en el 7,7; en octubre estábamos en el 7,4 y ahora en noviembre hemos llegado al 7,1. Son argentinos y argentinas que vuelven a recuperar el trabajo, el gran elemento articulador y dignificador en la vida de una sociedad.

Pero no está terminado allí, también estaba leyendo las cifras del superávit comercial, que es lo que los argentinos hemos exportado, la diferencia entre lo que exportamos y lo que importamos. Y este mes de octubre, 1.089 millones de dólares, 25 por ciento más alto que el mismo mes del año pasado.

La actividad industrial -Intendente aquí, usted de San Martín, este pujante San Martín industrial- creciendo el 9,9 respecto del mismo mes, del año anterior; la actividad económica al 9,4; el acumulado en lo que va del año en el 8,5. Esto que pueden parecer cifras duras, frías, lejanas de lo cotidiano son, sin embargo, las mejoras en el consumo, en el trabajo, en la vida de todos los argentinos.

Y cómo hacer para que esto deba profundizarse porque siempre necesitamos más y seguir creciendo. Esta es la clave de la universidad en los tiempos que vienen: articular entre la universidad y este proceso económico y productivo para entonces agregar más valor y más calidad de vida a los argentinos.

Y miren, esto significa, además, el compromiso que la universidad debe tener para con el pueblo. El compromiso de la universidad con el pueblo no es de largos discursos planfletarios a ver quién es más revolucionario, el compromiso de la universidad con el pueblo, sobre todo de la universidad pública, sostenida con el esfuerzo y el trabajo, tal vez, de los que nunca podrán acceder a ellas, nuestra obligación -como universitarios- es devolverle al pueblo lo que éste nos ha dado y se lo tenemos que devolver en conocimiento y educación para que puedan vivir mejor, con más trabajo, con más salud.

Yo recién hablaba con jóvenes investigadores, formados en nuestras universidades públicas, que luego fueron a estudiar al exterior y ahora han vuelto a investigar aquí. Y hablaban de cómo están investigando en el tema de brucelosis, de vacunas, de agregar a nuestra industria, a nuestro campo mejores oportunidades. Esto es compromiso con el pueblo, compromiso material.

A mí me gustaba hablar, en algún tiempo, de la deuda moral que teníamos los universitarios, pero la moral es algo vago a la hora de definiciones porque, tal vez, lo que es moral para unos, no sea moral para los otros. Hay otro compromiso, que es material; hemos podido estudiar en la universidad, podemos estar estudiando porque hay gente que pone esfuerzo. Y a ellos le debemos esa gratitud y esa obligación material e intelectual de devolver a ese pueblo lo que ese pueblo nos ha dado.

Ustedes me decían, hoy, acá el rector, van a inaugurar un Instituto de Estudios Ferroviarios "Raúl Scalabrini Ortiz". Un nombre, el de Raúl Scalabrini Ortiz, tal vez desconocido para muchos argentinos. Siempre el stablishment intelectual de la Argentina ha ocultado a los nombres de los argentinos que comprometidos con el pueblo y con la nación, que son lo mismo. No hay pueblo sin nación, y no hay nación sin pueblo; han ocultado muchas veces el nombre de esos ilustres argentinos, como Raúl Scalabrini Ortiz, como Arturo Jaureche, hombres de forja, hombres que se incorporaron al movimiento nacional desde el movimiento nacional y que expresan el compromiso de los intelectuales con el pueblo, de los verdaderos intelectuales. Siempre digo, hay que hacer una diferencia entre ser intelectual y tener instrucción, se puede tener una gran instrucción, se puede tener una gran versación en distintas materias, pero intelectual es aquel que es capaz de generar pensamientos propios, ideas propias, conocimiento propio a partir de los instrumentos que le da la educación y el poder observar el mundo y las transformaciones de ese mundo. Interpretar, decodificar la realidad que nos circunda, sin prejuicios, sin tabúes, eso es, en definitiva, generar el rol de los intelectuales en la República Argentina, algo que muchas veces se confunde.

Yo creo que la universidad, precisamente, como la gran generadora de pensamiento crítico, en todas las áreas, las sociales, las culturales, las de tecnología, las de la ciencia, tiene esta gran misión, que muchas veces es deformada, que muchas veces es estereotipada, pero que en definitiva, en síntesis, es esto, un profundo compromiso con el pueblo y con los intereses del país.

Los necesitamos, hoy más que nunca, a todos los estudiantes, a todos los hombres y mujeres que en las universidades públicas o en las privadas desarrollan sus carreras. Los necesitamos comprometidos con el país, los necesitamos comprometidos con la Nación, los necesitamos comprometidos con el pueblo. Porque creemos que entonces, del mismo modo que pasa en los grandes centros mundiales, si logramos articular el conocimiento de sus un universidades, de sus intelectuales, con la fuerza del pueblo, yo les puedo asegurar, argentinos, que vamos a construir un país diferente para todos, mucho mejor.

Estoy muy contenta en esta tarde, señor Rector, Daniel, querido Intendente, amigos y amigas, porque creo que este es el camino, no hay atajos. El camino es este, el esfuerzo, el trabajo, el compromiso del Estado y el compromiso de la sociedad. Con el Estado solo haciendo cosas no alcanza, es necesario además el compromiso de toda la sociedad en mejorar nuestra vida cotidiana, nuestra vida de todos los días.

Yo tengo mucha fe, tengo muchas esperanzas y muchas ilusiones, al igual que millones de argentinos y de argentinas. Estoy segura que juntos vamos a poder. Porque otros que no tenían todos estos elementos, que no tenían esta base, pudieron construir un país que en algún momento fue un país que ocupó el octavo, el séptimo lugar en el mundo. Lo vamos a volver a hacer, pero a diferencia de aquel lugar, octavo o séptimo en el mundo, en el que tal vez pocos aprovechaban los beneficios de un país con riqueza, la diferencia tal vez, en este Bicentenario, sea que esa riqueza no solamente sea para unos pocos sino que sea para todos los argentinos. De esto se tratan las trasformaciones y de esto se trata este nuevo país que todos queremos.

Muchas gracias y muchas felicitaciones San Martín, muchas felicitaciones por la universidad, y muchas gracias por todo.

martes, 18 de diciembre de 2007

Algunas notas acerca de la relación entre intelectuales y política: ayer y hoy (Segunda Parte) Iciar Recalde

El rol de las ideologías (1) es central en los procesos de transformación socioeconómica y en la formación de los intelectuales. Debemos situarnos en este marco para estudiar la conformación de la intelectualidad de izquierda revolucionaria a fines de los años ´60 y principios de los ´70 en Argentina, como también, para razonar críticamente en torno al viraje hacia posiciones neoliberales en el campo de la política y de la economía de los intelectuales de La Ciudad Futura, autoproclamados de izquierda y que lograron mantener esta identidad en el campo intelectual argentino hasta la actualidad, reproduciendo el divorcio entre práctica intelectual y acción política real. Esta cuestión forma parte de la enorme victoria en todos los frentes de la contraofensiva neoliberal. Que figuras tales como, por ejemplo, Juan Carlos Portantiero o José Aricó se autoproclamen entrada la década del ´80 como pertenecientes a la izquierda intelectual y, lo que es realmente preocupante, sean identificadas en los circuitos académicos y de producción intelectual como pertenecientes a esta tradición, conlleva a pensar el tamaño de la derrota ideológica instaurada tras la última dictadura militar y el peso de la hegemonía neoliberal vigente. Y no se trata aquí de sujetos cuyo pasado político obnubile el cambio radical de posición política posterior, esto es, por ejemplo, de figuras con escasa visibilización y repercusión en el campo intelectual de las décadas del ´80 y del ´90, que puedan quedar analogadas a sus posiciones políticas previas. Por el contrario, estos intelectuales fueron activos militantes de posiciones acatadoras y administradoras del orden y consiguieron máxima visibilidad en los circuitos académicos y de circulación intelectual hegemónicos, como veremos posteriormente desde las páginas de La Ciudad Futura y desde otros ámbitos de circulación intelectual.

Si observamos la inserción de su discurso durante los ´90, en muchos casos, advertimos que sostuvieron una posición que negaba en la práctica cualquier forma concreta de militancia partidaria crítica de la dependencia y si además, observamos la inserción concreta de su discurso en el proceso de transformaciones neoliberales, su planteo alcanzó meramente la formulación de una vaga agenda progresista. Las posiciones que adoptaron algunos de estos intelectuales en este período, hubieran sido impensables décadas atrás en los ámbitos de la “nueva izquierda” a la que pertenecían. Creemos que la posibilidad de este viraje fue operable principalmente, por el quiebre cultural y social desarrollado inicialmente por el terrorismo de Estado desde 1976 y perpetuado durante los regímenes democráticos posteriores.

Es claro que las condiciones de la intervención intelectual variaron después de la derrota política acontecida tras la dictadura de 1976. Esto es, creemos que no resulta suficiente el argumento de la “traición” sino que es preciso, examinar como factor determinante la mutación radical acontecida en nuestro país y en el mundo que repercutió en las posibilidades de intervención de los intelectuales respecto a la realidad circundante. A la inversa, vale la pena anotar las opiniones vertidas por estos intelectuales sobre la militancia política argentina de décadas anteriores. Estas prácticas, en muchos casos, fueron caratuladas como un resultante catastrófico de la política y la cultura nacional: serían intelectuales “canibalizados” por la política, en un campo intelectual que cedió sus preciados límites a la política. Beatriz Sarlo, colaboradora de La Ciudad Futura, expondrá desde las páginas de la revista Punto de Vista: “(…) Los intelectuales que, al comienzo de los años sesenta, desarrollaron los temas de “nueva lectura del peronismo” estaban movilizados por la idea de que si la política de izquierda debía cambiar en Argentina, ese cambio se produciría por la relación entre nueva política y nuevos discursos. Esto quería decir que la dimensión propiamente intelectual de su actividad podía funcionalizarse a la dimensión propiamente política (…) “funcionalizar” supone una adecuación del discurso y la problemática; pero en esta adecuación estaba implícita la posibilidad de que el discurso de los intelectuales fuera canibalizado por el discurso político. Esta posibilidad fue la que, finalmente y ya avanzada la década del setenta, terminó realizándose. El discurso de los intelectuales pasó de ser diferente al de la política, aunque se emitiera en función política o para intervenir en su debate, a ser la duplicación, muchas veces degradada (porque violaba sus propias leyes) del discurso y la práctica política. De la etapa crítica (…) habíamos pasado al período del servilismo, sea cual fuere el amo (partido, líder carismático, representación de lo popular o lo obrero) que nos convertía en siervos.” (2)

Argumentos como los esgrimidos por Sarlo se sucederán recurrentemente a través de la pluma de varias figuras de La Ciudad Futura. Esto es, el diagnóstico no partirá del supuesto de que existió una atroz dictadura y un avance conservador a nivel mundial: en realidad, aquellos intelectuales que durante dos décadas estuvieron implicados en un proceso de cambio radical de la sociedad, que partía de un movimiento de masas que obviamente los excedía y del que comenzaron a formar parte activamente, se habrían equivocado en bloque, habrían sido súbditos sin capacidad crítica.

