jueves, 20 de diciembre de 2007

Palabras de Cristina Fernández de Kirchner en la Universidad Nacional de San Martín

Palabras de la Presidenta de la Nación, Dra. Cristina Fernández de Kirchner en la inauguración del Campus de la Universidad Nacional de San Martín, Provincia de Buenos Aires, 19 de diciembre de 2007.

En esta tarde tan especial, aquí en San Martín, en esta tarde tan especial con muchos símbolos. Yo creo mucho en los símbolos y en las señales y no puedo dejar de interpretar que hoy aquí, en lo que fue un viejo taller ferroviario, nuestros ferrocarriles que fueron orgullo de los argentinos, aquí, hoy se abre un nuevo campus universitario. Ha sido el rol del Estado, ese Estado que algunos creyeron que estaba de más porque era el mercado el que seguramente iba a solucionar los problemas de todos los argentinos y que luego de experiencias trágicas en lo social, en lo económico, en lo político, en los institucional hemos vuelto a recuperar a ese Estado como un instrumento que interviene en la vida de todos nosotros para calificar, para dar más calidad de vida a todos nosotros.

Y aquí, hoy, en este viejo taller ferroviario, inauguramos una universidad. Recién recorría el Instituto de Bioseguridad, me impresionó esas características y pregunté qué era exactamente Bioseguridad. Es un edificio, que es inteligente, al mismo tiempo, es un laboratorio que permite manipular elementos, sustancias, bacterias que de no tener determinados márgenes de seguridad podría ser peligroso. Pero que en definitiva está poniendo en la ciencia, en la investigación, en la tecnología la clave para agregar competitividad.

Y yo creo que lo que es importante es también que analicemos el rol de la universidad en este proceso de transformación económica, social, institucional y política que también tenemos en nuestro país desde el 25 de mayo del año 2003.

La universidad -ustedes saben soy hija, como muchos de ustedes, de la universidad pública y gratuita- y hoy cuando la recorría, cuando recorría esta universidad pública impecable, con sus alumnos cuidando sus instalaciones, con la gente orgullosa de investigar, de producir conocimiento, de producir educación, me acordé de aquella otra universidad pública en la que también estudié. Si tuviera que elegir un modelo de la universidad que quiero para los argentinos esta de hoy, "San Martín", sería, sin duda, sería un ejemplo.

¿Y por qué lo digo? Una universidad donde el 60 por ciento de sus carreras está orientada a la ciencia y la tecnología. Es la clave, argentinos y argentinas, créanme es la clave: agregar conocimientos, investigación a nuestro proceso económico productivo, sin dejar de lado la investigación y el conocimiento abstracto de las artes, que también las hacen aquí, de las ciencias sociales. Pero créanme en esta investigación, en esta tecnología está la clave donde podemos agregarle mayor competitividad a un proceso económico, que hoy cuando venía aquí leí nuevas cifras. Este último mes de noviembre, que acaba de terminar-argentinos y argentinas- la desocupación ha descendido, nuevamente, al 7,1.

Miren, quiero contarles, en septiembre estábamos en el 7,7; en octubre estábamos en el 7,4 y ahora en noviembre hemos llegado al 7,1. Son argentinos y argentinas que vuelven a recuperar el trabajo, el gran elemento articulador y dignificador en la vida de una sociedad.

Pero no está terminado allí, también estaba leyendo las cifras del superávit comercial, que es lo que los argentinos hemos exportado, la diferencia entre lo que exportamos y lo que importamos. Y este mes de octubre, 1.089 millones de dólares, 25 por ciento más alto que el mismo mes del año pasado.

La actividad industrial -Intendente aquí, usted de San Martín, este pujante San Martín industrial- creciendo el 9,9 respecto del mismo mes, del año anterior; la actividad económica al 9,4; el acumulado en lo que va del año en el 8,5. Esto que pueden parecer cifras duras, frías, lejanas de lo cotidiano son, sin embargo, las mejoras en el consumo, en el trabajo, en la vida de todos los argentinos.

