lunes, 22 de octubre de 2007

El Centro Piloto de Investigación Aplicada Nº 1 Enrique Grinberg (Carlos Sozzani *)

En junio de 1973 fue designado rector interventor de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, el profesor Rodolfo Puiggrós, quien impulsó un programa de renovación político-pedagógica tendiente a integrar activa y críticamente a la universidad al proceso de desarrollo social y productivo iniciado y conducido desde el gobierno nacional por el Presidente Cámpora. En ese marco se comprende la experiencia que aquí comentamos.

El 17 de julio de 1973 por medio de la Resolución Nº 99 se aprobó la creación de los Centros Pilotos de Investigación Aplicada (CEPIA), “… como equipos interdisciplinarios de investigación, constituidos por graduados y alumnos que desarrollarán sus tareas en zonas marginales o de desarrollo relativo…”

Las líneas generales de este proyecto habían sido previamente elaboradas por un grupo de universitarios, algunos de los cuales habían participado de las experiencias de extensión universitaria desarrolladas entre 1958 y 1966.

El 30 de agosto del mismo año, mediante tres resoluciones, se reglamentó su organización y se definió la localización del primero de ellos. El artículo 12 de la Resolución Nº 344 establecía: “Facúltese a los alumnos que cursan las diferentes carreras y estudios en esta Universidad, y dentro de las respectivas disciplinas que se desarrollen en los Centros, a realizar cursos prácticos en los mismos. Estos serán computables como cursos regulares de las respectivas Facultades. Las Facultades dependientes de esta Universidad deberán informar dentro de los treinta días de la presente resolución, qué cursos de prácticas podrán aprobarse en la actividad que se desarrolle en los Centros y expedir la correspondiente reglamentación.”

El primer y único CEPIA que llegó a desarrollarse funcionó en Avenida de los Corrales 6642 en el barrio de Mataderos (1), y su radio de acción abarcó además los barrios de Villa Lugano, Villa Soldati y Pompeya.

A los pocos días de la apertura del CEPIA, en septiembre de 1973, fue asesinado su director, Enrique Grinberg. Isabel Morera se hizo cargo entonces de la funciones de dirección del Centro.

Los objetivos del CEPIA eran:

- investigar el grado de satisfacción de las necesidades populares,
- registrar si la formación proporcionada a los estudiantes se ajustaba a la plena satisfacción de las necesidades populares,
- investigar cuáles eran los cambios estructurales que debían promoverse en la enseñanza en la UNPBA,
- elaborar propuestas para el mejoramiento de los servicios que prestados por distintos organismos públicos en relación con las necesidades populares,
- proporcionar a la población asistencia complementaria,
- elaborar conclusiones sobre el trabajo interdisciplinario y en equipo.

Las actividades realizadas se clasificaban y organizaban:

A) En función de los intereses comunitarios:

1- Apoyo técnico y trabajo: servicios, investigación para la comunidad, formación parasistémica.
2- Desarrollo adaptativo: análisis y promoción con miembros de la comunidad de la posibilidad de transferir lo adquirido en experiencias del Centro a la resolución de nuevas necesidades.
3- Participación en la dinámica comunitaria: reflexión con miembros de la comunidad acerca de la dinámica de sus propias organizaciones, críticas y propuestas; ámbito de síntesis entre lo manual y lo intelectual.

B) En función de los objetivos universitarios:

1- Trabajo: incorporación del trabajo a la formación profesional.
2- Investigación: recuperación institucional de los datos y aportes de las investigaciones realizadas.
3- Docencia: ejecución y reflexión crítica acerca de las experiencias de integración de docencia e investigación.

Las áreas de trabajo eran: salud, vivienda, educación, jurídico, cultura. Cada una tenía un coordinador. A continuación enumeraremos las experiencias desarrolladas en cada una de las mismas.

Salud: atención médica gratuita; encuesta de diagnóstico de necesidades e insuficiencias de servicios sanitarios de la zona; convenios con Salud Pública para realizar en el Centro la revisación sanitaria para la obtención del certificado de nacionalización; asesoramiento sobre enfermedades venéreas; instalación de un laboratorio de análisis clínico y provisión gratuita de medicamentos elaborados en la Planta Productora de la Facultad de Farmacia; la cátedra de Nutrición elaboró una encuesta sobre el tema que se aplicó en el barrio y organizó charlas de asesoramiento; discusiones grupales sobre el concepto de salud, prevención sanitaria, necesidad de promotores de salud, rol del equipo de salud, etc.