Por otro lado, es interesante resaltar que las consecuencias de la gran debacle neoliberal no las vivió gran parte de esta intelectualidad beneficiada desde la ocupación de espacios institucionales o, al menos, con mayores posibilidades de marchar al exilio, sino la sociedad en bloque. De hecho y en relación a la construcción de cierto recorte de la historia reciente, clausurada la dictadura y abierto el proceso de apertura democrática, es lícito reflexionar en torno a cuáles fueron las causas que dieron lugar a cierta cristalización de presupuestos a través de la cual se suele analogar en el imaginario social de la clase media la figura del desaparecido a la del intelectual y no a la del obrero o trabajador en general, cuyo porcentaje sobrepasa abruptamente en los distintos ámbitos de militancia el número de desapariciones y muertes, teniendo en cuenta el gran desarrollo organizativo de los sectores trabajadores en este período. (3) La herencia semántica de la Dictadura -que no fue “Proceso” ni “Dictadura militar” en términos de unas Fuerzas Armadas díscolas que tomaron el poder sin encarnar intereses concretos de sectores dominantes-, cristalizó profundamente en el imaginario social, a través de discursos y textos institucionales. Piénsese, en el tipo de historia que narran los textos escolares preparados por el Ministerio de Educación y en el tipo de interpretación que fija el Estado en la narración de la memoria colectiva. El recorte selectivo que se lleva a cabo en torno a la figura del “desaparecido” en el ámbito de la opinión pública, suele ser analogable a figuras tales como las de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y en menor medida, Francisco Urondo. Que se circunscriba al terreno específico de la producción cultural o de las figuras ligadas al campo intelectual y artístico, la inmensa lista de perseguidos, desaparecidos y muertos, cuando más del 50 % de las desapariciones en Argentina, entre 1976 y 1983, corresponden al movimiento obrero es bastante llamativo. Por supuesto, que en esta selección tendenciosa, la desaparición de figuras como los mencionados Walsh y Conti, se explica como consecuencia de su práctica artística específica y no de su militancia política concreta: Walsh fue orgánico a Montoneros y Conti al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). El vaciamiento de la materialidad de la memoria social fue una de las grandes victorias del terrorismo de Estado.

En el arco de funciones de los intelectuales durante las décadas del ´60 y ´70 encontramos posiciones que van desde la criticidad -el intelectual como conciencia crítica de la sociedad- hasta la radicalización política y la asunción de tareas y posiciones revolucionarias, que corre pareja a la cuestión de la organicidad sea a un partido o a un movimiento político específico. El sentido del rol que debía jugar el campo intelectual de estas décadas se debatía en gran medida entre esas dos posturas. Era impensable que los intelectuales se definan escindidos de algún tipo de responsabilidad respecto a la sociedad de la que formaban parte. Portavoces de los desposeídos, voz de los que no tenían voz, conciencias críticas de la sociedad: la criticidad o la organicidad no eran posturas que podían asumirse o no asumirse tal como resulta la vara de toque para las generaciones que nos incorporamos en la vida intelectual y política entrada la década del ´90, donde el intelectual orgánico o crítico de la dependencia y de las medidas del gran capital suele ser tildado con el mote de “arcaico” o “setentista”. Intervenir en los debates políticos o en la cosa pública suele estar matizado con signos peyorativos, en la medida en que esa sería una tarea de “políticos” en sentido estricto, de profesionales de la actividad.

Lo que se llamó “radicalización” (4) entrada la década de 1970 y que supuso el pasaje a la “acción concreta” de múltiples intelectuales, se tradujo las más de las veces, en organicidad y especialización de tareas y en otras, en abandono de la tarea intelectual específica para pasar a contribuir en otras labores inmediatas para la coyuntura política, fue para los intelectuales de La Ciudad Futura una forma de abandono del ideal crítico. A modo ilustrativo, en el Nº 35 (verano 1992-1993) la revista organiza una mesa redonda centrada en el debate sobre los años ´70, donde participan hijos de militantes de aquel período. Ilustrativas de las opiniones vertidas frente a una suerte de pregunta disparadora de la revista (“Ustedes sufrieron las consecuencias de una actividad que desarrollaron sus padres en la década del 60. Estas fueron duras: el exilio, la muerte de algunos, las idas y vueltas, la cárcel, la separación con sus padres. A partir de esto ¿qué opinión tienen del compromiso que ellos asumieron?”), respecto al nuevo paradigma de compromiso intelectual, son las palabras de uno de los partícipes, Pablo Semán, una de las nuevas figuras jóvenes que se incorporan a la revista en los ´90: “(…) Entre los que estamos hoy acá, hay una vocación de intervención pública que entre la academia y la política recoge una parte de lo que produjo esa generación. Sobre todo en los setentas, años en los cuales las fronteras entre estos dos ámbitos eran borrosas, y permitían cierta polifuncionalidad. Y digo una parte, porque hacia los setenta la academia se desdibujó en beneficio de El Partido (el de cada uno) y El Partido en beneficio de la Organización. (…) Entre estos dos momentos las pasiones cambiaron de cualidad, y yo prefiero la primera parte. Si se plantea que el primer momento lleva inexorablemente al segundo yo digo que no.” (5)

Esta suerte de negación de la intervención política de los intelectuales que refrendan también, las palabras de Sarlo citadas previamente, será una nota distintiva de la revista, encarnada en figuras de la generación del ´70 y en las nuevas generaciones que participan en el proyecto editorial. La reivindicación de la vocación intervencionista en los límites de lo académico, esto es, de la institución de formación y reproducción del saber (la universidad, en este caso) como “isla” desgajada de las necesidades de las mayoría sociales se consolidó como un modelo que pervive al día de hoy.

Ahora bien, en una coyuntura donde la tarea política concreta e inmediata se tornaba imperativa, como se torna también en la actualidad, lo era y lo es para todos los sujetos implicados en un movimiento de cambio, sin distinción de roles sociales específicos. La radicalización de los intelectuales se inscribió, además, en la crisis generalizada de los valores y de las instituciones tradicionales de la política: de la democracia parlamentaria, de los partidos políticos y de los criterios clásicos de la “representación” política en un país donde a partir de 1930, los golpes de Estado y la violencia militar marcarían los ritmos políticos de la vida nacional. La creencia generalizada en este período, y sobre todo tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en el año 1955, de que en una democracia de proscripciones la única forma de hacer política era la que daban las propias estructuras -a la violencia estatal se responde con violencia popular- se dio fundamentalmente porque no se podía ejercer la democracia parlamentaria. Esto es, la radicalización de los intelectuales como asimismo la radicalización de vastas franjas de sectores populares fue producto de la violencia de los sectores reaccionarios. Es ilustrativo pensar que entre 1945- 1955 no existió ninguna organización armada, exceptuando la vinculación de, por ejemplo, el PS y la UCR a acciones terroristas desplegadas conjuntamente con sectores de la oligarquía local.

Creemos que es fundamental señalar aquí esta cuestión, en la medida en que la historiografía acerca del proceso de radicalización del campo intelectual del período suele marcar como eje fundante y causal de la misma la influencia que tuvo en Argentina el fenómeno de la Revolución Cubana. Ésta tuvo un influjo importante en la izquierda y en los sectores juveniles universitarios más que en el peronismo y fue central en la formulación de propuestas revolucionarias en personajes de cuño peronista tales como John William Cooke pero, lo que resultó la piedra de toque de la crítica radical al sistema político y al modelo social vigente fue la proscripción del mayor partido de masas de la historia argentina, el peronismo, y la violencia ejercida a través del bombardeo a la Plaza en 1955, las persecuciones y las muertes de militantes populares. Incluso, algunas acciones armadas del período de la Resistencia son previas a la experiencia cubana. Los sectores populares sí creían en el mecanismo electoral y las cifras electorales sin proscripciones del período lo confirman. Fueron los sectores que impusieron la proscripción los que no creían en el valor del voto y de la democracia parlamentaria. La radicalización no estaba en la cabeza de los intelectuales meramente por la influencia de revoluciones en otras latitudes sino, que fue un proceso de mutación social al que llevó la práctica misma de la dinámica política nacional.

Entonces, que el modelo de intelectual propiciado por el colectivo nucleado en torno a La Ciudad Futura haya podido instaurarse tan poderosamente en el imaginario social y en las diversas instituciones y usinas ideológicas como paradigma de accionar legítimo, se vincula al mencionado contexto experimentado en nuestro país y en el mundo. Tiene su correlato nacional en términos políticos, económicos, sociales y culturales específicos tras el golpe de Estado de 1976 que instaura un modelo de dominación que hace trizas el antiguo modelo caracterizado por su estructuración en torno a un país con una industria nacional mercado internista, con un Estado de bienestar regulador con competencias amplias y por una economía de pleno empleo con salarios altos producto de la acción y la organización del movimiento obrero en sindicatos, como asimismo respecto a los proyectos de cambio radical de la sociedad propiciados por las organizaciones revolucionarias peronistas y no peronistas.


Notas:

(1) En su visión negativa, las ideologías operan de manera inconsciente como estructuras de significado y son parte constitutiva de la manera de ver, interpretar y actuar de los sujetos que producen y reproducen modelos de relaciones sociales de las que no pueden, en muchos casos, dar cuenta en el plano de lo consciente. En su visión positiva, las ideologías o lo “ideológico” supone el posicionamiento político de los sujetos frente a los otros y al modelo social.

(2) Sarlo, Beatriz, “Intelectuales: ¿escisión o mimesis?”, en Punto de Vista, Nº 25, Buenos Aires, diciembre de 1985, pp. 1-6.

(3) Una fuente de datos acerca de los índices y las características de las desapariciones en nuestro país se encuentra en Verbitsky, H. Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1985, p. 45.