Y cómo hacer para que esto deba profundizarse porque siempre necesitamos más y seguir creciendo. Esta es la clave de la universidad en los tiempos que vienen: articular entre la universidad y este proceso económico y productivo para entonces agregar más valor y más calidad de vida a los argentinos.

Y miren, esto significa, además, el compromiso que la universidad debe tener para con el pueblo. El compromiso de la universidad con el pueblo no es de largos discursos planfletarios a ver quién es más revolucionario, el compromiso de la universidad con el pueblo, sobre todo de la universidad pública, sostenida con el esfuerzo y el trabajo, tal vez, de los que nunca podrán acceder a ellas, nuestra obligación -como universitarios- es devolverle al pueblo lo que éste nos ha dado y se lo tenemos que devolver en conocimiento y educación para que puedan vivir mejor, con más trabajo, con más salud.

Yo recién hablaba con jóvenes investigadores, formados en nuestras universidades públicas, que luego fueron a estudiar al exterior y ahora han vuelto a investigar aquí. Y hablaban de cómo están investigando en el tema de brucelosis, de vacunas, de agregar a nuestra industria, a nuestro campo mejores oportunidades. Esto es compromiso con el pueblo, compromiso material.

A mí me gustaba hablar, en algún tiempo, de la deuda moral que teníamos los universitarios, pero la moral es algo vago a la hora de definiciones porque, tal vez, lo que es moral para unos, no sea moral para los otros. Hay otro compromiso, que es material; hemos podido estudiar en la universidad, podemos estar estudiando porque hay gente que pone esfuerzo. Y a ellos le debemos esa gratitud y esa obligación material e intelectual de devolver a ese pueblo lo que ese pueblo nos ha dado.

Ustedes me decían, hoy, acá el rector, van a inaugurar un Instituto de Estudios Ferroviarios "Raúl Scalabrini Ortiz". Un nombre, el de Raúl Scalabrini Ortiz, tal vez desconocido para muchos argentinos. Siempre el stablishment intelectual de la Argentina ha ocultado a los nombres de los argentinos que comprometidos con el pueblo y con la nación, que son lo mismo. No hay pueblo sin nación, y no hay nación sin pueblo; han ocultado muchas veces el nombre de esos ilustres argentinos, como Raúl Scalabrini Ortiz, como Arturo Jaureche, hombres de forja, hombres que se incorporaron al movimiento nacional desde el movimiento nacional y que expresan el compromiso de los intelectuales con el pueblo, de los verdaderos intelectuales. Siempre digo, hay que hacer una diferencia entre ser intelectual y tener instrucción, se puede tener una gran instrucción, se puede tener una gran versación en distintas materias, pero intelectual es aquel que es capaz de generar pensamientos propios, ideas propias, conocimiento propio a partir de los instrumentos que le da la educación y el poder observar el mundo y las transformaciones de ese mundo. Interpretar, decodificar la realidad que nos circunda, sin prejuicios, sin tabúes, eso es, en definitiva, generar el rol de los intelectuales en la República Argentina, algo que muchas veces se confunde.

Yo creo que la universidad, precisamente, como la gran generadora de pensamiento crítico, en todas las áreas, las sociales, las culturales, las de tecnología, las de la ciencia, tiene esta gran misión, que muchas veces es deformada, que muchas veces es estereotipada, pero que en definitiva, en síntesis, es esto, un profundo compromiso con el pueblo y con los intereses del país.

Los necesitamos, hoy más que nunca, a todos los estudiantes, a todos los hombres y mujeres que en las universidades públicas o en las privadas desarrollan sus carreras. Los necesitamos comprometidos con el país, los necesitamos comprometidos con la Nación, los necesitamos comprometidos con el pueblo. Porque creemos que entonces, del mismo modo que pasa en los grandes centros mundiales, si logramos articular el conocimiento de sus un universidades, de sus intelectuales, con la fuerza del pueblo, yo les puedo asegurar, argentinos, que vamos a construir un país diferente para todos, mucho mejor.

