lunes, 26 de noviembre de 2007

Historia de una Disputa. La Intervención en la Facultad de Derecho de la UBA en el año 73 (Chama, Mauricio Sergio) *

La embestida y las reacciones

Durante los primeros días de gestión, Kestelboim se dispuso a terminar de inmediato con todo vestigio de “continuismo” en la Facultad. En un sentido amplio el término “continuismo”, de uso corriente en la militancia peronista de izquierda, aludía a las maniobras desplegadas por funcionarios o cuadros medios vinculados al último régimen militar que intentaban permanecer en distintos organismo estatales una vez asumido el “nuevo gobierno popular” (13). En el caso particular de la Facultad de Derecho la “lucha contra el continuismo” representó un vasto repertorio de acciones tendientes a desplazar al establishment profesoral y promover en su lugar cuadros académicos provenientes del peronismo de izquierda y de sectores afines. Expulsiones, cesantías, juicios académicos fueron algunos de los recursos que utilizó la intervención, dando así comienzo a un conflictivo proceso de exclusiones, en cierta forma equivalente al que ocho años antes había servido para desplazar al peronismo de la Universidad. En muchos casos ese proceso de depuración, legalmente sancionado, era producto de la presión directa ejercida por el sector estudiantil (fundamentalmente la JUP), principal aliado de Kestelboim en esta drástica empresa de transformación institucional. Así, en los primeros días de junio del 73, distintas agrupaciones estudiantiles intentaron “barrer con los últimos vestigios del continuismo”, irrumpiendo en aulas y exigiendo las renuncias de numerosos docentes (14). Fundamentalmente, el blanco de estas acciones eran aquellos profesores que habían integrado el Poder Judicial durante el último régimen dictatorial, desempeñado funciones en la Corte Suprema de Justicia (como Luis Carlos Cabral, Eduardo Marquardt y Marco Aurelio Risolía), o por haber sido miembros de la Cámara Federal en lo Penal, más conocida como “Cámara del Terror” o “Camarón” (por ejemplo Jaime Smart, Eduardo Munilla Lacasa, Vergara, Gabino Salas, César Black), o bien por pertenecer al gabinete de la “Revolución Argentina” (como el caso del ex – Ministro de Justicia de Lanusse, Gervasio Colombres). Pero también esta política de exoneración, legitimada como “lucha contra el continuismo”, alcanzó al ex – decano, Alberto Rodríguez Varela de la Facultad de Derecho (15), a todos los directores de institutos de investigación y centros de estudio (16) y al conjunto de profesores que en el ejercicio liberal de la profesión se desempeñaban como abogados de empresas de capital extranjero o multinacionales (como, por ejemplo, Roberto Aleman, Estanislao del Campo Wilson, Ricardo Zorraquín Becú o Horacio García Belsunce, éste último además funcionario de la última dictadura milita) (17). Además, muchos otros docentes por compartir redes de relaciones sociales o laborales (por lo general, ser socios de un estudio jurídico) presentaron sus renuncias en solidaridad con los profesores expulsados. Tanto el diario “La Nación” como “La Prensa” publicarán regularmente la lista de los profesores exonerados, se harán eco de sus denuncias y en varias notas editoriales condenaran estos hechos (18). En una editorial publicada por esos días, en la que se hacía mención a la destitución de estos profesores en Derecho, La Prensa afirmaba que: “lo más grave fueron los vejámenes que grupos de revoltosos, integrados por algunas personas extrañas a la facultad, infligieron a profesores, impidiéndoles el cumplimiento de sus tareas, sometiéndolos a inconcebibles ‘juicios’, insultándolos o directamente expulsándolos por la fuerza” (19).

Con el objetivo de consumar este vasto proceso de recambio institucional las autoridades de la Facultad utilizaron dos grandes vías para reclutar nuevos docentes. Por una parte, se auspicio la incorporación de una generación de abogados jóvenes, la mayoría de ellos con una importante participación en la defensa de presos sociales y políticos desde mediados de los 60, pero con escasos o nulos antecedentes académicos. Estos profesionales no sólo compartían con la nueva gestión una misma manera de entender la actividad profesional articulada a un compromiso político, sino una forma semejante de concebir el derecho como un “saber burgués”, destinado a la conservación y reproducción de las relaciones de dominación existentes.