(4) Este concepto, muy utilizado para caracterizar las transformaciones acaecidas en la intelectualidad del período, merece una aclaración por su parcialidad. Podríamos preguntarnos de qué se trataba la cuestión de “ser radical” en un país que experimentó una dictadura -con breves intervalos- desde 1955 hasta 1983. ¿Se trataba de resistir a las proscripciones, a los fusilamientos de José León Suárez, al Decreto Nº 4161? ¿O acaso al cierre de partidos y sindicatos, al plan Conintes, a la Doctrina de Seguridad Nacional, al Plan Cóndor? ¿Radicales no fueron acaso la UCR y el PS que apoyaron el golpe de 1955 y los bombardeos? ¿La represión del Conintes? ¿El plan de Martínez de Hoz, las privatizadas y su aparato represivo policial? En Argentina todo preso por robar por hambre o marginalidad es preso “político” y “radicales” son los liberales que matan de hambre y reprimen, no únicamente los guerrilleros.

(5) “Hijos de los Setentas”, La Ciudad Futura, Nº 35 (verano 1992-1993). Mesa redonda coordinada por Lucrecia Teixidó y Sergio Bufano. Participan de la misma, Julián Gadano, Marcelo Leirás, Ernesto y Pablo Semán y Karina Terán. Los hermanos Semán serán parte de las nuevas generaciones intelectuales de la revista en los ´90. pp. 8-10.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Algunas notas acerca de la relación entre intelectuales y política: ayer y hoy (Primera Parte) Iciar Recalde

“El intelectual revolucionario es aquel que no concibe el acceso a la cultura como un fin en sí mismo ni como atributo personal, sino como una ventaja que un régimen injusto pone al alcance de unos pocos, y sólo tiene justificación en cuanto parte de ese reconocimiento sea compartido por las masas y contribuya a que éstas enriquezcan su conciencia de la realidad. En cuanto pueda transformarse en acción revolucionaria.” John William Cooke

“Aspiro a no ser más que un instrumento de una conciencia colectiva que se hace punta en la pluma del que escribe y que la transición se produzca espontáneamente, según me diluyo, al escribir, en la multitud. El escritor, como el poeta (…) no habla para el pueblo sino por el pueblo.” Arturo Jauretche (1)


Cualquier análisis de alguna problemática específica en torno al campo de la cultura (2) y a la función de los intelectuales, debe contemplar el territorio y el contexto social material específico en el que dicha práctica cultural o rol intelectual se configuran, esto es, bajo qué modelo de relaciones sociales y en qué tipo de orden social se desarrollan. Con esto, no intentamos sostener esquemas mecánicos reductivistas del tipo base determinante- superestructura (3) determinada pero, creemos que las relaciones productivas y de explotación de los sistemas de dominación actuales y sus dinámicas concretas, son factores decisivos en la configuración de las prácticas y de los perfiles intelectuales en determinado momento histórico.

El capitalismo en particular no se define únicamente como un sistema de propiedad sostenido por medio de un aparato represivo, sino que además, está constituido por una multiplicidad de prácticas e instituciones que “circulan por la sangre” de los individuos a través de sus relaciones familiares, sociales, políticas, etc., reproduciendo las condiciones generales del sistema.

En las sociedades capitalistas, toda clase gobernante consagra parte importante del excedente que obtiene como producto de la explotación de la producción material, al establecimiento y mantenimiento del orden político y simbólico que le da sustento. El orden social y político que mantiene un mercado capitalista, como las luchas sociales y políticas que lo crearon, supone necesariamente un tipo de producción simbólica particular. Desde las escuelas, los periódicos, los medios masivos de comunicación, los intelectuales, etc., toda clase gobernante produce, por medios variables pero siempre de modo material, un orden político, cultural y social específico. Estas instituciones y sus prácticas específicas no son de ninguna manera “ideales” sino que forman parte del proceso material total.

En este espacio, entonces, se inscribe la lucha de los intelectuales, entendidos como los sujetos que sostienen el desarrollo del aparato productivo -organizando el funcionamiento de las fábricas, por ejemplo- y que son además, en sentido amplio, los mentores estratégicos de la estructuración política del sistema institucional. Además y en el sentido tradicional del término, son los productores de consenso, en tanto legitiman un orden simbólico, un cúmulo de prácticas y un conjunto de instituciones particulares que les sirven de apoyo, como por ejemplo, los medios de comunicación o el rol de difusión programática de los partidos políticos.

De esta manera, para definir al intelectual y sus distintos tipos es necesario, ante todo, situarlo en la sociedad de la que forma parte para analizar su función específica en el campo particular de pertenencia -economía, derecho, letras, periodismo, etc.-, para qué proyecto trabaja, cómo se posiciona frente al poder o al régimen político imperante, entre otras cuestiones. Estas variables darán lugar a figuras disímiles, desde el dirigente político al técnico, pasando por toda la gama de aparatos ideológicos de Estado -educación, medios de comunicación, prensa, ministerios, etc.-.

En este sentido, es que creemos que es fundamental estudiar las vinculaciones entre el campo intelectual y el modelo neoliberal. Contrario a este punto de vista y estrechamente relacionado a los integrantes de La Ciudad Futura, podemos establecer que a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 fue habitual en diversos espacios de debate académico e intelectual, plantear que la función intelectual era totalmente escindible de la política y de cualquier argumento en torno a los mecanismos de poder implicados en una sociedad. Esta tesis daría auspicio a la supuesta independencia de “técnicos, periodistas e investigadores a-políticos” partícipes de cátedras universitarias, revistas, programas de televisión o cargos públicos.

En este punto, es importante discutir la noción de “autonomía” que suele utilizarse para analizar las relaciones entre cultura y política sin siquiera el entrecomillado, del campo de la cultura en relación al campo de la política. (4) Los significados y valores que emergen de grupos y clases sociales diferenciados, lo hacen sobre la base de condiciones y relaciones sociales históricamente dadas -con determinados enemigos, disputas, conflictos, etc.-, a través de las cuales, los sujetos actúan y responden a sus condiciones de existencia. No existen dos esferas de la práctica social escindidas, sin implicancias y pujas de intereses mutuos sino que por el contrario, en sociedades periféricas como la argentina, los intereses políticos tienen la capacidad de incidir en el desarrollo y en la modificación de los espacios culturales en la tarea de afianzamiento, perpetuación o transformación del modelo social. Por eso, los ámbitos de formulación de la cultura de masas –TV, periódicos, revistas, etc.- son espacios de lucha política donde se disputan los significados sociales y el modelo social en su totalidad.

Claro está que al pensar la lucha política o la lucha cultural, estamos pensando siempre, en el terreno concreto, en actores específicos y en los intereses materiales que éstas disputas encarnan. Pensamos, por ejemplo, en las dictaduras latinoamericanas y cómo éstas han actuado como expresión de intereses definidos -piénsese en el golpe de Estado de 1976 en nuestro país, tanto en lo referente a los intereses externos norteamericanos en coalición con los intereses de grupos económicos locales- enarbolando las banderas de la lucha anticomunista, antiguerrillera para salvar la nación de la amenaza foránea -léase, el marxismo- y encaminarla hacia la tan mentada “paz social”. Esto es, es necesario analizar cómo determinados regímenes han tenido su correlato en los miles de muertos, en la implantación de modelos sociales altamente excluyentes y en la fijación de determinado modelo de cultura que debe examinarse entonces, en sus razones políticas y económicas concretas y no en términos de una supuesta “práctica cultural autónoma”, producto del lenguaje, del universo de lo simbólico, etc.


Notas:

(1) Jauretche, Arturo, Manual de zonceras argentinas, Corregidor, Buenos Aires, 2005, p. 19
(2) Utilizamos el concepto de “cultura” desde la óptica del materialismo cultural, como campo estratégico en la lucha por ser un espacio articulador de los conflictos sociales entre clases, como el terreno de la hegemonía, que permite pensar el proceso de dominación social no como imposición desde un exterior y sin sujetos, sino como un proceso en el que una clase hegemoniza en la medida en que representa intereses que también reconocen de alguna manera como suyos las clases subalternas. Es decir, no existe una hegemonía fija e inmutable, sino que ella se hace y deshace, se rehace permanentemente en el proceso social total hecho no sólo de fuerza sino también de sentido, de apropiación del sentido por el poder, de seducción y de complicidad. Para un abordaje de la cultura nacional desde esta óptica ver, entre otros volúmenes de Juan José Hernández Arregui, ¿Qué es el ser nacional?, Hachea, Buenos Aires, 1963.
(3) La esfera ideológico- cultural no es un “reflejo” de la estructura. Las “superestructuras” poseen un carácter social real y material. Así como las ideologías no son “ilusiones” sino que se desarrollan como una realidad activa y operante en los sujetos y en sus relaciones sociales. Inscribimos nuestra visión en la línea de formulaciones teóricas de pensadores tales como Antonio Gramsci, Raymond Williams, o en nuestro país, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos, quienes realizaron una enorme labor de revisión de los tipos de análisis que reducían el marxismo a un tipo específico de “economicismo histórico”. La realidad social, para estos autores, en su estructura productiva crea y recrea las ideologías en un proceso dinámico, contradictorio y complejo.
(4) Esta distinción metodológica del sociólogo francés Pierre Bordieu, establece una clara diferenciación entre ambos campos de la vida social como esferas individualizadas. Sintéticamente, el campo de la cultura comprendería la esfera de actuación de los artistas e intelectuales y el campo de la política, la esfera de las prácticas políticas en sentido estricto, especializado, de los partidos e instituciones específicas. Al margen de que Bordieu proporciona la noción de “autonomía relativa” para pensar las implicancias del campo de la política en relación al campo de la cultura, creemos que ésta resulta limitada para pensar los fenómenos culturales y el rol de los intelectuales en nuestro contexto latinoamericano, donde el concepto de “autonomía” parece quedar relegado en su uso a lo “europeo”, ante los altos niveles de dependencia económica y política de los grandes grupos de poder económico extranjero que operan estrechamente vinculados al sostenimiento de los principales resortes de las instituciones de la cultura. Por otro lado, si pensamos la noción misma de lo “cultural” como constitutivo de la materialidad de lo social y terreno de disputa por la fijación de determinado mundo de valores, la noción de “autonomía” se ve relativizada en el plano de lo real, como esfera autónoma y autosuficiente. Creemos, que en algunos casos, se ha hecho un uso ideológico -no meramente metodológico- de esta escisión de los campos, tendiente a hacer aparecer como “neutrales” o carentes de valor político definido intervenciones intelectuales y debates provenientes del campo de la cultura con un claro sentido político y una fuerte carga ideológica. Ver Bourdieu, Pierre, Campo del poder y campo intelectual, Buenos Aires, Folios, 1983.