Estoy muy contenta en esta tarde, señor Rector, Daniel, querido Intendente, amigos y amigas, porque creo que este es el camino, no hay atajos. El camino es este, el esfuerzo, el trabajo, el compromiso del Estado y el compromiso de la sociedad. Con el Estado solo haciendo cosas no alcanza, es necesario además el compromiso de toda la sociedad en mejorar nuestra vida cotidiana, nuestra vida de todos los días.

Yo tengo mucha fe, tengo muchas esperanzas y muchas ilusiones, al igual que millones de argentinos y de argentinas. Estoy segura que juntos vamos a poder. Porque otros que no tenían todos estos elementos, que no tenían esta base, pudieron construir un país que en algún momento fue un país que ocupó el octavo, el séptimo lugar en el mundo. Lo vamos a volver a hacer, pero a diferencia de aquel lugar, octavo o séptimo en el mundo, en el que tal vez pocos aprovechaban los beneficios de un país con riqueza, la diferencia tal vez, en este Bicentenario, sea que esa riqueza no solamente sea para unos pocos sino que sea para todos los argentinos. De esto se tratan las trasformaciones y de esto se trata este nuevo país que todos queremos.

Muchas gracias y muchas felicitaciones San Martín, muchas felicitaciones por la universidad, y muchas gracias por todo.

martes, 18 de diciembre de 2007

Algunas notas acerca de la relación entre intelectuales y política: ayer y hoy (Segunda Parte) Iciar Recalde

El rol de las ideologías (1) es central en los procesos de transformación socioeconómica y en la formación de los intelectuales. Debemos situarnos en este marco para estudiar la conformación de la intelectualidad de izquierda revolucionaria a fines de los años ´60 y principios de los ´70 en Argentina, como también, para razonar críticamente en torno al viraje hacia posiciones neoliberales en el campo de la política y de la economía de los intelectuales de La Ciudad Futura, autoproclamados de izquierda y que lograron mantener esta identidad en el campo intelectual argentino hasta la actualidad, reproduciendo el divorcio entre práctica intelectual y acción política real. Esta cuestión forma parte de la enorme victoria en todos los frentes de la contraofensiva neoliberal. Que figuras tales como, por ejemplo, Juan Carlos Portantiero o José Aricó se autoproclamen entrada la década del ´80 como pertenecientes a la izquierda intelectual y, lo que es realmente preocupante, sean identificadas en los circuitos académicos y de producción intelectual como pertenecientes a esta tradición, conlleva a pensar el tamaño de la derrota ideológica instaurada tras la última dictadura militar y el peso de la hegemonía neoliberal vigente. Y no se trata aquí de sujetos cuyo pasado político obnubile el cambio radical de posición política posterior, esto es, por ejemplo, de figuras con escasa visibilización y repercusión en el campo intelectual de las décadas del ´80 y del ´90, que puedan quedar analogadas a sus posiciones políticas previas. Por el contrario, estos intelectuales fueron activos militantes de posiciones acatadoras y administradoras del orden y consiguieron máxima visibilidad en los circuitos académicos y de circulación intelectual hegemónicos, como veremos posteriormente desde las páginas de La Ciudad Futura y desde otros ámbitos de circulación intelectual.

Si observamos la inserción de su discurso durante los ´90, en muchos casos, advertimos que sostuvieron una posición que negaba en la práctica cualquier forma concreta de militancia partidaria crítica de la dependencia y si además, observamos la inserción concreta de su discurso en el proceso de transformaciones neoliberales, su planteo alcanzó meramente la formulación de una vaga agenda progresista. Las posiciones que adoptaron algunos de estos intelectuales en este período, hubieran sido impensables décadas atrás en los ámbitos de la “nueva izquierda” a la que pertenecían. Creemos que la posibilidad de este viraje fue operable principalmente, por el quiebre cultural y social desarrollado inicialmente por el terrorismo de Estado desde 1976 y perpetuado durante los regímenes democráticos posteriores.