Por su parte, el otro mecanismo que la intervención puso en marcha fueron dos medidas tendientes a reparar lo que consideró como “viejas injusticias”: la reincorporación de docentes cesanteados en 1955 (como el caso del Ministro de Justicia Dr. Antonio Benítez o el constitucionalista Arturo Sampay) y la reintegración de quienes había renunciado en 1966 (como los casos del Ministro de la Corte de Justicia Héctor Masnatta, Carlos Fayt, Juan C. Rubinstein). Esta estrategia tendiente a impulsar el retorno de profesores que habían dejado la Facultad en contextos políticos tan diferentes (como el del año 55 y el año 66) parecía estar encaminada a la invención de una “tradición selectiva” (20), capaz de proveer al proceso de transformación institucional en marcha de una tradición prestigiosa y diferenciada respeto del establishment profesoral.

En un contexto institucional atravesado por fuertes tensiones, las reacciones ante las iniciativas generadas por la intervención no tardaron en llegar. La agrupación estudiantil el Ateneo de Derecho expresaba que de todas las unidades académicas de la UBA: “ninguna ha sido víctima de un ataque más despiadado y blanco de agresiones más groseras que la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. El discurso que el señor Puiggrós puso en posesión del cargo al delegado, por ejemplo, es el mayor agravio que se le ha inferido en su historia ya secular” y por último destacaba que los estudiantes de distintas ideologías agrupados en la entidad “repudiamos esas palabras, como asimismo los actos de fuerza que se han perpetrado impunemente contra dignos profesores de la casa” (21). Por su parte, la Asociación de Egresados de la Facultad de Derecho expresaban que “el delegado Kestelboim carece de antecedentes académicos para el desempeño del cargo” y agregaba que “hace alarde de su ideología política, permite y fomenta las agresiones de palabra y de hecho contra los profesores de la casa, designa profesores y docentes sin más mérito que la afinidad ideológica y autoriza la colocación en aulas y salones de afiches totalmente ajenos a la actividad universitaria” (22). También el tradicional Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, organismo profesional que agrupaba a la mayoría de los profesores expulsados, emitió una serie de comunicados señalando “su preocupación por lo que sucede en la Universidad de Buenos Aires, en todas sus escuelas, y especialmente en la Facultad de Derecho” y destacaba que “el agravio falaz inferido por las nuevas autoridades universitarias a sus ilustres fundadores y egresados, se suman las vejaciones a que han sido sometidos prestigiosos profesores ante la indiferencia de quienes tienen el deber de ampararlos en sus cátedras” (23).

La conformación de un imaginario profesional

A su vez, el proceso de exoneración se combinó con una serie de medidas tendientes a forjar un nuevo imaginario profesional identificado con lo “nacional, lo popular y lo revolucionario”. La revista Militancia, dirigida por los abogados defensistas Rodolfo Ortega Peña y Eduardo L. Duhalde, claramente identificada con la gestión, en una nota titulada “Facultad de Derecho. Reducto de la oligarquía en manos revolucionarias” resumía algunas de estas medidas por las que, por ejemplo, se designaba al Instituto de Derecho de la Facultad con el nombre “Mártires Hermanos Ross”, en homenaje a los abogados peronistas fusilados el 9 de junio de 1956; se restituía en el frente del edificio la inscripción de la inauguración de la Facultad puesta por Perón; se denominaba el aula magna como “Evita” y se revocaba la resolución de julio de 1956 que autorizaba a la “conservadora” y “elitista” Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales a tener un espacio en la Facultad, destinado a difundir sus actividades (24).