Este texto forma parte del trabajo "Intelectuales y país en la antesala neoliberal: Morir con Rodolfo Walsh para resurgir desandando caminos", Iciar Recalde, diciembre de 2007.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Historia de una Disputa. La Intervención en la Facultad de Derecho de la UBA en el año 73 (Chama, Mauricio Sergio) *

La embestida y las reacciones

Durante los primeros días de gestión, Kestelboim se dispuso a terminar de inmediato con todo vestigio de “continuismo” en la Facultad. En un sentido amplio el término “continuismo”, de uso corriente en la militancia peronista de izquierda, aludía a las maniobras desplegadas por funcionarios o cuadros medios vinculados al último régimen militar que intentaban permanecer en distintos organismo estatales una vez asumido el “nuevo gobierno popular” (13). En el caso particular de la Facultad de Derecho la “lucha contra el continuismo” representó un vasto repertorio de acciones tendientes a desplazar al establishment profesoral y promover en su lugar cuadros académicos provenientes del peronismo de izquierda y de sectores afines. Expulsiones, cesantías, juicios académicos fueron algunos de los recursos que utilizó la intervención, dando así comienzo a un conflictivo proceso de exclusiones, en cierta forma equivalente al que ocho años antes había servido para desplazar al peronismo de la Universidad. En muchos casos ese proceso de depuración, legalmente sancionado, era producto de la presión directa ejercida por el sector estudiantil (fundamentalmente la JUP), principal aliado de Kestelboim en esta drástica empresa de transformación institucional. Así, en los primeros días de junio del 73, distintas agrupaciones estudiantiles intentaron “barrer con los últimos vestigios del continuismo”, irrumpiendo en aulas y exigiendo las renuncias de numerosos docentes (14). Fundamentalmente, el blanco de estas acciones eran aquellos profesores que habían integrado el Poder Judicial durante el último régimen dictatorial, desempeñado funciones en la Corte Suprema de Justicia (como Luis Carlos Cabral, Eduardo Marquardt y Marco Aurelio Risolía), o por haber sido miembros de la Cámara Federal en lo Penal, más conocida como “Cámara del Terror” o “Camarón” (por ejemplo Jaime Smart, Eduardo Munilla Lacasa, Vergara, Gabino Salas, César Black), o bien por pertenecer al gabinete de la “Revolución Argentina” (como el caso del ex – Ministro de Justicia de Lanusse, Gervasio Colombres). Pero también esta política de exoneración, legitimada como “lucha contra el continuismo”, alcanzó al ex – decano, Alberto Rodríguez Varela de la Facultad de Derecho (15), a todos los directores de institutos de investigación y centros de estudio (16) y al conjunto de profesores que en el ejercicio liberal de la profesión se desempeñaban como abogados de empresas de capital extranjero o multinacionales (como, por ejemplo, Roberto Aleman, Estanislao del Campo Wilson, Ricardo Zorraquín Becú o Horacio García Belsunce, éste último además funcionario de la última dictadura milita) (17). Además, muchos otros docentes por compartir redes de relaciones sociales o laborales (por lo general, ser socios de un estudio jurídico) presentaron sus renuncias en solidaridad con los profesores expulsados. Tanto el diario “La Nación” como “La Prensa” publicarán regularmente la lista de los profesores exonerados, se harán eco de sus denuncias y en varias notas editoriales condenaran estos hechos (18). En una editorial publicada por esos días, en la que se hacía mención a la destitución de estos profesores en Derecho, La Prensa afirmaba que: “lo más grave fueron los vejámenes que grupos de revoltosos, integrados por algunas personas extrañas a la facultad, infligieron a profesores, impidiéndoles el cumplimiento de sus tareas, sometiéndolos a inconcebibles ‘juicios’, insultándolos o directamente expulsándolos por la fuerza” (19).

Con el objetivo de consumar este vasto proceso de recambio institucional las autoridades de la Facultad utilizaron dos grandes vías para reclutar nuevos docentes. Por una parte, se auspicio la incorporación de una generación de abogados jóvenes, la mayoría de ellos con una importante participación en la defensa de presos sociales y políticos desde mediados de los 60, pero con escasos o nulos antecedentes académicos. Estos profesionales no sólo compartían con la nueva gestión una misma manera de entender la actividad profesional articulada a un compromiso político, sino una forma semejante de concebir el derecho como un “saber burgués”, destinado a la conservación y reproducción de las relaciones de dominación existentes.

Por su parte, el otro mecanismo que la intervención puso en marcha fueron dos medidas tendientes a reparar lo que consideró como “viejas injusticias”: la reincorporación de docentes cesanteados en 1955 (como el caso del Ministro de Justicia Dr. Antonio Benítez o el constitucionalista Arturo Sampay) y la reintegración de quienes había renunciado en 1966 (como los casos del Ministro de la Corte de Justicia Héctor Masnatta, Carlos Fayt, Juan C. Rubinstein). Esta estrategia tendiente a impulsar el retorno de profesores que habían dejado la Facultad en contextos políticos tan diferentes (como el del año 55 y el año 66) parecía estar encaminada a la invención de una “tradición selectiva” (20), capaz de proveer al proceso de transformación institucional en marcha de una tradición prestigiosa y diferenciada respeto del establishment profesoral.

En un contexto institucional atravesado por fuertes tensiones, las reacciones ante las iniciativas generadas por la intervención no tardaron en llegar. La agrupación estudiantil el Ateneo de Derecho expresaba que de todas las unidades académicas de la UBA: “ninguna ha sido víctima de un ataque más despiadado y blanco de agresiones más groseras que la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. El discurso que el señor Puiggrós puso en posesión del cargo al delegado, por ejemplo, es el mayor agravio que se le ha inferido en su historia ya secular” y por último destacaba que los estudiantes de distintas ideologías agrupados en la entidad “repudiamos esas palabras, como asimismo los actos de fuerza que se han perpetrado impunemente contra dignos profesores de la casa” (21). Por su parte, la Asociación de Egresados de la Facultad de Derecho expresaban que “el delegado Kestelboim carece de antecedentes académicos para el desempeño del cargo” y agregaba que “hace alarde de su ideología política, permite y fomenta las agresiones de palabra y de hecho contra los profesores de la casa, designa profesores y docentes sin más mérito que la afinidad ideológica y autoriza la colocación en aulas y salones de afiches totalmente ajenos a la actividad universitaria” (22). También el tradicional Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, organismo profesional que agrupaba a la mayoría de los profesores expulsados, emitió una serie de comunicados señalando “su preocupación por lo que sucede en la Universidad de Buenos Aires, en todas sus escuelas, y especialmente en la Facultad de Derecho” y destacaba que “el agravio falaz inferido por las nuevas autoridades universitarias a sus ilustres fundadores y egresados, se suman las vejaciones a que han sido sometidos prestigiosos profesores ante la indiferencia de quienes tienen el deber de ampararlos en sus cátedras” (23).

La conformación de un imaginario profesional

A su vez, el proceso de exoneración se combinó con una serie de medidas tendientes a forjar un nuevo imaginario profesional identificado con lo “nacional, lo popular y lo revolucionario”. La revista Militancia, dirigida por los abogados defensistas Rodolfo Ortega Peña y Eduardo L. Duhalde, claramente identificada con la gestión, en una nota titulada “Facultad de Derecho. Reducto de la oligarquía en manos revolucionarias” resumía algunas de estas medidas por las que, por ejemplo, se designaba al Instituto de Derecho de la Facultad con el nombre “Mártires Hermanos Ross”, en homenaje a los abogados peronistas fusilados el 9 de junio de 1956; se restituía en el frente del edificio la inscripción de la inauguración de la Facultad puesta por Perón; se denominaba el aula magna como “Evita” y se revocaba la resolución de julio de 1956 que autorizaba a la “conservadora” y “elitista” Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales a tener un espacio en la Facultad, destinado a difundir sus actividades (24).

Este intento de constituir una nueva identidad profesional se prolongó con la promoción de consultorios jurídicos en barrios y villas de emergencia, con el objeto de poner al futuro abogado en contacto con otros ámbitos y sectores sociales (25). Esa fue la misma línea que presidió, incluso, la derogación del curso de ingreso eliminatorio por otro proyecto de reforma del ciclo básico sin restricciones. Dicho proyecto presentado por los abogados Mario Diehl y Jamilah Nader, miembros de la Asociación Gremial de Abogados, impulsaba la realización de trabajos de campo para que: “el alumno tome contacto con una situación concreta (...) y adquiera conciencia de las formas en que el derecho arcaico vigente en la patria legitima situaciones de explotación y dependencia” (26). Para tal fin los ingresantes debían “estudiar la estructura y la forma de vida actual de la familia en la clase trabajadora y en la clase dominante” y analizar la punibilidad e impunibilidad de los delitos en ambos casos. También el proyecto contemplaba el análisis de otros tópicos tales como la impunibilidad de los delitos de las empresas multinacionales o la represión política, a través de películas y narraciones de militantes que sufrieron persecución y torturas (27).

El conflicto final: la modificación del plan de estudios

Contando con el soporte político de un sector docente y del claustro estudiantil dominado por la JUP (28), quienes en periódicas asambleas y movilizaciones convalidaban el rumbo adoptado por la nueva gestión, la intervención avanzó en otros temas sensibles que rápidamente se convertirían en un nuevo foco de conflictivo: la reforma del plan de estudios. A comienzos del año 74 por resolución 153, el Secretario General a cargo de la Intervención de la UBA, Ernesto Villanueva (29), en ejercicio de las funciones del Consejo Superior, sancionaba un nuevo plan de estudios para las carreras de abogacía y procuración. Dicha resolución se basaba en la nº 1463 dictada por el Delegado Interventor de la Facultad de Derecho. En términos generales, el nuevo diseño curricular reforzaba las materias relacionadas con problemáticas socio-políticas (por ejemplo, “Elementos de Ciencia Política”, “Historia Social Argentina” o “Problemas Sociales Argentinos”) y simplificaba algunas asignaturas (como por ejemplo Derecho Civil que se reducía a tres cursos en lugar de cinco), en relación con el plan anterior. Este, sin modificaciones sustantivas, había regido la enseñanza del derecho desde 1923. Esa continuidad en el tiempo era reivindicada por el diario “La Nación” que en una editorial señalaba: “que la mayoría de los abogados egresados de la Facultad de Derecho local desde 1928 en adelante han actuado o siguen haciéndolo como profesionales, juristas, magistrados, diplomáticos, estadistas u hombres de empresa, se formaron bajo la vigencia de ese plan” (30).

