martes, 12 de febrero de 2008

Universidad y Organizaciones Sociales: un camino para la integración de la Universidad en el Proyecto Nacional (Mov. Univ. Evita) (1º Parte) *

Tras los muros

Más allá de la diversidad arquitectónica de nuestras unidades académicas, tenemos la certeza de que todas ellas durante gran parte de su historia, han permanecido amuralladas, enclaustradas, con escaso contacto con la realidad nacional y social.

No desconocemos las implicancias de este debate que volvemos a plantear y la posición que sostenemos no significa negar que las Universidades Nacionales nos han brindado por años miles de profesionales sin los cuales nuestro país y nuestra sociedad no serían concebibles, posibles. Y nuestra Patria es un proyecto posible. Pero en esa posibilidad reside también la necesidad de derribar los muros que delimitan la función social que las Universidades pueden y deben tener. Es hora de inculcar un poco de claustrofobia en nuestros claustros, a partir de ensayar nuevas prácticas que transformen la enseñanza, la investigación, la extensión, la gestión universitaria, la política estudiantil, y todas las actividades universitarias que concibamos, en función de insertarlas, en mucho mayor, grado en la realidad nacional y social.

Los límites de éstas prácticas tienen que quedar claros. No sería posible ni deseable que las Universidades asuman responsabilidades que les competen a otros organismos del Estado. Está claro que nuestras Universidades Nacionales no pueden hacerse cargo de la salud de toda la población, de la administración de justicia, de la obra pública, de la alfabetización, de la definición de la política económica, o de las relaciones exteriores. Estas son funciones del Estado.

Pero eso no implica que no puedan ser parte en la solución de estos problemas, tanto en la elaboración de propuestas, como en una práctica que les permita ayudar y aprender al mismo tiempo. Y hay muchos ejemplos históricos y contemporáneos de utilización de la capacidad instalada universitaria en el aporte o soporte para la resolución de todo tipo de asuntos de la comunidad. Desde las prácticas más institucionalizadas en los institutos de investigación universitarios (en aquellos casos en los que los objetivos de la investigación se acoplan a alguna demanda o necesidad de la sociedad), hasta las iniciativas más cuestionadoras originadas en la voluntad de docentes, alumnos o investigadores, entre las que podemos incluir ejemplos de los más diversos, como los talleres para la producción de medicamentos o el Plan Fénix.

También debe quedar claro que la “bendición” académica de una idea, no le otorga categoría de Verdad absoluta por lo que las ideas propuestas no deben transformarse en ideas impuestas. Esto que parece una obviedad y que dicho así suena algo trillado, no lo es tanto para quienes tuvimos la oportunidad de estar de ambos lados del muro. Existe una concepción más o menos disimulada que equipara democratización del saber con difusión del saber académico hacia la comunidad, lo que lleva a una mirada unilateral y soberbia, y en definitiva a una vía muerta, sin retorno.

Entendido esto, se abre un enorme campo para la interacción entre las Universidades Nacionales y la sociedad. El Programa de Voluntariado Universitario es, sin duda, un avance sobre ese campo. Y un trabajo de sistematización de los resultados de algunas de las experiencias que desencadenó, nos permitirán entender la dinámica de la relación directa entre la Universidad y las organizaciones sociales. Y avanzar en una propuesta mucho más integral que nos permita implementar una política que sirva para que la Universidad al servicio del Pueblo deje de ser una consigna y se transforme en un avance irreversible.

Reseña histórica: La función social de la Universidad

La Reforma de 1918 es tomada como emblema de las luchas estudiantiles en nuestro país y en Latinoamérica. Un análisis minucioso del periodo quizás podría aportarnos más elementos comparativos respecto del impacto que tuvo este hecho significativo para la región. Por momentos, parece haber desencadenado procesos políticos más profundos fuera de la Argentina que en la Argentina misma. Arturo Jauretche considera que en otros países de Latinoamérica, la Reforma “representó una aproximación del universitario a la realidad inmediata” (1). Quizás el caso mas significativo en este sentido sea el del Perú, donde los acontecimientos del ‘18 inspiraron la creación del APRA, fuerza política de amplia representación popular, con Haya de La Torre como su principal protagonista.

De todas maneras, la Reforma implicó un importante quiebre en la realidad universitaria nacional dando por tierra con la anquilosada estructura de participación y gobierno estatuido, como correlato del clima de ascenso y participación de las capas medias argentinas cristalizadas en el yrigoyenismo.

La Reforma marcó la agenda de la política universitaria de los siguientes años. Si bien muchas de sus reivindicaciones no tuvieron la fuerza para cristalizarse en términos institucionales en aquel momento, encontrarían gran asidero en momentos de mayor movilización social y participación popular. Este es el caso de la gratuidad de la enseñanza universitaria, uno de los principales ejes programáticos del 18, que recién pudo ser implementado bajo el primer gobierno peronista con la Reforma Constitucional de 1949.

Uno de los elementos novedosos de la Reforma es la extensión universitaria como eje político del movimiento estudiantil. Es decir que el ideario reformista no sólo planteaba reformas en términos de representación y gobierno, sino que también ponía sobre el tapete la función social de la Universidad (2). Por primera vez en la historia universitaria de nuestro país se plantea la vinculación entre la Universidad y la sociedad. Lamentablemente este será el costado más deficitario de la Reforma, puesto que no se planteará prácticamente ningún cambio en este sentido. La responsabilidad social de la Universidad sería una deuda reformista, convirtiéndose en un ladrillo más en el muro de las luchas inconclusas de los estudiantes y del pueblo.