Este intento de constituir una nueva identidad profesional se prolongó con la promoción de consultorios jurídicos en barrios y villas de emergencia, con el objeto de poner al futuro abogado en contacto con otros ámbitos y sectores sociales (25). Esa fue la misma línea que presidió, incluso, la derogación del curso de ingreso eliminatorio por otro proyecto de reforma del ciclo básico sin restricciones. Dicho proyecto presentado por los abogados Mario Diehl y Jamilah Nader, miembros de la Asociación Gremial de Abogados, impulsaba la realización de trabajos de campo para que: “el alumno tome contacto con una situación concreta (...) y adquiera conciencia de las formas en que el derecho arcaico vigente en la patria legitima situaciones de explotación y dependencia” (26). Para tal fin los ingresantes debían “estudiar la estructura y la forma de vida actual de la familia en la clase trabajadora y en la clase dominante” y analizar la punibilidad e impunibilidad de los delitos en ambos casos. También el proyecto contemplaba el análisis de otros tópicos tales como la impunibilidad de los delitos de las empresas multinacionales o la represión política, a través de películas y narraciones de militantes que sufrieron persecución y torturas (27).

El conflicto final: la modificación del plan de estudios

Contando con el soporte político de un sector docente y del claustro estudiantil dominado por la JUP (28), quienes en periódicas asambleas y movilizaciones convalidaban el rumbo adoptado por la nueva gestión, la intervención avanzó en otros temas sensibles que rápidamente se convertirían en un nuevo foco de conflictivo: la reforma del plan de estudios. A comienzos del año 74 por resolución 153, el Secretario General a cargo de la Intervención de la UBA, Ernesto Villanueva (29), en ejercicio de las funciones del Consejo Superior, sancionaba un nuevo plan de estudios para las carreras de abogacía y procuración. Dicha resolución se basaba en la nº 1463 dictada por el Delegado Interventor de la Facultad de Derecho. En términos generales, el nuevo diseño curricular reforzaba las materias relacionadas con problemáticas socio-políticas (por ejemplo, “Elementos de Ciencia Política”, “Historia Social Argentina” o “Problemas Sociales Argentinos”) y simplificaba algunas asignaturas (como por ejemplo Derecho Civil que se reducía a tres cursos en lugar de cinco), en relación con el plan anterior. Este, sin modificaciones sustantivas, había regido la enseñanza del derecho desde 1923. Esa continuidad en el tiempo era reivindicada por el diario “La Nación” que en una editorial señalaba: “que la mayoría de los abogados egresados de la Facultad de Derecho local desde 1928 en adelante han actuado o siguen haciéndolo como profesionales, juristas, magistrados, diplomáticos, estadistas u hombres de empresa, se formaron bajo la vigencia de ese plan” (30).

El comienzo del nuevo ciclo lectivo bajo este nuevo plan, generó la reacción del grupo de profesores opositores a la intervención, lo que motivo la renuncia de varios de ellos y la presentación de una carta al Ministro de Educación mediante la cual se solicitaba “la adopción de urgentísimas medidas ante daños gravísimos e irreparables que afectan a nuestra facultad". En la nota se calificaba al nuevo plan de “clandestino”, “injustificado”, “imprudente” e “irrazonable” y se preveía que la puesta en marcha del mismo generaría una: “drástica disminución del nivel científico y pedagógico de los estudios jurídicos que causará daños irreparables a los estudiantes que deben sujetarse a él, al futuro ejercicio de la magistratura judicial y de la abogacía, y, a la postre al propio país” (31).

En un momento político marcado por la fuerte disputa entre la Tendencia Revolucionaria y el propio presidente Juan D. Perón, el Ministro Taiana dio lugar a la nota presentada por los profesores y derogó el nuevo plan de estudio. De todas maneras, Kestelboim no acató la decisión ministerial y amparado por la ley 17.245, por la cual era el Consejo Superior (cuyas funciones había asumido el Interventor de la UBA) el encargado de decidir sobre su aplicación, decidió su puesta en práctica. Era evidente que la magnitud del conflicto trascendía al grupo de profesores opositores y alcanzaba al Ministerio de Educación. En realidad, este nuevo frente de conflicto abierto con el Ministerio había tenido su primer capítulo meses atrás cuando éste, por presión del propio partido peronista, decidió aplicar la ley de prescindibilidad a Ortega Peña y Duhalde, por las críticas que éstos desde Militancia lanzaban al gobierno. Luego de la muerte de Perón, en un contexto de frecuente e inusitada violencia en el que la Facultad se convirtió en escenario de amenazas, tiroteos y hasta intentos de secuestros, Kestelboim decidió renunciar en oposición a la decisión de Montoneros de pasar a la resistencia armada. Quedaba definitivamente clausurado, de esta manera, uno de los intentos más elocuentes de instaurar un modelo de universidad nacional y popular en la UBA.