El comienzo del nuevo ciclo lectivo bajo este nuevo plan, generó la reacción del grupo de profesores opositores a la intervención, lo que motivo la renuncia de varios de ellos y la presentación de una carta al Ministro de Educación mediante la cual se solicitaba “la adopción de urgentísimas medidas ante daños gravísimos e irreparables que afectan a nuestra facultad". En la nota se calificaba al nuevo plan de “clandestino”, “injustificado”, “imprudente” e “irrazonable” y se preveía que la puesta en marcha del mismo generaría una: “drástica disminución del nivel científico y pedagógico de los estudios jurídicos que causará daños irreparables a los estudiantes que deben sujetarse a él, al futuro ejercicio de la magistratura judicial y de la abogacía, y, a la postre al propio país” (31).

En un momento político marcado por la fuerte disputa entre la Tendencia Revolucionaria y el propio presidente Juan D. Perón, el Ministro Taiana dio lugar a la nota presentada por los profesores y derogó el nuevo plan de estudio. De todas maneras, Kestelboim no acató la decisión ministerial y amparado por la ley 17.245, por la cual era el Consejo Superior (cuyas funciones había asumido el Interventor de la UBA) el encargado de decidir sobre su aplicación, decidió su puesta en práctica. Era evidente que la magnitud del conflicto trascendía al grupo de profesores opositores y alcanzaba al Ministerio de Educación. En realidad, este nuevo frente de conflicto abierto con el Ministerio había tenido su primer capítulo meses atrás cuando éste, por presión del propio partido peronista, decidió aplicar la ley de prescindibilidad a Ortega Peña y Duhalde, por las críticas que éstos desde Militancia lanzaban al gobierno. Luego de la muerte de Perón, en un contexto de frecuente e inusitada violencia en el que la Facultad se convirtió en escenario de amenazas, tiroteos y hasta intentos de secuestros, Kestelboim decidió renunciar en oposición a la decisión de Montoneros de pasar a la resistencia armada. Quedaba definitivamente clausurado, de esta manera, uno de los intentos más elocuentes de instaurar un modelo de universidad nacional y popular en la UBA.


Notas

13 Un trabajo que explora y describe la lucha contra el continuismo durante el gobierno de Cámpora, es el de Nievas, F. “Cámpora: primavera-otoño. Las tomas”, en Pucciarelli, A. (comp.) La primacía de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en los tiempos del GAN, Bs. As., Eudeba, 1999.
14 Un amplio panorama de la política estudiantil en la UBA puede encontrarse en Bonavena, P. “El movimiento estudiantil de la Universidad de Buenos Aires durante el gobierno de Cámpora” (mimeo).
15 Alberto Rodríguez Varela renunció al cargo de Decano de la Facultad de Derecho un día después del triunfo electoral de Cámpora; La Nación, 14/3/73.
16 La medida alcanzaba a 12 institutos de Investigación, 1 Centro de Estudios; La Prensa, 3/7/73.
17 Un mes después, el interventor de la UBA Rodolfo Puiggrós declaraba incompatible el ejercicio docente con el desempeño de funciones jerárquicas o de asesoramiento remuneradas o no al servicio de empresas extranjeras y conglomerados multinacionales; La Nación, 18/7/73.
18 Este último en su nota de renunciaba afirmaba “la deplorable situación de subversión que reina en la facultad consentida por esa intervención” señalando por último que “me resisto a consentir en silencio la entrega de la UBA al marxismo en sus más violentas expresiones”.
19 La Prensa, 14/6/73, p. 6.
20 Tomamos el concepto de “tradición selectiva” de Williams, R.; Marxismo y literatura, Barcelona, Ediciones Península, 1980. Williams entiende la “tradición selectiva” como “una versión intencionalmente selectiva de un pasado configurativo y de un presente preconfigurado, que resulta entonces poderosamente operativo dentro del proceso de definición e identificación cultural y social”; p.137.
21 La Nación, 23/6/73, p. 12.
22 La Nación, 5/7/73; p. 14.
23 La Prensa, 20/6/73; p. 4.
24 En relación con la expulsión de la Academia de Derecho, en una declaración pública firmada por el Interventor de la UBA y los delegados de cada Facultad se explicaba que: “este Instituto realiza como principal tarea científica, la de convocar periódicamente al almirante Rojas a hacer conocer sus opiniones al país. Esta integrada por una parte de los miembros del gabinete y asesores de la mal llamada revolución libertadora. Para tan digna tarea ocupaba durante todo el año un espacio necesario para la actividad docente por lo que se resolvió la cancelación de la autorización”; La Nación, 13/6/73, p. 10.
25 La Prensa, 18/7/73; p.5.
26 La Nación, 6/7/73; p. 4.
27 Ibidem.
28 Las elecciones estudiantiles en la UBA se realizaron a fines de noviembre del 73 y la JUP ganó en casi todas las Facultades que se había presentado, sacando el 44% de los votos. En la Facultad de Derecho la JUP sacó 3.630, en segundo lugar quedó Franja Morada con 2.396 votos y tercera el Movimiento de Orientación Reformista (MOR) con 804. Luego quedaron la Juventud Socialista de Avanzada (183), la TERS (135), la AUN (89 votos) y FAUDI-TUPAC (82).
29 Puiggrós presentó su renuncia al cargo de Interventor de la UBA el 2 de octubre. En su lugar fue propuesto Alberto Banfi, quien por presión de la JUP renunció antes de hacerse cargo de sus funciones. Luego de varios días de indefiniciones, el Secretario General, Ernesto Villanueva quedó a cargo de la Intervención hasta que Oscar Ivanissevich se hizo cargo del Ministerio de Educación, el 13 de agosto de 1974.
30 La Nación, 27/2/74; p. 6.
31 La Nación, 1/3/74; p. 3.

* El presente texto es una selección realizada sobre la ponencia del mismo nombre.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Aquel era nuestro cielo * (Ernesto Villanueva)

Entré en sociología en 1964, sin saber muy bien de qué se trataba, duda que mantengo hasta hoy. En esos años tuve como profesores o auxiliares docentes a Jorge Graciarena, Inés Izaguirre, José Luís Romero, Tulio Halperín Donghi, Ernesto Laclau, Miguel Murmis, para citar los más conocidos. Y en el primer cuatrimestre de 1965, en Estadística, los sábados a las 10 de la mañana, lo tuve como ayudante a Roberto Carri, que por supuesto venía semidormido al edificio de Florida 656 donde todavía recalaba parte de la carrera, y él se esforzaba por hablar de la mediana y el desvío estándar.

En lo personal fueron años de descubrimiento y de alegría. Descubrimiento de mundos intelectuales ignotos de los que más me sorprendía era su posibilidad de coexistir entre una clase y otra e incluso en un mismo profesor. Alegría por la búsqueda y por estar muy poco atados a nada. Más que posiciones teníamos preocupaciones. Esto es, la clave por aquel entonces era búsqueda, indagación, averiguación. Al menos esa era mi clave personal.

Me marcó mucho la discusión en 1965 en el departamento de sociología acerca del perfil deseado del sociólogo, donde Eliseo Verón, en una posición muy reaccionaria reservaba la posibilidad de estudiar a los ricos medianamente o muy inteligentes, discusión en la que se trasuntaba una crisis del esquema inicial de Germani, y donde el eje compromiso vs. Análisis comenzaba a tomar forma novedosa.

Luego, el golpe del 66 y las discusiones entre los profesores, varios de los cuales optaron por renunciar y otros por quedarse y pelear “adentro”, también fueron elementos que me marcaron ya no en lo referido al papel del sociólogo sino al rol de la universidad y su relación con la sociedad y el estado.

Eran años de efervescencia, de análisis crítico. Bastante militancia desde el punto de vista cuantitativo, mucho hincapié en el conocimiento. Recuerdo, por ejemplo, un folleto de una agrupación, FEN, que se despachaba contra el director de nuestra carrera, personero de la dictadura de Ongania. El folleto se llamaba el Anti-Brie, en imitación del famoso Anti-Düring y fue redactado íntegramente, creo, por uno de los que aquí está sentado, y aclaro que no fui yo. Pues bien, ese folleto tenía aproximadamente 40 páginas y, supongo que habrá sido una de las fuentes imprescindibles para la redacción de Historia crítica de la sociología argentina, cuyo compilador también está sentado en esta mesa.

Búsqueda, militancia, conocimiento. Esto es, relación estrecha entre actividad política y estudio, antisectarismo, profundización y crítica de la teoría disponible. Recordemos que eran años pregramscianos, era el momento de Franz Fanon, de Guevara, el Guevara de los incentivos morales en contra de los económicos, de Albert Memmi.

Y nosotros, “nosotros” aquí son los que nos embarcamos en esa búsqueda que fueron las cátedras nacionales, tuvimos nuestros propios caminos, nuestros propios descubrimientos y una honestidad intelectual que nos llevó por aquel entonces a cambios, a mutaciones rápidas, y no sólo una vez. Para quien quiera analizar esas transformaciones esta esa hermosa revista Antropología del Tercer Mundo, cuya posición política cambiaba casi en cada número.

¿Y cuáles eran los rasgos principales del grupo de las cátedras nacionales? En primer término, crítica teórica no sólo al funcionalismo, al esquema básico que consistía en pensar la historia como una transición necesaria entre sociedad tradicional y sociedad de masas, sino también al marxismo esclerosado del partido comunista. Era bienvenido todo lo heterodoxo. Hegel increíblemente, Trotsky, la influencia del estructuralismo, pero también Mariátegui y Haya de la Torre. Recordemos aquí la figura de Carlos Olmedo, filósofo y fundador de las FAR, Fuerzas Armadas Revolucionarias, uno de los intelectuales más brillantes de mi generación, recordemos aquí a Gunnar Olson, cuya originalidad de pensamiento todavía extrañamos muchos.

En segundo lugar, crítica histórica. El esquema tradición-modernidad no daba cuenta de nuestras sociedades. En todo caso, la llave era imperialismo-nación. Y ahí nos abrió la cabeza Gonzalo Cárdenas cuya primera clase en nuestra carrera fue contar la guerra de la triple alianza, esa infamia donde Mitre y el Imperio Brasilero arrasaron con la primera experiencia de capitalismo independiente en nuestro continente. Aquí contaban mucho Hernández Arregui, Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos.

En tercer término, romanticismo al más puro estilo, esto es, confianza en las tradiciones populares, encuentro hacia el pueblo real, y, por ende, sospecha generalizada respecto de los intelectuales. Recordemos en nuestra defensa que era la época de Paulo Freire y de su pedagogía de la liberación. El pueblo sabía, a veces podía ocurrir que no supiera que sabía, y en esos casos el papel nuestro, el de los intelectuales, era lograr generalizaciones y abstracciones de ese saber práctico. Nos gustaba aquel Lukacs de ¿Qué es el marxismo ortodoxo? Nos hubiéramos enamorado de Edward P. Thompson, con su Lucha de clases sin clases, lástima que no lo conociera en aquel entonces, al menos yo.