Es claro que las condiciones de la intervención intelectual variaron después de la derrota política acontecida tras la dictadura de 1976. Esto es, creemos que no resulta suficiente el argumento de la “traición” sino que es preciso, examinar como factor determinante la mutación radical acontecida en nuestro país y en el mundo que repercutió en las posibilidades de intervención de los intelectuales respecto a la realidad circundante. A la inversa, vale la pena anotar las opiniones vertidas por estos intelectuales sobre la militancia política argentina de décadas anteriores. Estas prácticas, en muchos casos, fueron caratuladas como un resultante catastrófico de la política y la cultura nacional: serían intelectuales “canibalizados” por la política, en un campo intelectual que cedió sus preciados límites a la política. Beatriz Sarlo, colaboradora de La Ciudad Futura, expondrá desde las páginas de la revista Punto de Vista: “(…) Los intelectuales que, al comienzo de los años sesenta, desarrollaron los temas de “nueva lectura del peronismo” estaban movilizados por la idea de que si la política de izquierda debía cambiar en Argentina, ese cambio se produciría por la relación entre nueva política y nuevos discursos. Esto quería decir que la dimensión propiamente intelectual de su actividad podía funcionalizarse a la dimensión propiamente política (…) “funcionalizar” supone una adecuación del discurso y la problemática; pero en esta adecuación estaba implícita la posibilidad de que el discurso de los intelectuales fuera canibalizado por el discurso político. Esta posibilidad fue la que, finalmente y ya avanzada la década del setenta, terminó realizándose. El discurso de los intelectuales pasó de ser diferente al de la política, aunque se emitiera en función política o para intervenir en su debate, a ser la duplicación, muchas veces degradada (porque violaba sus propias leyes) del discurso y la práctica política. De la etapa crítica (…) habíamos pasado al período del servilismo, sea cual fuere el amo (partido, líder carismático, representación de lo popular o lo obrero) que nos convertía en siervos.” (2)

Argumentos como los esgrimidos por Sarlo se sucederán recurrentemente a través de la pluma de varias figuras de La Ciudad Futura. Esto es, el diagnóstico no partirá del supuesto de que existió una atroz dictadura y un avance conservador a nivel mundial: en realidad, aquellos intelectuales que durante dos décadas estuvieron implicados en un proceso de cambio radical de la sociedad, que partía de un movimiento de masas que obviamente los excedía y del que comenzaron a formar parte activamente, se habrían equivocado en bloque, habrían sido súbditos sin capacidad crítica.

Por otro lado, es interesante resaltar que las consecuencias de la gran debacle neoliberal no las vivió gran parte de esta intelectualidad beneficiada desde la ocupación de espacios institucionales o, al menos, con mayores posibilidades de marchar al exilio, sino la sociedad en bloque. De hecho y en relación a la construcción de cierto recorte de la historia reciente, clausurada la dictadura y abierto el proceso de apertura democrática, es lícito reflexionar en torno a cuáles fueron las causas que dieron lugar a cierta cristalización de presupuestos a través de la cual se suele analogar en el imaginario social de la clase media la figura del desaparecido a la del intelectual y no a la del obrero o trabajador en general, cuyo porcentaje sobrepasa abruptamente en los distintos ámbitos de militancia el número de desapariciones y muertes, teniendo en cuenta el gran desarrollo organizativo de los sectores trabajadores en este período. (3) La herencia semántica de la Dictadura -que no fue “Proceso” ni “Dictadura militar” en términos de unas Fuerzas Armadas díscolas que tomaron el poder sin encarnar intereses concretos de sectores dominantes-, cristalizó profundamente en el imaginario social, a través de discursos y textos institucionales. Piénsese, en el tipo de historia que narran los textos escolares preparados por el Ministerio de Educación y en el tipo de interpretación que fija el Estado en la narración de la memoria colectiva. El recorte selectivo que se lleva a cabo en torno a la figura del “desaparecido” en el ámbito de la opinión pública, suele ser analogable a figuras tales como las de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y en menor medida, Francisco Urondo. Que se circunscriba al terreno específico de la producción cultural o de las figuras ligadas al campo intelectual y artístico, la inmensa lista de perseguidos, desaparecidos y muertos, cuando más del 50 % de las desapariciones en Argentina, entre 1976 y 1983, corresponden al movimiento obrero es bastante llamativo. Por supuesto, que en esta selección tendenciosa, la desaparición de figuras como los mencionados Walsh y Conti, se explica como consecuencia de su práctica artística específica y no de su militancia política concreta: Walsh fue orgánico a Montoneros y Conti al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). El vaciamiento de la materialidad de la memoria social fue una de las grandes victorias del terrorismo de Estado.