Vivienda: capacitación y aplicación de trabajos elaborados en la Facultad de Arquitectura y perfeccionamiento de los mismos a partir de la detección de problemas zonales no contemplados previamente; recopilación sistemática sobre los planes estatales y municipales para su estudio crítico; participación en equipos interdisciplinarios para el diseño de guarderías, dispensarios, lugares de recreación, etc.

Educación: instalación de guarderías, desarrollo de un proyecto de investigación sobre deserción y repetición escolar dirigido por la Dra. Emilia Ferreiro; seminario de recuperación de repetidores; formación de promotores educacionales comunitarios.

Jurídico: diagnóstico sobre las necesidades legislativas de la población marginal (fundamentalmente inmigrantes); consultorio de asesoramiento sobre: matrimonio, adopción, separación, problemas laborales y de vivienda, documentación y nacionalización.

Cultura: formación de un grupo de recreación; organización de talleres de expresión; montaje de espectáculos teatrales y cinematográficos.

La acción del CEPIA era concebida como complementaria de las organizaciones barriales representativas, y las tareas realizadas tomaban como punto de partida las necesidades detectadas junto a las mismas. Esto sin duda, significó una modalidad innovadora de abordaje de la realidad y la posibilidad de que sujetos no universitarios participaran activamente en el diseño, ejecución y evaluación de las investigaciones.

La intervención de Ottalagano en septiembre de 1974 determinó el cierre del CEPIA y el fin de esta experiencia.

Relevancia

Esta experiencia se planteó como un importante esfuerzo por vincular a la universidad en sus funciones de extensión, investigación y enseñanza a las problemáticas de los sectores populares. El abordaje interdisciplinario y la incorporación de las prácticas en el CEPIA en las currículas de las distintas facultades imprimían al proyecto características innovadoras en los aspectos académico y pedagógico. Por otra parte, la acción conjunta con las organizaciones populares posibilitaba nuevas modalidades de producción de conocimiento que reconocían los saberes y persectivas populares. Por último, el CEPIA se proponía evaluar si la orientación de la enseñanza e investigación de la universidad se ajustaba a las necesidades del país real, y a partir de un primer diagnóstico elaborar las propuestas de cambios estructurales para la UBA.



(1) También se estableció un convenio con la Sociedad de Fomento Barrio Piedrabuena para el uso de parte de las instalaciones de su sede social, ubicada en la calle Montiel s/n, casi esquina Zuviría.

* Artículo de divulgación realizado por Carlos Sozzani sobre la base del trabajo de investigación de Silvia Vázquez: La Universidad Nacional y Popular. Un espacio alternativo para la vinculación entre los intelectuales y el pueblo.

viernes, 19 de octubre de 2007

Los intelectuales y la política (Mario Toer *, Página 12, 19 de octubre de 2007)

Entre quienes tienen posibilidades de contribuir a la producción de ideas, se han venido desarrollando, a grandes rasgos, cuatro maneras de posicionarse frente a las transformaciones que se están produciendo en América latina. Están los que siempre se alinean con la defensa del statu quo, que constituyen la postura dominante entre quienes tienen capacidad para definir la agenda de lo público. En el polo opuesto, pero como si los hubiesen inventado los primeros, se encuentran algunos cenáculos que se olvidan de las enseñanzas de la historia y repiten con asombrosa perseverancia e inalterable melancolía los discursos revolucionarios de un siglo atrás, generando confusión y desasosiego. Están también, por cierto, los que se han alineado decididamente con lo nuevo que ha venido despuntando, pero que no siempre llegan a constituir un sector decisivo. Y están los que han preferido ubicarse en las gradas de las plateas y, con un cierto paladar negro, evalúan a los protagonistas, destacando por lo general sus limitaciones y las distancias con lo que serían sus más íntimas aspiraciones.

En cada país se distribuyen de manera diversa, pero me interesa atender al caso argentino donde resulta evidente, por lo nutrida, la presencia del último sector. Hay razones históricas que contribuyen a que sea así. De una parte, el más consistente movimiento popular surgido hace medio siglo, lo hizo prescindiendo de buena parte de la intelectualidad progresista, en medio de la confusión que generaban los posicionamientos en torno del curso de la Segunda Guerra Mundial. Tuvo que transcurrir casi un cuarto de siglo para que esa fosa entre pueblo e intelectuales comenzase a cerrarse. Pero las apuestas de entonces no fructificaron. Y el 1º de mayo de 1974, en la Plaza de Mayo, se abrieron nuevas heridas.