En cuarto lugar, a pesar de nuestro gran interés por la historia económica y política de América Latina y de los pueblos del Tercer Mundo, escasa conciencia que nuestro proceso era simultáneo al que acaecía en otros lares, esto es, el hincapié en la especificidad de nuestra historia nos cegaba un tanto respecto de otros procesos contemporáneos y nos llevaba en algunos casos a descubrir la pólvora. De todos modos, había polémicas que creaban posturas enfrentadas con el cuchillo entre los dientes: ¿estábamos con Weffort o con Cardoso? ¿Con André Gunder Frank o con Rodolfo Puiggrós? Años después el trotsquista André G. Frank se escandalizaba en Ámsterdam cuando le contaba cómo su heterodoxia abonaba las posiciones de nuestro peronismo incipiente-

En quinto lugar, un planteo de la relación entre teoría y práctica, muy influido por Mao, por el Che, y por la última tesis sobre Feuerbach, planteo que invertía la frase de Lenin, afirmando de hecho que no puede haber teoría sin práctica revolucionaria. La actividad transformadora era la madre de la reflexión teórica. Las clases sociales dejaban de ser categorías abstractas pensadas por un filósofo alemán, para convertirse en movimientos vivos de las grandes masas y sus definiciones surgían de la lucha y no de elucubraciones surgidas de un autoproclamado partido revolucionario.

Fue así que amotinamos la carrera: se llegaron a producir asambleas con cientos de estudiantes donde luego de horas de discusión votábamos a favor o en contra de tal esquema teórico. El conocimiento era el correlato necesario de la actividad militante; el estudio para la materia era apenas una parte de nuestros estudios, al lado de cada autor fijábamos posición en pro o en contra, recurríamos a fuentes que en ocasiones habían sido estigmatizadas por la academia, tal el caso de Jauretche. La aventura intelectual no se justificaba sin la actividad comprometida.

Luego, y muy rápidamente, este proceso interno engarzó con lo que acontecía en el país. Se hablaba en aquel entonces de la nacionalización de las clases medias. Estas, proscriptas por Ongania desde 1966, descubrían que los trabajadores sufrían igual proceso desde 1955. Y grupos como Praxis, la izquierda revolucionaria, el partido revolucionario de la izquierda nacional, el Partido Socialista de Vanguardia y otros, se fueron volcando -sucesivamente para nosotros, muy simultáneamente en perspectiva histórica-, a engrosar y en muchos casos a crear las estructuras peronistas en su versión más revolucionaria. Por supuesto, también la izquierda, al tener esa sangría, también se transformó, el partido comunista se achicó y grupos como el partido revolucionario de los trabajadores, o el partido comunista revolucionario crecieron con una celeridad inesperada.

Fueron años de avance popular, de insurrecciones, cordobazo, rosariazo, etc., de acciones armadas, de huelgas generales, de elecciones sin proscripciones. Y, retrospectivamente, diría que la saga de las cátedras nacionales tendía a diluirse ya hacia 1972 en ese gran magma de la Argentina de entonces. Y con ello, y en defensa de esas queridas cátedras, quiero afirmar que las críticas sesgadas de Verón, de Delich, incluso del mismo Murmis, tienden a ignorar que se trató de un proceso que tuvo apenas 4 ó 5 años, llevado adelante en general por muy jóvenes sociólogos cuyos caminos rápidamente tomaron obligaciones más urgentes. Desde el punto de vista de la producción escrita concreta se hizo poco, hicimos poco. Sin embargo, su influencia, casi convertida en un mito, subsiste hasta hoy. Quizá porque fuimos lo otro del sistema, porque mostramos la posibilidad de una reflexión sin ataduras, de una búsqueda política y cultural sin corporativismos.

Fue así que en 1973, las concepciones universitarias que se discutían en el seno de las cátedras nacionales irrumpieron con fuerza en la orientación de las autoridades universitarias de entonces en todas las universidades argentinas:

- La necesidad de una formación histórica general para todos los estudiantes se plasmaba en cátedras con esta problemática para todas las carreras,
- la necesidad de poner el conocimiento al servicio del pueblo se expresaba en modificaciones curriculares que exigían, por ejemplo, que los estudiantes de medicina desarrollaran actividades entre sectores populares, al igual que los que estaban en otras carreras, realizaban prácticas donde se combinaba el conocimiento incipiente y el compromiso social, alejándonos de la formación puramente libresca.
- la politización se expresaba en asambleas donde las autoridades daban cuenta de sus actividades a toda la comunidad universitaria.

En el plano de la anécdota pequeña, les diré que éramos tantos los docentes y sociólogos inmersos en el proceso político de 1973 que tuvimos muchas dificultades para lograr que alguien se hiciera cargo de la carrera y después de varios topetazos, paradójicamente debimos recurrir a alguien que no había egresado de la UBA. Rápidamente se llevó adelante una reforma curricular que expresaba nuestras posiciones. Esos planes de estudio están en los archivos de la Facultad y para quien le interese es agradable consultarlos a fin de verificar con más profanidad nuestras concepciones de aquel entonces. E incluso hacer un estudio al respecto pues no conozco ninguno que los tome como núcleo temático. Más en general, la universidad del 73-74 es todavía un objeto de estudio sobre el que se debe avanzar más pues su existencia rompe los mitos del reformismo tradicional y de un peronismo sin propuestas.

Ya hablé demasiado, quizá quiero dejar una sola conclusión: no nos planteábamos el cielo por asalto, aquel era nuestro cielo y todavía hoy lo añoramos.


* Exposición de Ernesto Villanueva en el Panel: El cielo por asalto. La sociología en los 60 y 70. realizado el día 6 de noviembre de 2007 en el marco de las VII Jornadas de Sociología

martes, 6 de noviembre de 2007

Envido y el diseño de una universidad nacional, popular y antiimperialista * (Aritz e Iciar Recalde)

La revista Envido publicó diez números entre julio de 1970 y noviembre de 1973 y estuvo dirigida por Arturo Armada. Entre sus colaboradores permanentes, la revista contaba, al igual que Antropología del Tercer Mundo, con un colectivo intelectual heterogéneo. Entre otros, escribían, Horacio González (que como señalamos en el apartado anterior, también colabora en Antropología del Tercer Mundo), Juan Pablo Feinmann, que venía de Filosofía y contaba con una formación teórica influida por Hegel, Marx y Sartre; Abrales y Lach, venían de las Ciencias Exactas, Armada de Filosofía y del cristianismo militante, Bresci, era un cura tercermundista, Jorge Bernetti era periodista, Abel Posadas y Santiago González venían de Letras.

Envido fue una revista de ciencias sociales vinculada a la izquierda peronista, que como Antropología del Tercer Mundo, conjugaba y sintetizaba también, tres tradiciones político-ideológicas: peronismo, marxismo y cristianismo. Su objetivo fundamental estuvo trazado en torno a llevar a la universidad los postulados de lucha por la liberación nacional del peronismo como movimiento nacional de masas. De esta manera, el diseño de una política estrictamente universitaria con tintes combativos fue el centro de su proyecto, que veremos materializado en la universidad peronista durante el período 1973-4 y que será su rasgo primordial y distintivo, por ejemplo, del proyecto de Antropología del Tercer Mundo. A través de sus páginas, se reunían notas sobre las ciencias y sus aplicaciones, crónicas políticas acerca de la coyuntura nacional y documentos de agrupaciones universitarias peronistas o vinculadas al debate político en la universidad y de los Sacerdotes del Tercermundo. Encontramos entonces, múltiples esbozos y documentos del proyecto de universidad que materializará en 1973 durante el gobierno camporista que trataremos en apartados subsiguientes.(1) La universidad comenzaba a verse con interés por estos sectores del peronismo y como necesitada de contar con políticas propias. En el Nº 7 (octubre de 1972), se publica la “Declaración del Congreso Nacional de Estudiantes Peronistas” (2), donde se establece:

“La necesidad de algo más que el número, cuadros medios capacitados política y moralmente que vayan haciendo posible la transformación del número en fuerza, la espontaneidad en organización.”

Resulta fundamental para nosotros, observar que a través de Envido se da a conocer por primera vez y públicamente, el proyecto de transformación de la universidad (que reiteramos, veremos hecho realidad en la universidad popular de 1973), tendiente a integrarla al movimiento total de reconstrucción nacional. El Estado según esta publicación, debería ser el encargado de planificar la organización universitaria en sus aspectos políticos y doctrinarios: formación política, capacitación profesional, afirmación de la conciencia nacional, servicio al pueblo y responsabilidad social, igualdad de oportunidades, defensa de los intereses nacionales y asesoramiento al gobierno popular. La centralidad de Envido en la proyección y planificación de las transformaciones en la universidad no tuvo parangón con ninguna otra publicación del período, ni siquiera con Antropología del Tercer Mundo.

Notas:

(1) Por ejemplo, en el Nº 6 (enero de 1973) se publica el “Documento presentado por la JP, a pedido del compañero Cámpora”, en el Nº 9 (mayo de 1973), el Documento de trabajo “La nueva Universidad: Resumen de pautas para su implementación”, extracto del documento “Análisis y propuestas de una política nacional para la universidad” FURN, entre muchos otros.
(2) Es interesante observar la masividad de organizaciones estudiantiles peronistas del período distribuidas en las diferentes provincias del territorio nacional. Firman este documento, entre otras: agrupaciones de Santa Fe (Ateneo, MUP, Integralismo), Rosario (JUP, JULN), Corrientes (Ateneo, FAUIN, Integralismo), Chaco (FAUIN- Integralismo, Integralismo Secundario), Tucumán (JUP, FERBA de base antiimperialista), Paraná (Grupo Universitario Peronista), La Plata (FURN, FAEP), Buenos Aires (MAS, CENAP, CEP, FANDEP, GUP, Cimarrón, BP Derecho, Grupo Teatro Peronista, MIF, AEP (del MRP), Neuquén (LEN), Viedma y Patagones (secundarios ESP).
* Este texto forma parte del libro “UNIVERSIDAD Y LIBERACION NACIONAL", de Aritz e Iciar Recalde, Nuevos Tiempos, Lanús, marzo de 2007.

lunes, 22 de octubre de 2007

El Centro Piloto de Investigación Aplicada Nº 1 Enrique Grinberg (Carlos Sozzani *)

En junio de 1973 fue designado rector interventor de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, el profesor Rodolfo Puiggrós, quien impulsó un programa de renovación político-pedagógica tendiente a integrar activa y críticamente a la universidad al proceso de desarrollo social y productivo iniciado y conducido desde el gobierno nacional por el Presidente Cámpora. En ese marco se comprende la experiencia que aquí comentamos.

