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sábado, 28 de febrero de 2009

Palabras de la Presidenta en la Biblioteca Nacional

PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN, CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER, EN EL ACTO DE FIRMA DE UN CONVENIO PARA LA REALIZACIÓN DE OBRAS DE REMODELACIÓN Y REFACCION DE LA BIBLIOTECA NACIONAL

Ciudad de Buenos Aires, viernes 27 de febrero de 2009


Muy buenos días a todos y a todas.

Realmente hoy es un día muy particular. Hace unos instantes estábamos con Clorindo Testa que nos estaba mostrando el proyecto de este Museo del Libro. A propósito, después, si el maestro sigue por ahí, le voy a preguntar por qué este escenario está inclinado así, porque da la impresión que se va a deslizar y da una cosa...

Está bien, acá me aclara el maestro que es para que sea más fácil caerse del otro lado. Está buena la explicación, maestro.

Es realmente también, de mucha emoción -querido amigo y compañero Elvio Vitale que estoy segura que si nos está mirando desde algún lado debe estar muy feliz, no solamente por el Museo del Libro al que él amaba entrañablemente, el libro era parte de su vida- porque fue pintado por otro compañero como Daniel Santoro, un gran artista argentino fuertemente comprometido por las más grandes causas nacionales y populares. (APLAUSOS)

Creo que hoy no debemos plantearnos tal vez que el Museo del Libro pueda parecer una contradicción, con este seguir intentando siempre que el libro sea el instrumento de discusión, reflexión y aprendizaje que todos hemos hecho.

Recién decía Horacio: somos hijos, nuestra generación y todas las anteriores, del libro, en un momento de comunicaciones globalizadas, de redes, donde parecen desplazar la hoja de papel. Pero yo creo que no va a tener lugar esto, más allá de la importancia que han adquirido las redes cibernéticas, porque el libro sigue siendo algo absolutamente irremplazable. El libro expresa por sobre todas las cosas, reflexión y permanencia de la reflexión. Por el contrario, los medios globales de comunicación, la red, son el momento, dura poco y realmente no se concibe como un espacio de reflexión y discusión.

Por eso pienso que, por las características mismas de nuestra condición humana, el libro más allá del hallazgo de las formas de comunicación, va a seguir siendo un instrumento irremplazable a la hora de la reflexión y de las nuevas ideas, sobre todo, en un mundo donde los paradigmas que creíamos, o que por lo menos algunos creían irremplazables e indiscutibles- no solamente se han derrumbado, sino que nos plantean a todos un desafío en el cual, creo que precisamente, ámbitos como el de la Biblioteca Nacional, con todo lo que esto conlleva, con todo lo que esto acerca a intelectuales, pensadores, a hombres y mujeres comprometidos no solamente con lo que les pasa a ellos en términos individuales, sino esencialmente con lo que le pasa a la sociedad y al conjunto, ven en este lugar, la Biblioteca Nacional y en el libro, un símbolo de la necesidad de repensar nuevamente el mundo que significa también repensarnos un poco a nosotros mismos como país. Y bueno es decirlo en estos momentos de profunda incertidumbre global, donde como recién decía, se derrumban castillos, ideas que parecían inamovibles e indiscutibles.

Creo que el rol que tenemos nosotros -y cuando hablo de nosotros hablo de nuestro país, la República Argentina que supo ser siempre en toda la América y especialmente en la América latina, un país señero en materia de liderar corrientes de pensamientos, de liderar nuevas corrientes de pensamientos alternativas- es muy importante que cumplir.

¿Por qué tenemos un rol muy importante que cumplir? Porque no solamente hablamos desde la teoría; hablamos también desde la propia experiencia histórica y política de nuestra sociedad y de nuestro pueblo.

Cuando sosteníamos la necesidad de elaborar la construcción de un proyecto nacional de país, sin negar al fenómeno de la integración en el mundo, que tuviera características y perfiles propios, que revalorizando la Argentina planteara un modelo de acumulación económica que también pusiera el centro en el trabajo, la producción y la redistribución del ingreso, no estábamos equivocados. Creo que es algo que tenemos que desplegar en toda su extensión, en momentos precisamente donde quienes desde afuera planteaban la inviabilidad de este modelo, hoy no pueden sostener ni siquiera lo que pensaban hace 48 horas, porque no se ve ni siquiera el fondo del vacío. (APLAUSOS)

No lo decimos desde un lugar de alegría, primero, porque no somos irresponsables, al contrario, somos profundamente responsables y creemos que precisamente por el producto de la irresponsabilidad de otros, hoy el mundo se debate en situaciones que tal vez algunos vean como un fenómeno económico o financiero, pero sinceramente pienso que lo económico y financiero en el momento actual, es solamente la punta del iceberg. Creo que hay un fuerte cuestionamiento a un modelo político. No hay modelo económico que no responda esencialmente a una previa formulación ideológica y política de cómo se establece ese modelo de acumulación económica y de las consecuencias sociales de ese modelo de acumulación económica.