La pasión democrática de 1983 se fue diluyendo, lejos de las ilusiones de un nuevo movimiento histórico. Después, el desconcierto fue ingente cuando el movimiento popular de Perón y Evita fue utilizado como cobertura para imponer el recetario neoliberal. Finalmente, la frustración fue mayúscula con la efímera y tergiversada Alianza.

No es sorprendente que en el ánimo de muchos estos desencuentros hayan hecho mella. Los curados por el espanto no tienen por qué ser pocos. Pero lo que viene sucediendo ahora aquí es algo que nos trasciende y tiene presencia en toda la región: en Brasil, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, para nombrar a los más notables, con sus particularidades, según la relación de fuerzas en cada país. Es diferente a las encrucijadas de antaño. En nuestro caso, a diferencia de lo que nos ocurriera hasta ahora, no hay motivos para que las izquierdas que jalonaron el siglo XX, lo mejor del movimiento que forjó Perón, lo más auténtico del compromiso popular de los radicales y quienes intentaron forjar al Frepaso, no cierren filas en un proyecto compartido. Aunque no se tenga todo el libreto preparado, hay razones de fondo que contribuyen a que podamos reverdecer la esperanza. Por cierto que en el contexto de los tiempos que corren, en los que ya no se pueden imaginar revoluciones aisladas, ni presuntos socialismos que se van agregando desde diversos y remotos rincones de la periferia. Estamos en otro tiempo y, a diferencia de lo que ocurría en el siglo pasado, en nuestra región no son minorías precursoras las que se han puesto en movimiento sino que han despertado o reaccionado mayorías profundas.

Las dificultades y los interrogantes son ingentes, empezando por los márgenes para redistribuir riqueza que de buenas a primeras otorga la lógica de la economía globalizada, sin ceder flancos a la desestabilización. Probablemente haya que atender a la experiencia de los chinos, de los que no se puede decir que no hayan experimentado en su propia piel todas las alternativas imaginables, antes de utilizar las reglas de las artes marciales en la versión que ahora transitan. En cualquier caso, todo está para construirse y no hay garantías, salvo la certeza de que quienes quieren que nada cambie harán todo lo que esté a su alcance para desbaratar el intento. Ese es su papel.

Como nunca antes tenemos la posibilidad de aglutinarnos para poder realmente medir lo que somos capaces. Y no se trata de resignar el espíritu crítico. Bienvenido sea, siempre y cuando no nos confundamos en cuáles son realmente las expresiones de los que están decididamente enfrente, ni nos entusiasmemos con los microemprendimientos, que son ajenos a la trascendencia en la esfera de la política. Sin las enseñanzas de la historia, es normal que la espontaneidad haga perder de vista las distancias entre los deseos y lo que puede ser alcanzado. Perder de vista lo principal siempre facilita que cuele la provocación, la división y enseguida la derrota.

Podrá decirse: “¿Y si nos ensartamos, si esta gente arruga y se genera una nueva frustración?”. Quizá lo que no se entiende es que la pregunta está mal hecha. La resultante no sólo depende de “esta gente”, depende de toda la gente que se pueda juntar. Las transformaciones pendientes dependen de las espaldas del frente capaz de sustentarlas, capaz de bancarlas. En las calles, poniendo la anatomía, y en los foros, nutriendo argumentos. Sólo con mucha gente y muchas ideas se pueden generar transformaciones trascendentes. Y “esta gente”, a no dudarlo, ha abierto la puerta. Quizá ya sea hora de que dejemos las gradas y empecemos a bajar a la cancha.