Notas

13 Un trabajo que explora y describe la lucha contra el continuismo durante el gobierno de Cámpora, es el de Nievas, F. “Cámpora: primavera-otoño. Las tomas”, en Pucciarelli, A. (comp.) La primacía de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en los tiempos del GAN, Bs. As., Eudeba, 1999.
14 Un amplio panorama de la política estudiantil en la UBA puede encontrarse en Bonavena, P. “El movimiento estudiantil de la Universidad de Buenos Aires durante el gobierno de Cámpora” (mimeo).
15 Alberto Rodríguez Varela renunció al cargo de Decano de la Facultad de Derecho un día después del triunfo electoral de Cámpora; La Nación, 14/3/73.
16 La medida alcanzaba a 12 institutos de Investigación, 1 Centro de Estudios; La Prensa, 3/7/73.
17 Un mes después, el interventor de la UBA Rodolfo Puiggrós declaraba incompatible el ejercicio docente con el desempeño de funciones jerárquicas o de asesoramiento remuneradas o no al servicio de empresas extranjeras y conglomerados multinacionales; La Nación, 18/7/73.
18 Este último en su nota de renunciaba afirmaba “la deplorable situación de subversión que reina en la facultad consentida por esa intervención” señalando por último que “me resisto a consentir en silencio la entrega de la UBA al marxismo en sus más violentas expresiones”.
19 La Prensa, 14/6/73, p. 6.
20 Tomamos el concepto de “tradición selectiva” de Williams, R.; Marxismo y literatura, Barcelona, Ediciones Península, 1980. Williams entiende la “tradición selectiva” como “una versión intencionalmente selectiva de un pasado configurativo y de un presente preconfigurado, que resulta entonces poderosamente operativo dentro del proceso de definición e identificación cultural y social”; p.137.
21 La Nación, 23/6/73, p. 12.
22 La Nación, 5/7/73; p. 14.
23 La Prensa, 20/6/73; p. 4.
24 En relación con la expulsión de la Academia de Derecho, en una declaración pública firmada por el Interventor de la UBA y los delegados de cada Facultad se explicaba que: “este Instituto realiza como principal tarea científica, la de convocar periódicamente al almirante Rojas a hacer conocer sus opiniones al país. Esta integrada por una parte de los miembros del gabinete y asesores de la mal llamada revolución libertadora. Para tan digna tarea ocupaba durante todo el año un espacio necesario para la actividad docente por lo que se resolvió la cancelación de la autorización”; La Nación, 13/6/73, p. 10.
25 La Prensa, 18/7/73; p.5.
26 La Nación, 6/7/73; p. 4.
27 Ibidem.
28 Las elecciones estudiantiles en la UBA se realizaron a fines de noviembre del 73 y la JUP ganó en casi todas las Facultades que se había presentado, sacando el 44% de los votos. En la Facultad de Derecho la JUP sacó 3.630, en segundo lugar quedó Franja Morada con 2.396 votos y tercera el Movimiento de Orientación Reformista (MOR) con 804. Luego quedaron la Juventud Socialista de Avanzada (183), la TERS (135), la AUN (89 votos) y FAUDI-TUPAC (82).
29 Puiggrós presentó su renuncia al cargo de Interventor de la UBA el 2 de octubre. En su lugar fue propuesto Alberto Banfi, quien por presión de la JUP renunció antes de hacerse cargo de sus funciones. Luego de varios días de indefiniciones, el Secretario General, Ernesto Villanueva quedó a cargo de la Intervención hasta que Oscar Ivanissevich se hizo cargo del Ministerio de Educación, el 13 de agosto de 1974.
30 La Nación, 27/2/74; p. 6.
31 La Nación, 1/3/74; p. 3.