La vinculación real de la Universidad con las problemáticas nacionales buscará expresarse con más fuerza recién bajo el peronismo. Con sus contradicciones (un movimiento estudiantil adverso y sectores poderosos de la jerarquía eclesiástica con el control de la Universidad), el primer peronismo logrará importantes avances –aunque también inconclusos- en la integración estratégica de la Universidad al Proyecto Nacional de desarrollo autónomo. Mencionaba líneas arriba, cómo el peronismo recupera una de las principales banderas reformistas como es la gratuidad de la enseñanza universitaria, garantizando el acceso al hijo del obrero y sentando las bases de la universidad de masas, dando por tierra con el fuerte corte elitista que se venía sosteniendo.

Pero el punto de ruptura más fuerte del primer peronismo se va a dar en el año 1948 con la creación de la Universidad Obrera Nacional (UON). Esta nueva Universidad tenía sus antecedentes en el mismo peronismo con la creación y el fomento de las escuelas técnicas orientadas al modelo industrialista que se venía desarrollando en el país. Los egresados de estas escuelas tenían un condicionante muy fuerte para ingresar a la carrera de Ingeniería de la UBA, por disposición de las mismas autoridades que conservaban un fuerte sesgo de elitismo. Su acceso también se veía restringido por la disposición horaria que tenía la carrera, que obligaba al obrero a dejar su trabajo para dedicarse exclusivamente al estudio. Sin duda, otro elemento más de fuerte signo elitista. De allí el origen de la UON, como búsqueda de sortear la contradicción que impedía colocar la Universidad al compás de las necesidades del país. Siguiendo a Aritz e Iciar Recalde, “para permitir el ingreso de los sectores populares a la educación superior se implementarían horarios de clase compatibles con los itinerarios laborales” (3).

De todas formas, la UON será otro proyecto inconcluso y obturado por el golpe de Estado del 55. Hacia 1959, esta institución será rebautizada por la Revolución Libertadora como Universidad Tecnológica Nacional, alterando fuertemente su función social.

La historiografía liberal ha construido la idea de que del ‘56 al ‘66 existió una Época Dorada para la Universidad contraponiéndola a la Edad Oscura que suponía la Universidad bajo el peronismo. Existen muchos debates acerca del acierto de esta idea. Lo cierto es que en este período se funda el Departamento de Extensión Universitaria de la UBA, cristalizando institucionalmente una de las banderas del 18: la función social. Pero más importante aún fue la experiencia piloto que llevó adelante este departamento en la Isla Maciel. En palabras de Carla Wainztock, se trataba de un “proyecto pedagógico político”(4). Este consistió en una serie de actividades de apoyo escolar y de recuperación de desertores escolares, en la cual participaron equipos de todas las facultades de la UBA.

Juan Carlos Marín, uno de los protagonistas de esta experiencia, nos aclara el objetivo que compartía con sus colegas:

“El objetivo hacia dentro de la Universidad era que la Universidad tuviera una relación permanente con el medio social, en particular con los sectores más desfavorecidos. Porque la otra forma de relación, con los sectores más favorecidos, la tenía normalmente. Nosotros lo que queríamos era romper el clima del privilegio universitario. Esa era la idea-fuerza más importante, era una lucha contra el privilegio. Nuestro programa, por eso, era esencialmente político; era tratar de que la Universidad tuviera una articulación con los sectores más desfavorecidos.” (5)

De lo citado podemos observar la soledad de la experiencia frente al modelo de Universidad que se venía forjando en función de otros intereses, más cercanos al de las grandes empresas multinacionales y más alejado de los intereses populares. Justamente, con respecto a la injerencia de las empresas y los organismos extranjeros, en los documentos del Seminario convocado por la FUA en 1962 se planteaba lo siguiente:

“Por no responder a una planificación nacional de las investigaciones el carácter de las misma es totalmente anárquico. Esta anarquía de la producción intelectual marcha paralela con la anarquía de la producción material, propia de la ‘libre empresa’ capitalista. (...) Si la investigación de los cientificistas responde a algún plan, es solamente al de los organismos extranjeros (...) que contratan sus servicios.” (6)

El golpe de Onganía en 1966 y su correlato en la Universidad, la “Noche de los Bastones Largos”, intentó imponer una economía sujeta a los designios del capital extranjero, al mismo tiempo que trató de modelar una universidad para pocos, mediante el establecimiento de exámenes de ingreso, y desconectada de los dramas del país y de los sectores populares.


Notas:

1- Jauretche, Arturo, “Los Profetas del Odio y la Yapa”, Ed. Corregidor, Buenos Aires, 2004, p. 136.
2- Aa. Vv., “Universidad y Estudiantes. Universidad y Peronismo”, Ed. Libera, Buenos Aires, 1965, p. 52.
3- Recalde, Aritz e Iciar, “Universidad y Liberación Nacional”, Ed Nuevos Tiempos, Buenos Aires, 2007, p. 77.
4- Wainztok, Carla, Cendali, Florencia, “Universidad y extensión: un proyecto pedagógico-político” (proyecto de investigación), en Revista del Seminario “Universidad, Proyecto Nacional y Estado”, Número 1, Septiembre/ Octubre 2004.
5- “Recuperando la experiencia del Proyecto Maciel (Entrevista a Juan Carlos Marín)”, en Revista del Seminario “Universidad, Proyecto Nacional y Estado”, Número 1, Septiembre/ Octubre 2004.
6- Documentos del Seminario de Tucumán convocado por la FUA en 1962 en Ceballos, C. “Los estudiantes universitarios y la política” (1955-1970), Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1985, p. 63.


* Artículo publicado en Participación e Innovación en la Educación Superior. Para que el conocimiento nos sirva a todos (Programa Nacional de Voluntariado Universitario, Ministerio de Educación de la Nación, octubre de 2007)

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