Por eso creo que pensar que solamente el problema es de carácter financiero o económico, me parece que es no comprender la verdadera esencia del problema, que es la matriz política ideológica que ha desencadenado esta verdadera debacle internacional. (APLAUSOS)

Creo que en este sentido podemos hacer aportes a esa discusión que irremediablemente viene; que no va a pasar por organismos institucionales, tal vez ni va a pasar por grupos normalmente concebidos como grupos de poder en el mundo, porque va a venir un debate que van a provocar las propias sociedades ante la falta de oportunidades, ante la pérdida del trabajo, ante la pérdida del bienestar, y que es necesario además reencausar ese debate en términos de solidaridad y respeto a la condición humana. Porque la historia de la humanidad, también demuestra que en momentos de crisis económicas y de crisis sociales sobrevienen en algunas sociedades, actitudes, pensamientos muchas veces xenofóbicos, propios también de la condición humana. Hay algo innato en la condición humana a tratar de encontrar culpables, cuando las cosas no salen como uno quiere, cuando uno pierde el trabajo, su casa o las oportunidades de vida. Podemos encontrar en la historia de la humanidad múltiples ejemplos, donde las crisis económicas, la pérdida del trabajo, de las esperanzas y de las ilusiones, dieron lugar a movimientos políticos y sociales que terminaron con verdaderas tragedias de la humanidad.

Por eso creo que es muy necesario y muy oportuno, aquí, en la Biblioteca Nacional, en este día que abrimos la apertura de ofertas para la construcción del Museo del Libro, proyectado por el gran maestro Clorindo Testa, también autor de esta maravillosa Biblioteca Nacional, que los argentinos, especialmente aquellos y aquellas a los que nos gusta el debate de las ideas, a los que hemos sido ávidos lectores, polémicos, discutidores, peleadores como fue toda nuestra generación, saber que hoy tenemos un marco diferente. Hoy tenemos una democracia, hoy tenemos la posibilidad de expresar nuestras ideas.

Creo que es bueno que todo el pensamiento político argentino se aboque a la necesidad de formular estas nuevas categorías de pensamiento para un mundo que ya no es lo que fue ni volverá a ser lo que fue; estamos ante un mundo diferente. Es necesario entonces tener una gran apertura mental para poder precisamente repensar nosotros mismos estas nuevas categorías y enfrentar el desafío de volver a ser en este sentido, señeros y directrices en la formulación del pensamiento nacional.

No es una contradicción tener pensamiento nacional en medio de una globalización; al contrario, es la reafirmación propia, porque algunos creyeron -y esta es la gran diferencia de interpretación que tenemos que discutir y plantear- que globalización era igual a homogeneización y subordinación. Al contrario, la globalización debe ser un gran ejercicio de multipolaridad y también de muchas culturas diferentes.

Este es el gran desafío que tenemos; proyectarnos a esa globalización en un momento de crisis, desde nuestra propia experiencia histórica para el aporte de nuevas ideas que necesariamente sobrevendrán, como siempre ha sido luego de grandes crisis como las que ha vivido la humanidad.

Estamos frente a una de ellas y el desafío es volver a ejercer, volver a ejercitar ese pensamiento audaz, no convencional, no sometido a las reglas que vemos diariamente en los medios de comunicación, en las cuales casi se repite monocordemente un guión o un libreto que nunca se sabe quién lo elabora, pero que todos tenemos fuertes sospechas a qué intereses responden. (APLAUSOS)

Y como ha sido una característica de la intelectualidad siempre poner en duda lo que te afirman como novedad revelada, es también una deuda que la intelectualidad argentina tiene con la sociedad y con el pueblo para ayudar a desentrañar a la sociedad esos mensajes que le envían bajo aparente objetividad y prescindencia, pero que todos sabemos son directamente atentatorios de las posibilidades de movilidad social, de redistribución del ingreso y de una participación democrática de la sociedad.

Por eso creo que este es el gran desafío; lo hicieron grandes pensadores nacionales en medio del silencio, Arturo Jauretche, Escalabrini Ortíz, tantísimos argentinos que no aparecían en los medios de la época. Si uno lee diarios del aquel entonces, nunca va a encontrar a un Arturo Jaureche o lo que decía un Raúl Scalabrini Ortíz, o lo que decía un Homero Manzi o un Enrique Santos Discépolo; al contrario, estaban casi silenciados.

Seguramente, si hacemos una tarea de investigación de quiénes aparecían en los diarios, van a ser para todos los argentinos innotos desconocidos. ¿Saben por qué? Porque nunca dijeron nada importante, porque nunca dijeron nada que trascendiera. (APLAUSOS) Sin embargo, esos hombres que resultaron ignorados por los medios de la época, que eran desconocidos para el gran público, fueron los hombres que forjaron un pensamiento nacional que aún hoy resiste contra algunos embates y lo vamos a hacer como siempre, en forma victoriosa.