* El presente texto es una selección realizada sobre la ponencia del mismo nombre.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Aquel era nuestro cielo * (Ernesto Villanueva)

Entré en sociología en 1964, sin saber muy bien de qué se trataba, duda que mantengo hasta hoy. En esos años tuve como profesores o auxiliares docentes a Jorge Graciarena, Inés Izaguirre, José Luís Romero, Tulio Halperín Donghi, Ernesto Laclau, Miguel Murmis, para citar los más conocidos. Y en el primer cuatrimestre de 1965, en Estadística, los sábados a las 10 de la mañana, lo tuve como ayudante a Roberto Carri, que por supuesto venía semidormido al edificio de Florida 656 donde todavía recalaba parte de la carrera, y él se esforzaba por hablar de la mediana y el desvío estándar.

En lo personal fueron años de descubrimiento y de alegría. Descubrimiento de mundos intelectuales ignotos de los que más me sorprendía era su posibilidad de coexistir entre una clase y otra e incluso en un mismo profesor. Alegría por la búsqueda y por estar muy poco atados a nada. Más que posiciones teníamos preocupaciones. Esto es, la clave por aquel entonces era búsqueda, indagación, averiguación. Al menos esa era mi clave personal.

Me marcó mucho la discusión en 1965 en el departamento de sociología acerca del perfil deseado del sociólogo, donde Eliseo Verón, en una posición muy reaccionaria reservaba la posibilidad de estudiar a los ricos medianamente o muy inteligentes, discusión en la que se trasuntaba una crisis del esquema inicial de Germani, y donde el eje compromiso vs. Análisis comenzaba a tomar forma novedosa.

Luego, el golpe del 66 y las discusiones entre los profesores, varios de los cuales optaron por renunciar y otros por quedarse y pelear “adentro”, también fueron elementos que me marcaron ya no en lo referido al papel del sociólogo sino al rol de la universidad y su relación con la sociedad y el estado.

Eran años de efervescencia, de análisis crítico. Bastante militancia desde el punto de vista cuantitativo, mucho hincapié en el conocimiento. Recuerdo, por ejemplo, un folleto de una agrupación, FEN, que se despachaba contra el director de nuestra carrera, personero de la dictadura de Ongania. El folleto se llamaba el Anti-Brie, en imitación del famoso Anti-Düring y fue redactado íntegramente, creo, por uno de los que aquí está sentado, y aclaro que no fui yo. Pues bien, ese folleto tenía aproximadamente 40 páginas y, supongo que habrá sido una de las fuentes imprescindibles para la redacción de Historia crítica de la sociología argentina, cuyo compilador también está sentado en esta mesa.

Búsqueda, militancia, conocimiento. Esto es, relación estrecha entre actividad política y estudio, antisectarismo, profundización y crítica de la teoría disponible. Recordemos que eran años pregramscianos, era el momento de Franz Fanon, de Guevara, el Guevara de los incentivos morales en contra de los económicos, de Albert Memmi.

Y nosotros, “nosotros” aquí son los que nos embarcamos en esa búsqueda que fueron las cátedras nacionales, tuvimos nuestros propios caminos, nuestros propios descubrimientos y una honestidad intelectual que nos llevó por aquel entonces a cambios, a mutaciones rápidas, y no sólo una vez. Para quien quiera analizar esas transformaciones esta esa hermosa revista Antropología del Tercer Mundo, cuya posición política cambiaba casi en cada número.