El 17 de julio de 1973 por medio de la Resolución Nº 99 se aprobó la creación de los Centros Pilotos de Investigación Aplicada (CEPIA), “… como equipos interdisciplinarios de investigación, constituidos por graduados y alumnos que desarrollarán sus tareas en zonas marginales o de desarrollo relativo…”

Las líneas generales de este proyecto habían sido previamente elaboradas por un grupo de universitarios, algunos de los cuales habían participado de las experiencias de extensión universitaria desarrolladas entre 1958 y 1966.

El 30 de agosto del mismo año, mediante tres resoluciones, se reglamentó su organización y se definió la localización del primero de ellos. El artículo 12 de la Resolución Nº 344 establecía: “Facúltese a los alumnos que cursan las diferentes carreras y estudios en esta Universidad, y dentro de las respectivas disciplinas que se desarrollen en los Centros, a realizar cursos prácticos en los mismos. Estos serán computables como cursos regulares de las respectivas Facultades. Las Facultades dependientes de esta Universidad deberán informar dentro de los treinta días de la presente resolución, qué cursos de prácticas podrán aprobarse en la actividad que se desarrolle en los Centros y expedir la correspondiente reglamentación.”

El primer y único CEPIA que llegó a desarrollarse funcionó en Avenida de los Corrales 6642 en el barrio de Mataderos (1), y su radio de acción abarcó además los barrios de Villa Lugano, Villa Soldati y Pompeya.

A los pocos días de la apertura del CEPIA, en septiembre de 1973, fue asesinado su director, Enrique Grinberg. Isabel Morera se hizo cargo entonces de la funciones de dirección del Centro.

Los objetivos del CEPIA eran:

- investigar el grado de satisfacción de las necesidades populares,
- registrar si la formación proporcionada a los estudiantes se ajustaba a la plena satisfacción de las necesidades populares,
- investigar cuáles eran los cambios estructurales que debían promoverse en la enseñanza en la UNPBA,
- elaborar propuestas para el mejoramiento de los servicios que prestados por distintos organismos públicos en relación con las necesidades populares,
- proporcionar a la población asistencia complementaria,
- elaborar conclusiones sobre el trabajo interdisciplinario y en equipo.

Las actividades realizadas se clasificaban y organizaban:

A) En función de los intereses comunitarios:

1- Apoyo técnico y trabajo: servicios, investigación para la comunidad, formación parasistémica.
2- Desarrollo adaptativo: análisis y promoción con miembros de la comunidad de la posibilidad de transferir lo adquirido en experiencias del Centro a la resolución de nuevas necesidades.
3- Participación en la dinámica comunitaria: reflexión con miembros de la comunidad acerca de la dinámica de sus propias organizaciones, críticas y propuestas; ámbito de síntesis entre lo manual y lo intelectual.

B) En función de los objetivos universitarios:

1- Trabajo: incorporación del trabajo a la formación profesional.
2- Investigación: recuperación institucional de los datos y aportes de las investigaciones realizadas.
3- Docencia: ejecución y reflexión crítica acerca de las experiencias de integración de docencia e investigación.

Las áreas de trabajo eran: salud, vivienda, educación, jurídico, cultura. Cada una tenía un coordinador. A continuación enumeraremos las experiencias desarrolladas en cada una de las mismas.

Salud: atención médica gratuita; encuesta de diagnóstico de necesidades e insuficiencias de servicios sanitarios de la zona; convenios con Salud Pública para realizar en el Centro la revisación sanitaria para la obtención del certificado de nacionalización; asesoramiento sobre enfermedades venéreas; instalación de un laboratorio de análisis clínico y provisión gratuita de medicamentos elaborados en la Planta Productora de la Facultad de Farmacia; la cátedra de Nutrición elaboró una encuesta sobre el tema que se aplicó en el barrio y organizó charlas de asesoramiento; discusiones grupales sobre el concepto de salud, prevención sanitaria, necesidad de promotores de salud, rol del equipo de salud, etc.

Vivienda: capacitación y aplicación de trabajos elaborados en la Facultad de Arquitectura y perfeccionamiento de los mismos a partir de la detección de problemas zonales no contemplados previamente; recopilación sistemática sobre los planes estatales y municipales para su estudio crítico; participación en equipos interdisciplinarios para el diseño de guarderías, dispensarios, lugares de recreación, etc.

Educación: instalación de guarderías, desarrollo de un proyecto de investigación sobre deserción y repetición escolar dirigido por la Dra. Emilia Ferreiro; seminario de recuperación de repetidores; formación de promotores educacionales comunitarios.

Jurídico: diagnóstico sobre las necesidades legislativas de la población marginal (fundamentalmente inmigrantes); consultorio de asesoramiento sobre: matrimonio, adopción, separación, problemas laborales y de vivienda, documentación y nacionalización.

Cultura: formación de un grupo de recreación; organización de talleres de expresión; montaje de espectáculos teatrales y cinematográficos.

La acción del CEPIA era concebida como complementaria de las organizaciones barriales representativas, y las tareas realizadas tomaban como punto de partida las necesidades detectadas junto a las mismas. Esto sin duda, significó una modalidad innovadora de abordaje de la realidad y la posibilidad de que sujetos no universitarios participaran activamente en el diseño, ejecución y evaluación de las investigaciones.

La intervención de Ottalagano en septiembre de 1974 determinó el cierre del CEPIA y el fin de esta experiencia.

Relevancia

Esta experiencia se planteó como un importante esfuerzo por vincular a la universidad en sus funciones de extensión, investigación y enseñanza a las problemáticas de los sectores populares. El abordaje interdisciplinario y la incorporación de las prácticas en el CEPIA en las currículas de las distintas facultades imprimían al proyecto características innovadoras en los aspectos académico y pedagógico. Por otra parte, la acción conjunta con las organizaciones populares posibilitaba nuevas modalidades de producción de conocimiento que reconocían los saberes y persectivas populares. Por último, el CEPIA se proponía evaluar si la orientación de la enseñanza e investigación de la universidad se ajustaba a las necesidades del país real, y a partir de un primer diagnóstico elaborar las propuestas de cambios estructurales para la UBA.



(1) También se estableció un convenio con la Sociedad de Fomento Barrio Piedrabuena para el uso de parte de las instalaciones de su sede social, ubicada en la calle Montiel s/n, casi esquina Zuviría.

* Artículo de divulgación realizado por Carlos Sozzani sobre la base del trabajo de investigación de Silvia Vázquez: La Universidad Nacional y Popular. Un espacio alternativo para la vinculación entre los intelectuales y el pueblo.

viernes, 19 de octubre de 2007

Los intelectuales y la política (Mario Toer *, Página 12, 19 de octubre de 2007)

Entre quienes tienen posibilidades de contribuir a la producción de ideas, se han venido desarrollando, a grandes rasgos, cuatro maneras de posicionarse frente a las transformaciones que se están produciendo en América latina. Están los que siempre se alinean con la defensa del statu quo, que constituyen la postura dominante entre quienes tienen capacidad para definir la agenda de lo público. En el polo opuesto, pero como si los hubiesen inventado los primeros, se encuentran algunos cenáculos que se olvidan de las enseñanzas de la historia y repiten con asombrosa perseverancia e inalterable melancolía los discursos revolucionarios de un siglo atrás, generando confusión y desasosiego. Están también, por cierto, los que se han alineado decididamente con lo nuevo que ha venido despuntando, pero que no siempre llegan a constituir un sector decisivo. Y están los que han preferido ubicarse en las gradas de las plateas y, con un cierto paladar negro, evalúan a los protagonistas, destacando por lo general sus limitaciones y las distancias con lo que serían sus más íntimas aspiraciones.

En cada país se distribuyen de manera diversa, pero me interesa atender al caso argentino donde resulta evidente, por lo nutrida, la presencia del último sector. Hay razones históricas que contribuyen a que sea así. De una parte, el más consistente movimiento popular surgido hace medio siglo, lo hizo prescindiendo de buena parte de la intelectualidad progresista, en medio de la confusión que generaban los posicionamientos en torno del curso de la Segunda Guerra Mundial. Tuvo que transcurrir casi un cuarto de siglo para que esa fosa entre pueblo e intelectuales comenzase a cerrarse. Pero las apuestas de entonces no fructificaron. Y el 1º de mayo de 1974, en la Plaza de Mayo, se abrieron nuevas heridas.

La pasión democrática de 1983 se fue diluyendo, lejos de las ilusiones de un nuevo movimiento histórico. Después, el desconcierto fue ingente cuando el movimiento popular de Perón y Evita fue utilizado como cobertura para imponer el recetario neoliberal. Finalmente, la frustración fue mayúscula con la efímera y tergiversada Alianza.

No es sorprendente que en el ánimo de muchos estos desencuentros hayan hecho mella. Los curados por el espanto no tienen por qué ser pocos. Pero lo que viene sucediendo ahora aquí es algo que nos trasciende y tiene presencia en toda la región: en Brasil, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, para nombrar a los más notables, con sus particularidades, según la relación de fuerzas en cada país. Es diferente a las encrucijadas de antaño. En nuestro caso, a diferencia de lo que nos ocurriera hasta ahora, no hay motivos para que las izquierdas que jalonaron el siglo XX, lo mejor del movimiento que forjó Perón, lo más auténtico del compromiso popular de los radicales y quienes intentaron forjar al Frepaso, no cierren filas en un proyecto compartido. Aunque no se tenga todo el libreto preparado, hay razones de fondo que contribuyen a que podamos reverdecer la esperanza. Por cierto que en el contexto de los tiempos que corren, en los que ya no se pueden imaginar revoluciones aisladas, ni presuntos socialismos que se van agregando desde diversos y remotos rincones de la periferia. Estamos en otro tiempo y, a diferencia de lo que ocurría en el siglo pasado, en nuestra región no son minorías precursoras las que se han puesto en movimiento sino que han despertado o reaccionado mayorías profundas.

Las dificultades y los interrogantes son ingentes, empezando por los márgenes para redistribuir riqueza que de buenas a primeras otorga la lógica de la economía globalizada, sin ceder flancos a la desestabilización. Probablemente haya que atender a la experiencia de los chinos, de los que no se puede decir que no hayan experimentado en su propia piel todas las alternativas imaginables, antes de utilizar las reglas de las artes marciales en la versión que ahora transitan. En cualquier caso, todo está para construirse y no hay garantías, salvo la certeza de que quienes quieren que nada cambie harán todo lo que esté a su alcance para desbaratar el intento. Ese es su papel.