Muchas gracias y buenos días. (APLAUSOS)

martes, 18 de diciembre de 2007

Algunas notas acerca de la relación entre intelectuales y política: ayer y hoy (Segunda Parte) Iciar Recalde

El rol de las ideologías (1) es central en los procesos de transformación socioeconómica y en la formación de los intelectuales. Debemos situarnos en este marco para estudiar la conformación de la intelectualidad de izquierda revolucionaria a fines de los años ´60 y principios de los ´70 en Argentina, como también, para razonar críticamente en torno al viraje hacia posiciones neoliberales en el campo de la política y de la economía de los intelectuales de La Ciudad Futura, autoproclamados de izquierda y que lograron mantener esta identidad en el campo intelectual argentino hasta la actualidad, reproduciendo el divorcio entre práctica intelectual y acción política real. Esta cuestión forma parte de la enorme victoria en todos los frentes de la contraofensiva neoliberal. Que figuras tales como, por ejemplo, Juan Carlos Portantiero o José Aricó se autoproclamen entrada la década del ´80 como pertenecientes a la izquierda intelectual y, lo que es realmente preocupante, sean identificadas en los circuitos académicos y de producción intelectual como pertenecientes a esta tradición, conlleva a pensar el tamaño de la derrota ideológica instaurada tras la última dictadura militar y el peso de la hegemonía neoliberal vigente. Y no se trata aquí de sujetos cuyo pasado político obnubile el cambio radical de posición política posterior, esto es, por ejemplo, de figuras con escasa visibilización y repercusión en el campo intelectual de las décadas del ´80 y del ´90, que puedan quedar analogadas a sus posiciones políticas previas. Por el contrario, estos intelectuales fueron activos militantes de posiciones acatadoras y administradoras del orden y consiguieron máxima visibilidad en los circuitos académicos y de circulación intelectual hegemónicos, como veremos posteriormente desde las páginas de La Ciudad Futura y desde otros ámbitos de circulación intelectual.

Si observamos la inserción de su discurso durante los ´90, en muchos casos, advertimos que sostuvieron una posición que negaba en la práctica cualquier forma concreta de militancia partidaria crítica de la dependencia y si además, observamos la inserción concreta de su discurso en el proceso de transformaciones neoliberales, su planteo alcanzó meramente la formulación de una vaga agenda progresista. Las posiciones que adoptaron algunos de estos intelectuales en este período, hubieran sido impensables décadas atrás en los ámbitos de la “nueva izquierda” a la que pertenecían. Creemos que la posibilidad de este viraje fue operable principalmente, por el quiebre cultural y social desarrollado inicialmente por el terrorismo de Estado desde 1976 y perpetuado durante los regímenes democráticos posteriores.

Es claro que las condiciones de la intervención intelectual variaron después de la derrota política acontecida tras la dictadura de 1976. Esto es, creemos que no resulta suficiente el argumento de la “traición” sino que es preciso, examinar como factor determinante la mutación radical acontecida en nuestro país y en el mundo que repercutió en las posibilidades de intervención de los intelectuales respecto a la realidad circundante. A la inversa, vale la pena anotar las opiniones vertidas por estos intelectuales sobre la militancia política argentina de décadas anteriores. Estas prácticas, en muchos casos, fueron caratuladas como un resultante catastrófico de la política y la cultura nacional: serían intelectuales “canibalizados” por la política, en un campo intelectual que cedió sus preciados límites a la política. Beatriz Sarlo, colaboradora de La Ciudad Futura, expondrá desde las páginas de la revista Punto de Vista: “(…) Los intelectuales que, al comienzo de los años sesenta, desarrollaron los temas de “nueva lectura del peronismo” estaban movilizados por la idea de que si la política de izquierda debía cambiar en Argentina, ese cambio se produciría por la relación entre nueva política y nuevos discursos. Esto quería decir que la dimensión propiamente intelectual de su actividad podía funcionalizarse a la dimensión propiamente política (…) “funcionalizar” supone una adecuación del discurso y la problemática; pero en esta adecuación estaba implícita la posibilidad de que el discurso de los intelectuales fuera canibalizado por el discurso político. Esta posibilidad fue la que, finalmente y ya avanzada la década del setenta, terminó realizándose. El discurso de los intelectuales pasó de ser diferente al de la política, aunque se emitiera en función política o para intervenir en su debate, a ser la duplicación, muchas veces degradada (porque violaba sus propias leyes) del discurso y la práctica política. De la etapa crítica (…) habíamos pasado al período del servilismo, sea cual fuere el amo (partido, líder carismático, representación de lo popular o lo obrero) que nos convertía en siervos.” (2)

Argumentos como los esgrimidos por Sarlo se sucederán recurrentemente a través de la pluma de varias figuras de La Ciudad Futura. Esto es, el diagnóstico no partirá del supuesto de que existió una atroz dictadura y un avance conservador a nivel mundial: en realidad, aquellos intelectuales que durante dos décadas estuvieron implicados en un proceso de cambio radical de la sociedad, que partía de un movimiento de masas que obviamente los excedía y del que comenzaron a formar parte activamente, se habrían equivocado en bloque, habrían sido súbditos sin capacidad crítica.