¿Y cuáles eran los rasgos principales del grupo de las cátedras nacionales? En primer término, crítica teórica no sólo al funcionalismo, al esquema básico que consistía en pensar la historia como una transición necesaria entre sociedad tradicional y sociedad de masas, sino también al marxismo esclerosado del partido comunista. Era bienvenido todo lo heterodoxo. Hegel increíblemente, Trotsky, la influencia del estructuralismo, pero también Mariátegui y Haya de la Torre. Recordemos aquí la figura de Carlos Olmedo, filósofo y fundador de las FAR, Fuerzas Armadas Revolucionarias, uno de los intelectuales más brillantes de mi generación, recordemos aquí a Gunnar Olson, cuya originalidad de pensamiento todavía extrañamos muchos.

En segundo lugar, crítica histórica. El esquema tradición-modernidad no daba cuenta de nuestras sociedades. En todo caso, la llave era imperialismo-nación. Y ahí nos abrió la cabeza Gonzalo Cárdenas cuya primera clase en nuestra carrera fue contar la guerra de la triple alianza, esa infamia donde Mitre y el Imperio Brasilero arrasaron con la primera experiencia de capitalismo independiente en nuestro continente. Aquí contaban mucho Hernández Arregui, Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos.

En tercer término, romanticismo al más puro estilo, esto es, confianza en las tradiciones populares, encuentro hacia el pueblo real, y, por ende, sospecha generalizada respecto de los intelectuales. Recordemos en nuestra defensa que era la época de Paulo Freire y de su pedagogía de la liberación. El pueblo sabía, a veces podía ocurrir que no supiera que sabía, y en esos casos el papel nuestro, el de los intelectuales, era lograr generalizaciones y abstracciones de ese saber práctico. Nos gustaba aquel Lukacs de ¿Qué es el marxismo ortodoxo? Nos hubiéramos enamorado de Edward P. Thompson, con su Lucha de clases sin clases, lástima que no lo conociera en aquel entonces, al menos yo.

En cuarto lugar, a pesar de nuestro gran interés por la historia económica y política de América Latina y de los pueblos del Tercer Mundo, escasa conciencia que nuestro proceso era simultáneo al que acaecía en otros lares, esto es, el hincapié en la especificidad de nuestra historia nos cegaba un tanto respecto de otros procesos contemporáneos y nos llevaba en algunos casos a descubrir la pólvora. De todos modos, había polémicas que creaban posturas enfrentadas con el cuchillo entre los dientes: ¿estábamos con Weffort o con Cardoso? ¿Con André Gunder Frank o con Rodolfo Puiggrós? Años después el trotsquista André G. Frank se escandalizaba en Ámsterdam cuando le contaba cómo su heterodoxia abonaba las posiciones de nuestro peronismo incipiente-

En quinto lugar, un planteo de la relación entre teoría y práctica, muy influido por Mao, por el Che, y por la última tesis sobre Feuerbach, planteo que invertía la frase de Lenin, afirmando de hecho que no puede haber teoría sin práctica revolucionaria. La actividad transformadora era la madre de la reflexión teórica. Las clases sociales dejaban de ser categorías abstractas pensadas por un filósofo alemán, para convertirse en movimientos vivos de las grandes masas y sus definiciones surgían de la lucha y no de elucubraciones surgidas de un autoproclamado partido revolucionario.

Fue así que amotinamos la carrera: se llegaron a producir asambleas con cientos de estudiantes donde luego de horas de discusión votábamos a favor o en contra de tal esquema teórico. El conocimiento era el correlato necesario de la actividad militante; el estudio para la materia era apenas una parte de nuestros estudios, al lado de cada autor fijábamos posición en pro o en contra, recurríamos a fuentes que en ocasiones habían sido estigmatizadas por la academia, tal el caso de Jauretche. La aventura intelectual no se justificaba sin la actividad comprometida.