* Profesor titular de Política Latinoamericana y Sociología (UBA).

domingo, 7 de octubre de 2007

Cátedras Nacionales * (Aritz e Iciar Recalde)

LOS NUEVOS DOCENTES DE LA CÁTEDRAS

Vinculados a esta nueva corriente del mundo católico, en el proceso de intervención militar, ingresaron en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, dos docentes que desempeñarían un papel fundamental en el proceso de intervención de la universidad de la gestión Cámpora. El ex cura Justino O´Farrel, ocuparía la Cátedra de Sociología Sistemática y Gonzalo Cárdenas -que había estudiado en un centro teórico de sacerdotes progresistas de la Iglesia Católica en Bélgica- dictaría la materia Historia Social Latinoamericana. Tres años después, en 1969, O´Farrel sería nombrado Director de la carrera de Sociología y Cárdenas ocuparía la Dirección del Instituto de Sociología. Ambos personajes, llevaban consigo una pesada carga político ideológica por ingresar con Onganía, que generó en un principio, el rechazo del movimiento estudiantil. Referente a esta cuestión y a la formación de estos personajes, el testimonio de González es el siguiente:

“O´Farrell y Cárdenas se revelaron no de inmediato porque también, en el primer momento el movimiento estudiantil los atacó. Yo estaba en el movimiento estudiantil de esa época, lo que les digo son recuerdos personales del primer aspecto que tenían ellos ante nosotros, que era de simple apéndice de los interventores. El movimiento estudiantil tenía una actitud de solidaridad con los profesores renunciantes. Este había sido un gesto que parecía la oposición nítida y necesaria ante la dictadura. (…) Estos profesores, al poco tiempo, empezaron a insinuar otras posibilidades que poco a poco nos fueron interesando, es difícil describir ese proceso de conciencia, el paso de una conciencia a interesarse por cosas antes desconocidas. Lo cierto es que en el caso de Cárdenas, él comienza a exponer una teoría latinoamericanista, le interesaba Mariátegui, el pensamiento de la izquierda nacional no le era ajeno, citaba a Jauretche, en fin, tenía distintos intereses culturales que coincidían con una cierta izquierda latinoamericanista. Él tenía una formación de economista cristiano, con influencia de la universidad de Lovaina, donde había cursos para economistas cristianos, donde también en el centro había un concepto de comunidad pero también de reparto de bienes, fuerte insinuación de socialismo. El padre Luís J. Lebre era el orientador de esa corriente. En el caso de O´Farrell, curiosamente había estudiado sociología de una manera casi funcionalista en Los Ángeles, que era un centro de sociología funcionalista. (…) O´Farrell también hace su camino personal, él era un cura de barrio, no tenía una presencia muy grande en la iglesia, su lenguaje era un lenguaje enredado pero interesante y también él comienza a insinuar el aspecto de una teoría de un sujeto diferente a la que postulaba el funcionalismo, el sujeto que poco a poco se revelaba como un sujeto con aspectos y alcances populares. (…) A partir de ahí se genera una corriente de simpatía mutua, porque al mismo tiempo en el movimiento estudiantil crecía el proceso de acercamiento a la historia del peronismo como una especie de tesoro escondido nunca bien interpretado.”

De la misma manera, Argumedo establece que la entrada de estos docentes a la vida universitaria significó la posibilidad de comenzar a gestar un proyecto de universidad nacional y popular:

“A partir de 1966, 1967 a la mayoría que no renuncia los echan y en 1967, 1968, es cuando se da la presencia azarosa de Justino O´ Farrel y Cárdenas, que venían de la universidad católica para llenar los espacios que habían quedado libres con las renuncias y las echadas, lo cual te dejaba el espacio para el desarrollo de las Cátedras. Se da también en Mar del Plata y algunos casos en el Salvador ya que los jesuitas se habían volcado bastante hacia el proceso de transformación social. Aquí se va gestando la idea de un proyecto de una universidad nacional y popular donde la idea era precisamente esto, romper los claustros universitarios para vincularse con los sectores sociales e intercambiar los saberes que te daba la universidad con los saberes y la sabiduría de los sectores sociales, más que una ambición profesionalizante. Por otra parte, incorporar en la universidad toda esta masa de ideas y producciones que eran despreciadas por los espacios académicos.”

El viraje ideológico del estudiantado y el desarrollo de las organizaciones peronistas, iría marcando una nueva etapa en las relaciones entre los docentes, los estudiantes y las luchas populares. En este contexto se forjaría rápidamente, como en una especie de realimentación mutua, la articulación entre el movimiento estudiantil y los profesores ingresantes. Una nueva generación de intelectuales con otras propuestas de enseñaza desde sus formas, sus contenidos y su vinculación con el país, se hacía presente en la universidad, marcando un hito histórico para la historia de los intelectuales en Argentina. Con el correr del tiempo y tras la designación de Cárdenas y O´Farrell, las Cátedras Nacionales se ampliarían con la entrada de nuevos intelectuales. Argumedo lo comenta de la siguiente manera:

“En un inicio O´Farrel y Gonzalo Cárdenas enseñaban con gran expectativa junto con el resto de los profesores. Lo que pasa, es que ellos tenían contacto con algunos amigos, yo no los conocía, pero creo que era con Roberto Carri y con Pablo Franco. Entonces, es cuando les ofrecen integrar sus cátedras y estos les dices que tienen otros amiguitos para entrar (risas) y ahí fuimos entrando todos. En una primera etapa hubo designaciones formales. A veces pagas y otras no, pero el alumno para recibirse debía pasar por esas horas cátedras. Tenía que pasar no por todas, ya que algunas eran optativas. Las designaciones fueron además para sectores de la izquierda y junto con nosotros entraron “gramscianos” como el negro Portantiero, Schmucler, Oscar Landi o Juan Villareal.”

En este marco docente, los estudiantes comenzarían a hacer valer su capacidad de organización, masividad y su poder de decisión en cuanto a la elección de cursadas. En palabras de Argumedo:

“A muchos sectores de derecha los alumnos los fueron desplazando por si mismos, sobre todo en la materias optativas e incluso en las teóricas, que los hicieron renunciar por que no iban a sus clases. En un momento pasó que un docente se fue indignado en una cátedra masiva ya que había una librería que desgrava los teóricos y los vendía y entonces parece que éste se ofendió ya que no había nadie en la clase, ni siquiera el desgrabador que le dejó un papel en donde decía que cuando largue la clase prenda el grabador… Este fenómeno se daba espontáneamente y a veces organizado. Ya que estudiar en ese contexto, el de Parsons, el de Merton, no daba demasiadas ganas de ir a clase. O iban a las Cátedras de Portantiero que tenían muy buen nivel o iban a las Cátedras Nacionales, o a las dos, pero los otros tipos no tenían lugar.”

El estudiantado, tal comentáramos previamente, entraría de lleno en la historia nacional. El aumento de sus reivindicaciones iría acompañado de un marcado proceso de ascenso y agudización de los conflictos y de las movilizaciones. En este marco político, los antiguos predicadores de la juventud perderían espacio y en su lugar se generaría un profundo proceso de refundación del sentido de la práctica docente y de las funciones de las autoridades universitarias. La pérdida de legitimidad de los sectores golpistas chocaría violentamente con los reclamos de los estudiantes. Así lo establece Argumedo:

“Lo que sucede es que a partir de tercer año, en 1968, 1969 cuando empezamos a tomar la facultad en “protesta de no se qué cosa” y a meterte en las luchas, ahí empezaron a querer reprimir pero ya era tarde. (…) Existieron dos episodios que cuentan por ahí que eran muy ejemplificadores del momento. No recuerdo en que año estaba el Decano, pero si que era un tipo de la derecha. Entonces fuimos a pedirle entrar de nuevo a la facultad y junto a nosotros 150 personas, todos estudiantes con la consigna de solicitar la renovación. El decano nos decía ¿qué hacen acá? y nosotros contestábamos que “somos profesores que venimos a pedir la renovación de nuestro contrato”. Nos decía ustedes “ni son profesores, son conchabados” y le contestábamos “usted es un hijo de remil puta”: esa era la forma académica de resolver los problemas en el marco de una universidad convulsionada.”

Las principales figuras del proyecto de las Cátedras Nacionales fueron Justino O´Farrell, que dictaba la materia “Estado y Nación” y estaba a cargo de la Cátedra de Sociología Sistemática; Gonzalo Cárdenas, que dictaba la materia “Historia Social Latinoamericana”; Horacio González, a cargo de “Problemas de Sistemática”; Juan Pablo Franco y Alejandro Álvarez a cargo del dictado de “Proyectos hegemónicos y movimientos nacionales.” Además, se encontrarían figuras centrales como la mencionada Alcira Argumedo, Gunnar Olson, Ernesto Villanueva, Roberto Carri, Guillermo Gutiérrez, Jorge Carpio, Néstor Momeño, Norberto Wilner, E. Pecoraro, Sasa Altaraz, Marta Neuman, Lelio Marmora, Alejandro Peyrou, entre otros.


* Este texto forma parte del libro “UNIVERSIDAD Y LIBERACION NACIONAL", de Aritz e Iciar Recalde, Nuevos Tiempos, Lanús, marzo de 2007.