Por otro lado, es interesante resaltar que las consecuencias de la gran debacle neoliberal no las vivió gran parte de esta intelectualidad beneficiada desde la ocupación de espacios institucionales o, al menos, con mayores posibilidades de marchar al exilio, sino la sociedad en bloque. De hecho y en relación a la construcción de cierto recorte de la historia reciente, clausurada la dictadura y abierto el proceso de apertura democrática, es lícito reflexionar en torno a cuáles fueron las causas que dieron lugar a cierta cristalización de presupuestos a través de la cual se suele analogar en el imaginario social de la clase media la figura del desaparecido a la del intelectual y no a la del obrero o trabajador en general, cuyo porcentaje sobrepasa abruptamente en los distintos ámbitos de militancia el número de desapariciones y muertes, teniendo en cuenta el gran desarrollo organizativo de los sectores trabajadores en este período. (3) La herencia semántica de la Dictadura -que no fue “Proceso” ni “Dictadura militar” en términos de unas Fuerzas Armadas díscolas que tomaron el poder sin encarnar intereses concretos de sectores dominantes-, cristalizó profundamente en el imaginario social, a través de discursos y textos institucionales. Piénsese, en el tipo de historia que narran los textos escolares preparados por el Ministerio de Educación y en el tipo de interpretación que fija el Estado en la narración de la memoria colectiva. El recorte selectivo que se lleva a cabo en torno a la figura del “desaparecido” en el ámbito de la opinión pública, suele ser analogable a figuras tales como las de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y en menor medida, Francisco Urondo. Que se circunscriba al terreno específico de la producción cultural o de las figuras ligadas al campo intelectual y artístico, la inmensa lista de perseguidos, desaparecidos y muertos, cuando más del 50 % de las desapariciones en Argentina, entre 1976 y 1983, corresponden al movimiento obrero es bastante llamativo. Por supuesto, que en esta selección tendenciosa, la desaparición de figuras como los mencionados Walsh y Conti, se explica como consecuencia de su práctica artística específica y no de su militancia política concreta: Walsh fue orgánico a Montoneros y Conti al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). El vaciamiento de la materialidad de la memoria social fue una de las grandes victorias del terrorismo de Estado.

En el arco de funciones de los intelectuales durante las décadas del ´60 y ´70 encontramos posiciones que van desde la criticidad -el intelectual como conciencia crítica de la sociedad- hasta la radicalización política y la asunción de tareas y posiciones revolucionarias, que corre pareja a la cuestión de la organicidad sea a un partido o a un movimiento político específico. El sentido del rol que debía jugar el campo intelectual de estas décadas se debatía en gran medida entre esas dos posturas. Era impensable que los intelectuales se definan escindidos de algún tipo de responsabilidad respecto a la sociedad de la que formaban parte. Portavoces de los desposeídos, voz de los que no tenían voz, conciencias críticas de la sociedad: la criticidad o la organicidad no eran posturas que podían asumirse o no asumirse tal como resulta la vara de toque para las generaciones que nos incorporamos en la vida intelectual y política entrada la década del ´90, donde el intelectual orgánico o crítico de la dependencia y de las medidas del gran capital suele ser tildado con el mote de “arcaico” o “setentista”. Intervenir en los debates políticos o en la cosa pública suele estar matizado con signos peyorativos, en la medida en que esa sería una tarea de “políticos” en sentido estricto, de profesionales de la actividad.

Lo que se llamó “radicalización” (4) entrada la década de 1970 y que supuso el pasaje a la “acción concreta” de múltiples intelectuales, se tradujo las más de las veces, en organicidad y especialización de tareas y en otras, en abandono de la tarea intelectual específica para pasar a contribuir en otras labores inmediatas para la coyuntura política, fue para los intelectuales de La Ciudad Futura una forma de abandono del ideal crítico. A modo ilustrativo, en el Nº 35 (verano 1992-1993) la revista organiza una mesa redonda centrada en el debate sobre los años ´70, donde participan hijos de militantes de aquel período. Ilustrativas de las opiniones vertidas frente a una suerte de pregunta disparadora de la revista (“Ustedes sufrieron las consecuencias de una actividad que desarrollaron sus padres en la década del 60. Estas fueron duras: el exilio, la muerte de algunos, las idas y vueltas, la cárcel, la separación con sus padres. A partir de esto ¿qué opinión tienen del compromiso que ellos asumieron?”), respecto al nuevo paradigma de compromiso intelectual, son las palabras de uno de los partícipes, Pablo Semán, una de las nuevas figuras jóvenes que se incorporan a la revista en los ´90: “(…) Entre los que estamos hoy acá, hay una vocación de intervención pública que entre la academia y la política recoge una parte de lo que produjo esa generación. Sobre todo en los setentas, años en los cuales las fronteras entre estos dos ámbitos eran borrosas, y permitían cierta polifuncionalidad. Y digo una parte, porque hacia los setenta la academia se desdibujó en beneficio de El Partido (el de cada uno) y El Partido en beneficio de la Organización. (…) Entre estos dos momentos las pasiones cambiaron de cualidad, y yo prefiero la primera parte. Si se plantea que el primer momento lleva inexorablemente al segundo yo digo que no.” (5)

Esta suerte de negación de la intervención política de los intelectuales que refrendan también, las palabras de Sarlo citadas previamente, será una nota distintiva de la revista, encarnada en figuras de la generación del ´70 y en las nuevas generaciones que participan en el proyecto editorial. La reivindicación de la vocación intervencionista en los límites de lo académico, esto es, de la institución de formación y reproducción del saber (la universidad, en este caso) como “isla” desgajada de las necesidades de las mayoría sociales se consolidó como un modelo que pervive al día de hoy.