Luego, y muy rápidamente, este proceso interno engarzó con lo que acontecía en el país. Se hablaba en aquel entonces de la nacionalización de las clases medias. Estas, proscriptas por Ongania desde 1966, descubrían que los trabajadores sufrían igual proceso desde 1955. Y grupos como Praxis, la izquierda revolucionaria, el partido revolucionario de la izquierda nacional, el Partido Socialista de Vanguardia y otros, se fueron volcando -sucesivamente para nosotros, muy simultáneamente en perspectiva histórica-, a engrosar y en muchos casos a crear las estructuras peronistas en su versión más revolucionaria. Por supuesto, también la izquierda, al tener esa sangría, también se transformó, el partido comunista se achicó y grupos como el partido revolucionario de los trabajadores, o el partido comunista revolucionario crecieron con una celeridad inesperada.

Fueron años de avance popular, de insurrecciones, cordobazo, rosariazo, etc., de acciones armadas, de huelgas generales, de elecciones sin proscripciones. Y, retrospectivamente, diría que la saga de las cátedras nacionales tendía a diluirse ya hacia 1972 en ese gran magma de la Argentina de entonces. Y con ello, y en defensa de esas queridas cátedras, quiero afirmar que las críticas sesgadas de Verón, de Delich, incluso del mismo Murmis, tienden a ignorar que se trató de un proceso que tuvo apenas 4 ó 5 años, llevado adelante en general por muy jóvenes sociólogos cuyos caminos rápidamente tomaron obligaciones más urgentes. Desde el punto de vista de la producción escrita concreta se hizo poco, hicimos poco. Sin embargo, su influencia, casi convertida en un mito, subsiste hasta hoy. Quizá porque fuimos lo otro del sistema, porque mostramos la posibilidad de una reflexión sin ataduras, de una búsqueda política y cultural sin corporativismos.

Fue así que en 1973, las concepciones universitarias que se discutían en el seno de las cátedras nacionales irrumpieron con fuerza en la orientación de las autoridades universitarias de entonces en todas las universidades argentinas:

- La necesidad de una formación histórica general para todos los estudiantes se plasmaba en cátedras con esta problemática para todas las carreras,
- la necesidad de poner el conocimiento al servicio del pueblo se expresaba en modificaciones curriculares que exigían, por ejemplo, que los estudiantes de medicina desarrollaran actividades entre sectores populares, al igual que los que estaban en otras carreras, realizaban prácticas donde se combinaba el conocimiento incipiente y el compromiso social, alejándonos de la formación puramente libresca.
- la politización se expresaba en asambleas donde las autoridades daban cuenta de sus actividades a toda la comunidad universitaria.

En el plano de la anécdota pequeña, les diré que éramos tantos los docentes y sociólogos inmersos en el proceso político de 1973 que tuvimos muchas dificultades para lograr que alguien se hiciera cargo de la carrera y después de varios topetazos, paradójicamente debimos recurrir a alguien que no había egresado de la UBA. Rápidamente se llevó adelante una reforma curricular que expresaba nuestras posiciones. Esos planes de estudio están en los archivos de la Facultad y para quien le interese es agradable consultarlos a fin de verificar con más profanidad nuestras concepciones de aquel entonces. E incluso hacer un estudio al respecto pues no conozco ninguno que los tome como núcleo temático. Más en general, la universidad del 73-74 es todavía un objeto de estudio sobre el que se debe avanzar más pues su existencia rompe los mitos del reformismo tradicional y de un peronismo sin propuestas.

Ya hablé demasiado, quizá quiero dejar una sola conclusión: no nos planteábamos el cielo por asalto, aquel era nuestro cielo y todavía hoy lo añoramos.


* Exposición de Ernesto Villanueva en el Panel: El cielo por asalto. La sociología en los 60 y 70. realizado el día 6 de noviembre de 2007 en el marco de las VII Jornadas de Sociología

martes, 6 de noviembre de 2007

Envido y el diseño de una universidad nacional, popular y antiimperialista * (Aritz e Iciar Recalde)

La revista Envido publicó diez números entre julio de 1970 y noviembre de 1973 y estuvo dirigida por Arturo Armada. Entre sus colaboradores permanentes, la revista contaba, al igual que Antropología del Tercer Mundo, con un colectivo intelectual heterogéneo. Entre otros, escribían, Horacio González (que como señalamos en el apartado anterior, también colabora en Antropología del Tercer Mundo), Juan Pablo Feinmann, que venía de Filosofía y contaba con una formación teórica influida por Hegel, Marx y Sartre; Abrales y Lach, venían de las Ciencias Exactas, Armada de Filosofía y del cristianismo militante, Bresci, era un cura tercermundista, Jorge Bernetti era periodista, Abel Posadas y Santiago González venían de Letras.