Como nunca antes tenemos la posibilidad de aglutinarnos para poder realmente medir lo que somos capaces. Y no se trata de resignar el espíritu crítico. Bienvenido sea, siempre y cuando no nos confundamos en cuáles son realmente las expresiones de los que están decididamente enfrente, ni nos entusiasmemos con los microemprendimientos, que son ajenos a la trascendencia en la esfera de la política. Sin las enseñanzas de la historia, es normal que la espontaneidad haga perder de vista las distancias entre los deseos y lo que puede ser alcanzado. Perder de vista lo principal siempre facilita que cuele la provocación, la división y enseguida la derrota.

Podrá decirse: “¿Y si nos ensartamos, si esta gente arruga y se genera una nueva frustración?”. Quizá lo que no se entiende es que la pregunta está mal hecha. La resultante no sólo depende de “esta gente”, depende de toda la gente que se pueda juntar. Las transformaciones pendientes dependen de las espaldas del frente capaz de sustentarlas, capaz de bancarlas. En las calles, poniendo la anatomía, y en los foros, nutriendo argumentos. Sólo con mucha gente y muchas ideas se pueden generar transformaciones trascendentes. Y “esta gente”, a no dudarlo, ha abierto la puerta. Quizá ya sea hora de que dejemos las gradas y empecemos a bajar a la cancha.

* Profesor titular de Política Latinoamericana y Sociología (UBA).

domingo, 7 de octubre de 2007

Cátedras Nacionales * (Aritz e Iciar Recalde)

LOS NUEVOS DOCENTES DE LA CÁTEDRAS

Vinculados a esta nueva corriente del mundo católico, en el proceso de intervención militar, ingresaron en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, dos docentes que desempeñarían un papel fundamental en el proceso de intervención de la universidad de la gestión Cámpora. El ex cura Justino O´Farrel, ocuparía la Cátedra de Sociología Sistemática y Gonzalo Cárdenas -que había estudiado en un centro teórico de sacerdotes progresistas de la Iglesia Católica en Bélgica- dictaría la materia Historia Social Latinoamericana. Tres años después, en 1969, O´Farrel sería nombrado Director de la carrera de Sociología y Cárdenas ocuparía la Dirección del Instituto de Sociología. Ambos personajes, llevaban consigo una pesada carga político ideológica por ingresar con Onganía, que generó en un principio, el rechazo del movimiento estudiantil. Referente a esta cuestión y a la formación de estos personajes, el testimonio de González es el siguiente:

“O´Farrell y Cárdenas se revelaron no de inmediato porque también, en el primer momento el movimiento estudiantil los atacó. Yo estaba en el movimiento estudiantil de esa época, lo que les digo son recuerdos personales del primer aspecto que tenían ellos ante nosotros, que era de simple apéndice de los interventores. El movimiento estudiantil tenía una actitud de solidaridad con los profesores renunciantes. Este había sido un gesto que parecía la oposición nítida y necesaria ante la dictadura. (…) Estos profesores, al poco tiempo, empezaron a insinuar otras posibilidades que poco a poco nos fueron interesando, es difícil describir ese proceso de conciencia, el paso de una conciencia a interesarse por cosas antes desconocidas. Lo cierto es que en el caso de Cárdenas, él comienza a exponer una teoría latinoamericanista, le interesaba Mariátegui, el pensamiento de la izquierda nacional no le era ajeno, citaba a Jauretche, en fin, tenía distintos intereses culturales que coincidían con una cierta izquierda latinoamericanista. Él tenía una formación de economista cristiano, con influencia de la universidad de Lovaina, donde había cursos para economistas cristianos, donde también en el centro había un concepto de comunidad pero también de reparto de bienes, fuerte insinuación de socialismo. El padre Luís J. Lebre era el orientador de esa corriente. En el caso de O´Farrell, curiosamente había estudiado sociología de una manera casi funcionalista en Los Ángeles, que era un centro de sociología funcionalista. (…) O´Farrell también hace su camino personal, él era un cura de barrio, no tenía una presencia muy grande en la iglesia, su lenguaje era un lenguaje enredado pero interesante y también él comienza a insinuar el aspecto de una teoría de un sujeto diferente a la que postulaba el funcionalismo, el sujeto que poco a poco se revelaba como un sujeto con aspectos y alcances populares. (…) A partir de ahí se genera una corriente de simpatía mutua, porque al mismo tiempo en el movimiento estudiantil crecía el proceso de acercamiento a la historia del peronismo como una especie de tesoro escondido nunca bien interpretado.”

De la misma manera, Argumedo establece que la entrada de estos docentes a la vida universitaria significó la posibilidad de comenzar a gestar un proyecto de universidad nacional y popular:

“A partir de 1966, 1967 a la mayoría que no renuncia los echan y en 1967, 1968, es cuando se da la presencia azarosa de Justino O´ Farrel y Cárdenas, que venían de la universidad católica para llenar los espacios que habían quedado libres con las renuncias y las echadas, lo cual te dejaba el espacio para el desarrollo de las Cátedras. Se da también en Mar del Plata y algunos casos en el Salvador ya que los jesuitas se habían volcado bastante hacia el proceso de transformación social. Aquí se va gestando la idea de un proyecto de una universidad nacional y popular donde la idea era precisamente esto, romper los claustros universitarios para vincularse con los sectores sociales e intercambiar los saberes que te daba la universidad con los saberes y la sabiduría de los sectores sociales, más que una ambición profesionalizante. Por otra parte, incorporar en la universidad toda esta masa de ideas y producciones que eran despreciadas por los espacios académicos.”

El viraje ideológico del estudiantado y el desarrollo de las organizaciones peronistas, iría marcando una nueva etapa en las relaciones entre los docentes, los estudiantes y las luchas populares. En este contexto se forjaría rápidamente, como en una especie de realimentación mutua, la articulación entre el movimiento estudiantil y los profesores ingresantes. Una nueva generación de intelectuales con otras propuestas de enseñaza desde sus formas, sus contenidos y su vinculación con el país, se hacía presente en la universidad, marcando un hito histórico para la historia de los intelectuales en Argentina. Con el correr del tiempo y tras la designación de Cárdenas y O´Farrell, las Cátedras Nacionales se ampliarían con la entrada de nuevos intelectuales. Argumedo lo comenta de la siguiente manera:

“En un inicio O´Farrel y Gonzalo Cárdenas enseñaban con gran expectativa junto con el resto de los profesores. Lo que pasa, es que ellos tenían contacto con algunos amigos, yo no los conocía, pero creo que era con Roberto Carri y con Pablo Franco. Entonces, es cuando les ofrecen integrar sus cátedras y estos les dices que tienen otros amiguitos para entrar (risas) y ahí fuimos entrando todos. En una primera etapa hubo designaciones formales. A veces pagas y otras no, pero el alumno para recibirse debía pasar por esas horas cátedras. Tenía que pasar no por todas, ya que algunas eran optativas. Las designaciones fueron además para sectores de la izquierda y junto con nosotros entraron “gramscianos” como el negro Portantiero, Schmucler, Oscar Landi o Juan Villareal.”

En este marco docente, los estudiantes comenzarían a hacer valer su capacidad de organización, masividad y su poder de decisión en cuanto a la elección de cursadas. En palabras de Argumedo:

“A muchos sectores de derecha los alumnos los fueron desplazando por si mismos, sobre todo en la materias optativas e incluso en las teóricas, que los hicieron renunciar por que no iban a sus clases. En un momento pasó que un docente se fue indignado en una cátedra masiva ya que había una librería que desgrava los teóricos y los vendía y entonces parece que éste se ofendió ya que no había nadie en la clase, ni siquiera el desgrabador que le dejó un papel en donde decía que cuando largue la clase prenda el grabador… Este fenómeno se daba espontáneamente y a veces organizado. Ya que estudiar en ese contexto, el de Parsons, el de Merton, no daba demasiadas ganas de ir a clase. O iban a las Cátedras de Portantiero que tenían muy buen nivel o iban a las Cátedras Nacionales, o a las dos, pero los otros tipos no tenían lugar.”

El estudiantado, tal comentáramos previamente, entraría de lleno en la historia nacional. El aumento de sus reivindicaciones iría acompañado de un marcado proceso de ascenso y agudización de los conflictos y de las movilizaciones. En este marco político, los antiguos predicadores de la juventud perderían espacio y en su lugar se generaría un profundo proceso de refundación del sentido de la práctica docente y de las funciones de las autoridades universitarias. La pérdida de legitimidad de los sectores golpistas chocaría violentamente con los reclamos de los estudiantes. Así lo establece Argumedo:

“Lo que sucede es que a partir de tercer año, en 1968, 1969 cuando empezamos a tomar la facultad en “protesta de no se qué cosa” y a meterte en las luchas, ahí empezaron a querer reprimir pero ya era tarde. (…) Existieron dos episodios que cuentan por ahí que eran muy ejemplificadores del momento. No recuerdo en que año estaba el Decano, pero si que era un tipo de la derecha. Entonces fuimos a pedirle entrar de nuevo a la facultad y junto a nosotros 150 personas, todos estudiantes con la consigna de solicitar la renovación. El decano nos decía ¿qué hacen acá? y nosotros contestábamos que “somos profesores que venimos a pedir la renovación de nuestro contrato”. Nos decía ustedes “ni son profesores, son conchabados” y le contestábamos “usted es un hijo de remil puta”: esa era la forma académica de resolver los problemas en el marco de una universidad convulsionada.”

Las principales figuras del proyecto de las Cátedras Nacionales fueron Justino O´Farrell, que dictaba la materia “Estado y Nación” y estaba a cargo de la Cátedra de Sociología Sistemática; Gonzalo Cárdenas, que dictaba la materia “Historia Social Latinoamericana”; Horacio González, a cargo de “Problemas de Sistemática”; Juan Pablo Franco y Alejandro Álvarez a cargo del dictado de “Proyectos hegemónicos y movimientos nacionales.” Además, se encontrarían figuras centrales como la mencionada Alcira Argumedo, Gunnar Olson, Ernesto Villanueva, Roberto Carri, Guillermo Gutiérrez, Jorge Carpio, Néstor Momeño, Norberto Wilner, E. Pecoraro, Sasa Altaraz, Marta Neuman, Lelio Marmora, Alejandro Peyrou, entre otros.


* Este texto forma parte del libro “UNIVERSIDAD Y LIBERACION NACIONAL", de Aritz e Iciar Recalde, Nuevos Tiempos, Lanús, marzo de 2007.