Ahora bien, en una coyuntura donde la tarea política concreta e inmediata se tornaba imperativa, como se torna también en la actualidad, lo era y lo es para todos los sujetos implicados en un movimiento de cambio, sin distinción de roles sociales específicos. La radicalización de los intelectuales se inscribió, además, en la crisis generalizada de los valores y de las instituciones tradicionales de la política: de la democracia parlamentaria, de los partidos políticos y de los criterios clásicos de la “representación” política en un país donde a partir de 1930, los golpes de Estado y la violencia militar marcarían los ritmos políticos de la vida nacional. La creencia generalizada en este período, y sobre todo tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en el año 1955, de que en una democracia de proscripciones la única forma de hacer política era la que daban las propias estructuras -a la violencia estatal se responde con violencia popular- se dio fundamentalmente porque no se podía ejercer la democracia parlamentaria. Esto es, la radicalización de los intelectuales como asimismo la radicalización de vastas franjas de sectores populares fue producto de la violencia de los sectores reaccionarios. Es ilustrativo pensar que entre 1945- 1955 no existió ninguna organización armada, exceptuando la vinculación de, por ejemplo, el PS y la UCR a acciones terroristas desplegadas conjuntamente con sectores de la oligarquía local.

Creemos que es fundamental señalar aquí esta cuestión, en la medida en que la historiografía acerca del proceso de radicalización del campo intelectual del período suele marcar como eje fundante y causal de la misma la influencia que tuvo en Argentina el fenómeno de la Revolución Cubana. Ésta tuvo un influjo importante en la izquierda y en los sectores juveniles universitarios más que en el peronismo y fue central en la formulación de propuestas revolucionarias en personajes de cuño peronista tales como John William Cooke pero, lo que resultó la piedra de toque de la crítica radical al sistema político y al modelo social vigente fue la proscripción del mayor partido de masas de la historia argentina, el peronismo, y la violencia ejercida a través del bombardeo a la Plaza en 1955, las persecuciones y las muertes de militantes populares. Incluso, algunas acciones armadas del período de la Resistencia son previas a la experiencia cubana. Los sectores populares sí creían en el mecanismo electoral y las cifras electorales sin proscripciones del período lo confirman. Fueron los sectores que impusieron la proscripción los que no creían en el valor del voto y de la democracia parlamentaria. La radicalización no estaba en la cabeza de los intelectuales meramente por la influencia de revoluciones en otras latitudes sino, que fue un proceso de mutación social al que llevó la práctica misma de la dinámica política nacional.

Entonces, que el modelo de intelectual propiciado por el colectivo nucleado en torno a La Ciudad Futura haya podido instaurarse tan poderosamente en el imaginario social y en las diversas instituciones y usinas ideológicas como paradigma de accionar legítimo, se vincula al mencionado contexto experimentado en nuestro país y en el mundo. Tiene su correlato nacional en términos políticos, económicos, sociales y culturales específicos tras el golpe de Estado de 1976 que instaura un modelo de dominación que hace trizas el antiguo modelo caracterizado por su estructuración en torno a un país con una industria nacional mercado internista, con un Estado de bienestar regulador con competencias amplias y por una economía de pleno empleo con salarios altos producto de la acción y la organización del movimiento obrero en sindicatos, como asimismo respecto a los proyectos de cambio radical de la sociedad propiciados por las organizaciones revolucionarias peronistas y no peronistas.


Notas:

(1) En su visión negativa, las ideologías operan de manera inconsciente como estructuras de significado y son parte constitutiva de la manera de ver, interpretar y actuar de los sujetos que producen y reproducen modelos de relaciones sociales de las que no pueden, en muchos casos, dar cuenta en el plano de lo consciente. En su visión positiva, las ideologías o lo “ideológico” supone el posicionamiento político de los sujetos frente a los otros y al modelo social.

(2) Sarlo, Beatriz, “Intelectuales: ¿escisión o mimesis?”, en Punto de Vista, Nº 25, Buenos Aires, diciembre de 1985, pp. 1-6.

(3) Una fuente de datos acerca de los índices y las características de las desapariciones en nuestro país se encuentra en Verbitsky, H. Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1985, p. 45.

(4) Este concepto, muy utilizado para caracterizar las transformaciones acaecidas en la intelectualidad del período, merece una aclaración por su parcialidad. Podríamos preguntarnos de qué se trataba la cuestión de “ser radical” en un país que experimentó una dictadura -con breves intervalos- desde 1955 hasta 1983. ¿Se trataba de resistir a las proscripciones, a los fusilamientos de José León Suárez, al Decreto Nº 4161? ¿O acaso al cierre de partidos y sindicatos, al plan Conintes, a la Doctrina de Seguridad Nacional, al Plan Cóndor? ¿Radicales no fueron acaso la UCR y el PS que apoyaron el golpe de 1955 y los bombardeos? ¿La represión del Conintes? ¿El plan de Martínez de Hoz, las privatizadas y su aparato represivo policial? En Argentina todo preso por robar por hambre o marginalidad es preso “político” y “radicales” son los liberales que matan de hambre y reprimen, no únicamente los guerrilleros.