Envido fue una revista de ciencias sociales vinculada a la izquierda peronista, que como Antropología del Tercer Mundo, conjugaba y sintetizaba también, tres tradiciones político-ideológicas: peronismo, marxismo y cristianismo. Su objetivo fundamental estuvo trazado en torno a llevar a la universidad los postulados de lucha por la liberación nacional del peronismo como movimiento nacional de masas. De esta manera, el diseño de una política estrictamente universitaria con tintes combativos fue el centro de su proyecto, que veremos materializado en la universidad peronista durante el período 1973-4 y que será su rasgo primordial y distintivo, por ejemplo, del proyecto de Antropología del Tercer Mundo. A través de sus páginas, se reunían notas sobre las ciencias y sus aplicaciones, crónicas políticas acerca de la coyuntura nacional y documentos de agrupaciones universitarias peronistas o vinculadas al debate político en la universidad y de los Sacerdotes del Tercermundo. Encontramos entonces, múltiples esbozos y documentos del proyecto de universidad que materializará en 1973 durante el gobierno camporista que trataremos en apartados subsiguientes.(1) La universidad comenzaba a verse con interés por estos sectores del peronismo y como necesitada de contar con políticas propias. En el Nº 7 (octubre de 1972), se publica la “Declaración del Congreso Nacional de Estudiantes Peronistas” (2), donde se establece:

“La necesidad de algo más que el número, cuadros medios capacitados política y moralmente que vayan haciendo posible la transformación del número en fuerza, la espontaneidad en organización.”

Resulta fundamental para nosotros, observar que a través de Envido se da a conocer por primera vez y públicamente, el proyecto de transformación de la universidad (que reiteramos, veremos hecho realidad en la universidad popular de 1973), tendiente a integrarla al movimiento total de reconstrucción nacional. El Estado según esta publicación, debería ser el encargado de planificar la organización universitaria en sus aspectos políticos y doctrinarios: formación política, capacitación profesional, afirmación de la conciencia nacional, servicio al pueblo y responsabilidad social, igualdad de oportunidades, defensa de los intereses nacionales y asesoramiento al gobierno popular. La centralidad de Envido en la proyección y planificación de las transformaciones en la universidad no tuvo parangón con ninguna otra publicación del período, ni siquiera con Antropología del Tercer Mundo.

Notas:

(1) Por ejemplo, en el Nº 6 (enero de 1973) se publica el “Documento presentado por la JP, a pedido del compañero Cámpora”, en el Nº 9 (mayo de 1973), el Documento de trabajo “La nueva Universidad: Resumen de pautas para su implementación”, extracto del documento “Análisis y propuestas de una política nacional para la universidad” FURN, entre muchos otros.
(2) Es interesante observar la masividad de organizaciones estudiantiles peronistas del período distribuidas en las diferentes provincias del territorio nacional. Firman este documento, entre otras: agrupaciones de Santa Fe (Ateneo, MUP, Integralismo), Rosario (JUP, JULN), Corrientes (Ateneo, FAUIN, Integralismo), Chaco (FAUIN- Integralismo, Integralismo Secundario), Tucumán (JUP, FERBA de base antiimperialista), Paraná (Grupo Universitario Peronista), La Plata (FURN, FAEP), Buenos Aires (MAS, CENAP, CEP, FANDEP, GUP, Cimarrón, BP Derecho, Grupo Teatro Peronista, MIF, AEP (del MRP), Neuquén (LEN), Viedma y Patagones (secundarios ESP).
* Este texto forma parte del libro “UNIVERSIDAD Y LIBERACION NACIONAL", de Aritz e Iciar Recalde, Nuevos Tiempos, Lanús, marzo de 2007.