(5) “Hijos de los Setentas”, La Ciudad Futura, Nº 35 (verano 1992-1993). Mesa redonda coordinada por Lucrecia Teixidó y Sergio Bufano. Participan de la misma, Julián Gadano, Marcelo Leirás, Ernesto y Pablo Semán y Karina Terán. Los hermanos Semán serán parte de las nuevas generaciones intelectuales de la revista en los ´90. pp. 8-10.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Algunas notas acerca de la relación entre intelectuales y política: ayer y hoy (Primera Parte) Iciar Recalde

“El intelectual revolucionario es aquel que no concibe el acceso a la cultura como un fin en sí mismo ni como atributo personal, sino como una ventaja que un régimen injusto pone al alcance de unos pocos, y sólo tiene justificación en cuanto parte de ese reconocimiento sea compartido por las masas y contribuya a que éstas enriquezcan su conciencia de la realidad. En cuanto pueda transformarse en acción revolucionaria.” John William Cooke

“Aspiro a no ser más que un instrumento de una conciencia colectiva que se hace punta en la pluma del que escribe y que la transición se produzca espontáneamente, según me diluyo, al escribir, en la multitud. El escritor, como el poeta (…) no habla para el pueblo sino por el pueblo.” Arturo Jauretche (1)


Cualquier análisis de alguna problemática específica en torno al campo de la cultura (2) y a la función de los intelectuales, debe contemplar el territorio y el contexto social material específico en el que dicha práctica cultural o rol intelectual se configuran, esto es, bajo qué modelo de relaciones sociales y en qué tipo de orden social se desarrollan. Con esto, no intentamos sostener esquemas mecánicos reductivistas del tipo base determinante- superestructura (3) determinada pero, creemos que las relaciones productivas y de explotación de los sistemas de dominación actuales y sus dinámicas concretas, son factores decisivos en la configuración de las prácticas y de los perfiles intelectuales en determinado momento histórico.

El capitalismo en particular no se define únicamente como un sistema de propiedad sostenido por medio de un aparato represivo, sino que además, está constituido por una multiplicidad de prácticas e instituciones que “circulan por la sangre” de los individuos a través de sus relaciones familiares, sociales, políticas, etc., reproduciendo las condiciones generales del sistema.

En las sociedades capitalistas, toda clase gobernante consagra parte importante del excedente que obtiene como producto de la explotación de la producción material, al establecimiento y mantenimiento del orden político y simbólico que le da sustento. El orden social y político que mantiene un mercado capitalista, como las luchas sociales y políticas que lo crearon, supone necesariamente un tipo de producción simbólica particular. Desde las escuelas, los periódicos, los medios masivos de comunicación, los intelectuales, etc., toda clase gobernante produce, por medios variables pero siempre de modo material, un orden político, cultural y social específico. Estas instituciones y sus prácticas específicas no son de ninguna manera “ideales” sino que forman parte del proceso material total.

En este espacio, entonces, se inscribe la lucha de los intelectuales, entendidos como los sujetos que sostienen el desarrollo del aparato productivo -organizando el funcionamiento de las fábricas, por ejemplo- y que son además, en sentido amplio, los mentores estratégicos de la estructuración política del sistema institucional. Además y en el sentido tradicional del término, son los productores de consenso, en tanto legitiman un orden simbólico, un cúmulo de prácticas y un conjunto de instituciones particulares que les sirven de apoyo, como por ejemplo, los medios de comunicación o el rol de difusión programática de los partidos políticos.

De esta manera, para definir al intelectual y sus distintos tipos es necesario, ante todo, situarlo en la sociedad de la que forma parte para analizar su función específica en el campo particular de pertenencia -economía, derecho, letras, periodismo, etc.-, para qué proyecto trabaja, cómo se posiciona frente al poder o al régimen político imperante, entre otras cuestiones. Estas variables darán lugar a figuras disímiles, desde el dirigente político al técnico, pasando por toda la gama de aparatos ideológicos de Estado -educación, medios de comunicación, prensa, ministerios, etc.-.

En este sentido, es que creemos que es fundamental estudiar las vinculaciones entre el campo intelectual y el modelo neoliberal. Contrario a este punto de vista y estrechamente relacionado a los integrantes de La Ciudad Futura, podemos establecer que a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 fue habitual en diversos espacios de debate académico e intelectual, plantear que la función intelectual era totalmente escindible de la política y de cualquier argumento en torno a los mecanismos de poder implicados en una sociedad. Esta tesis daría auspicio a la supuesta independencia de “técnicos, periodistas e investigadores a-políticos” partícipes de cátedras universitarias, revistas, programas de televisión o cargos públicos.

En este punto, es importante discutir la noción de “autonomía” que suele utilizarse para analizar las relaciones entre cultura y política sin siquiera el entrecomillado, del campo de la cultura en relación al campo de la política. (4) Los significados y valores que emergen de grupos y clases sociales diferenciados, lo hacen sobre la base de condiciones y relaciones sociales históricamente dadas -con determinados enemigos, disputas, conflictos, etc.-, a través de las cuales, los sujetos actúan y responden a sus condiciones de existencia. No existen dos esferas de la práctica social escindidas, sin implicancias y pujas de intereses mutuos sino que por el contrario, en sociedades periféricas como la argentina, los intereses políticos tienen la capacidad de incidir en el desarrollo y en la modificación de los espacios culturales en la tarea de afianzamiento, perpetuación o transformación del modelo social. Por eso, los ámbitos de formulación de la cultura de masas –TV, periódicos, revistas, etc.- son espacios de lucha política donde se disputan los significados sociales y el modelo social en su totalidad.

Claro está que al pensar la lucha política o la lucha cultural, estamos pensando siempre, en el terreno concreto, en actores específicos y en los intereses materiales que éstas disputas encarnan. Pensamos, por ejemplo, en las dictaduras latinoamericanas y cómo éstas han actuado como expresión de intereses definidos -piénsese en el golpe de Estado de 1976 en nuestro país, tanto en lo referente a los intereses externos norteamericanos en coalición con los intereses de grupos económicos locales- enarbolando las banderas de la lucha anticomunista, antiguerrillera para salvar la nación de la amenaza foránea -léase, el marxismo- y encaminarla hacia la tan mentada “paz social”. Esto es, es necesario analizar cómo determinados regímenes han tenido su correlato en los miles de muertos, en la implantación de modelos sociales altamente excluyentes y en la fijación de determinado modelo de cultura que debe examinarse entonces, en sus razones políticas y económicas concretas y no en términos de una supuesta “práctica cultural autónoma”, producto del lenguaje, del universo de lo simbólico, etc.


Notas:

(1) Jauretche, Arturo, Manual de zonceras argentinas, Corregidor, Buenos Aires, 2005, p. 19
(2) Utilizamos el concepto de “cultura” desde la óptica del materialismo cultural, como campo estratégico en la lucha por ser un espacio articulador de los conflictos sociales entre clases, como el terreno de la hegemonía, que permite pensar el proceso de dominación social no como imposición desde un exterior y sin sujetos, sino como un proceso en el que una clase hegemoniza en la medida en que representa intereses que también reconocen de alguna manera como suyos las clases subalternas. Es decir, no existe una hegemonía fija e inmutable, sino que ella se hace y deshace, se rehace permanentemente en el proceso social total hecho no sólo de fuerza sino también de sentido, de apropiación del sentido por el poder, de seducción y de complicidad. Para un abordaje de la cultura nacional desde esta óptica ver, entre otros volúmenes de Juan José Hernández Arregui, ¿Qué es el ser nacional?, Hachea, Buenos Aires, 1963.
(3) La esfera ideológico- cultural no es un “reflejo” de la estructura. Las “superestructuras” poseen un carácter social real y material. Así como las ideologías no son “ilusiones” sino que se desarrollan como una realidad activa y operante en los sujetos y en sus relaciones sociales. Inscribimos nuestra visión en la línea de formulaciones teóricas de pensadores tales como Antonio Gramsci, Raymond Williams, o en nuestro país, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos, quienes realizaron una enorme labor de revisión de los tipos de análisis que reducían el marxismo a un tipo específico de “economicismo histórico”. La realidad social, para estos autores, en su estructura productiva crea y recrea las ideologías en un proceso dinámico, contradictorio y complejo.
(4) Esta distinción metodológica del sociólogo francés Pierre Bordieu, establece una clara diferenciación entre ambos campos de la vida social como esferas individualizadas. Sintéticamente, el campo de la cultura comprendería la esfera de actuación de los artistas e intelectuales y el campo de la política, la esfera de las prácticas políticas en sentido estricto, especializado, de los partidos e instituciones específicas. Al margen de que Bordieu proporciona la noción de “autonomía relativa” para pensar las implicancias del campo de la política en relación al campo de la cultura, creemos que ésta resulta limitada para pensar los fenómenos culturales y el rol de los intelectuales en nuestro contexto latinoamericano, donde el concepto de “autonomía” parece quedar relegado en su uso a lo “europeo”, ante los altos niveles de dependencia económica y política de los grandes grupos de poder económico extranjero que operan estrechamente vinculados al sostenimiento de los principales resortes de las instituciones de la cultura. Por otro lado, si pensamos la noción misma de lo “cultural” como constitutivo de la materialidad de lo social y terreno de disputa por la fijación de determinado mundo de valores, la noción de “autonomía” se ve relativizada en el plano de lo real, como esfera autónoma y autosuficiente. Creemos, que en algunos casos, se ha hecho un uso ideológico -no meramente metodológico- de esta escisión de los campos, tendiente a hacer aparecer como “neutrales” o carentes de valor político definido intervenciones intelectuales y debates provenientes del campo de la cultura con un claro sentido político y una fuerte carga ideológica. Ver Bourdieu, Pierre, Campo del poder y campo intelectual, Buenos Aires, Folios, 1983.

Este texto forma parte del trabajo "Intelectuales y país en la antesala neoliberal: Morir con Rodolfo Walsh para resurgir desandando caminos", Iciar Recalde, diciembre de 2007.

viernes, 19 de octubre de 2007

Los intelectuales y la política (Mario Toer *, Página 12, 19 de octubre de 2007)

Entre quienes tienen posibilidades de contribuir a la producción de ideas, se han venido desarrollando, a grandes rasgos, cuatro maneras de posicionarse frente a las transformaciones que se están produciendo en América latina. Están los que siempre se alinean con la defensa del statu quo, que constituyen la postura dominante entre quienes tienen capacidad para definir la agenda de lo público. En el polo opuesto, pero como si los hubiesen inventado los primeros, se encuentran algunos cenáculos que se olvidan de las enseñanzas de la historia y repiten con asombrosa perseverancia e inalterable melancolía los discursos revolucionarios de un siglo atrás, generando confusión y desasosiego. Están también, por cierto, los que se han alineado decididamente con lo nuevo que ha venido despuntando, pero que no siempre llegan a constituir un sector decisivo. Y están los que han preferido ubicarse en las gradas de las plateas y, con un cierto paladar negro, evalúan a los protagonistas, destacando por lo general sus limitaciones y las distancias con lo que serían sus más íntimas aspiraciones.

En cada país se distribuyen de manera diversa, pero me interesa atender al caso argentino donde resulta evidente, por lo nutrida, la presencia del último sector. Hay razones históricas que contribuyen a que sea así. De una parte, el más consistente movimiento popular surgido hace medio siglo, lo hizo prescindiendo de buena parte de la intelectualidad progresista, en medio de la confusión que generaban los posicionamientos en torno del curso de la Segunda Guerra Mundial. Tuvo que transcurrir casi un cuarto de siglo para que esa fosa entre pueblo e intelectuales comenzase a cerrarse. Pero las apuestas de entonces no fructificaron. Y el 1º de mayo de 1974, en la Plaza de Mayo, se abrieron nuevas heridas.

La pasión democrática de 1983 se fue diluyendo, lejos de las ilusiones de un nuevo movimiento histórico. Después, el desconcierto fue ingente cuando el movimiento popular de Perón y Evita fue utilizado como cobertura para imponer el recetario neoliberal. Finalmente, la frustración fue mayúscula con la efímera y tergiversada Alianza.

No es sorprendente que en el ánimo de muchos estos desencuentros hayan hecho mella. Los curados por el espanto no tienen por qué ser pocos. Pero lo que viene sucediendo ahora aquí es algo que nos trasciende y tiene presencia en toda la región: en Brasil, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, para nombrar a los más notables, con sus particularidades, según la relación de fuerzas en cada país. Es diferente a las encrucijadas de antaño. En nuestro caso, a diferencia de lo que nos ocurriera hasta ahora, no hay motivos para que las izquierdas que jalonaron el siglo XX, lo mejor del movimiento que forjó Perón, lo más auténtico del compromiso popular de los radicales y quienes intentaron forjar al Frepaso, no cierren filas en un proyecto compartido. Aunque no se tenga todo el libreto preparado, hay razones de fondo que contribuyen a que podamos reverdecer la esperanza. Por cierto que en el contexto de los tiempos que corren, en los que ya no se pueden imaginar revoluciones aisladas, ni presuntos socialismos que se van agregando desde diversos y remotos rincones de la periferia. Estamos en otro tiempo y, a diferencia de lo que ocurría en el siglo pasado, en nuestra región no son minorías precursoras las que se han puesto en movimiento sino que han despertado o reaccionado mayorías profundas.

Las dificultades y los interrogantes son ingentes, empezando por los márgenes para redistribuir riqueza que de buenas a primeras otorga la lógica de la economía globalizada, sin ceder flancos a la desestabilización. Probablemente haya que atender a la experiencia de los chinos, de los que no se puede decir que no hayan experimentado en su propia piel todas las alternativas imaginables, antes de utilizar las reglas de las artes marciales en la versión que ahora transitan. En cualquier caso, todo está para construirse y no hay garantías, salvo la certeza de que quienes quieren que nada cambie harán todo lo que esté a su alcance para desbaratar el intento. Ese es su papel.

Como nunca antes tenemos la posibilidad de aglutinarnos para poder realmente medir lo que somos capaces. Y no se trata de resignar el espíritu crítico. Bienvenido sea, siempre y cuando no nos confundamos en cuáles son realmente las expresiones de los que están decididamente enfrente, ni nos entusiasmemos con los microemprendimientos, que son ajenos a la trascendencia en la esfera de la política. Sin las enseñanzas de la historia, es normal que la espontaneidad haga perder de vista las distancias entre los deseos y lo que puede ser alcanzado. Perder de vista lo principal siempre facilita que cuele la provocación, la división y enseguida la derrota.

Podrá decirse: “¿Y si nos ensartamos, si esta gente arruga y se genera una nueva frustración?”. Quizá lo que no se entiende es que la pregunta está mal hecha. La resultante no sólo depende de “esta gente”, depende de toda la gente que se pueda juntar. Las transformaciones pendientes dependen de las espaldas del frente capaz de sustentarlas, capaz de bancarlas. En las calles, poniendo la anatomía, y en los foros, nutriendo argumentos. Sólo con mucha gente y muchas ideas se pueden generar transformaciones trascendentes. Y “esta gente”, a no dudarlo, ha abierto la puerta. Quizá ya sea hora de que dejemos las gradas y empecemos a bajar a la cancha.

* Profesor titular de Política Latinoamericana y Sociología (UBA).