En el arco de funciones de los intelectuales durante las décadas del ´60 y ´70 encontramos posiciones que van desde la criticidad -el intelectual como conciencia crítica de la sociedad- hasta la radicalización política y la asunción de tareas y posiciones revolucionarias, que corre pareja a la cuestión de la organicidad sea a un partido o a un movimiento político específico. El sentido del rol que debía jugar el campo intelectual de estas décadas se debatía en gran medida entre esas dos posturas. Era impensable que los intelectuales se definan escindidos de algún tipo de responsabilidad respecto a la sociedad de la que formaban parte. Portavoces de los desposeídos, voz de los que no tenían voz, conciencias críticas de la sociedad: la criticidad o la organicidad no eran posturas que podían asumirse o no asumirse tal como resulta la vara de toque para las generaciones que nos incorporamos en la vida intelectual y política entrada la década del ´90, donde el intelectual orgánico o crítico de la dependencia y de las medidas del gran capital suele ser tildado con el mote de “arcaico” o “setentista”. Intervenir en los debates políticos o en la cosa pública suele estar matizado con signos peyorativos, en la medida en que esa sería una tarea de “políticos” en sentido estricto, de profesionales de la actividad.

Lo que se llamó “radicalización” (4) entrada la década de 1970 y que supuso el pasaje a la “acción concreta” de múltiples intelectuales, se tradujo las más de las veces, en organicidad y especialización de tareas y en otras, en abandono de la tarea intelectual específica para pasar a contribuir en otras labores inmediatas para la coyuntura política, fue para los intelectuales de La Ciudad Futura una forma de abandono del ideal crítico. A modo ilustrativo, en el Nº 35 (verano 1992-1993) la revista organiza una mesa redonda centrada en el debate sobre los años ´70, donde participan hijos de militantes de aquel período. Ilustrativas de las opiniones vertidas frente a una suerte de pregunta disparadora de la revista (“Ustedes sufrieron las consecuencias de una actividad que desarrollaron sus padres en la década del 60. Estas fueron duras: el exilio, la muerte de algunos, las idas y vueltas, la cárcel, la separación con sus padres. A partir de esto ¿qué opinión tienen del compromiso que ellos asumieron?”), respecto al nuevo paradigma de compromiso intelectual, son las palabras de uno de los partícipes, Pablo Semán, una de las nuevas figuras jóvenes que se incorporan a la revista en los ´90: “(…) Entre los que estamos hoy acá, hay una vocación de intervención pública que entre la academia y la política recoge una parte de lo que produjo esa generación. Sobre todo en los setentas, años en los cuales las fronteras entre estos dos ámbitos eran borrosas, y permitían cierta polifuncionalidad. Y digo una parte, porque hacia los setenta la academia se desdibujó en beneficio de El Partido (el de cada uno) y El Partido en beneficio de la Organización. (…) Entre estos dos momentos las pasiones cambiaron de cualidad, y yo prefiero la primera parte. Si se plantea que el primer momento lleva inexorablemente al segundo yo digo que no.” (5)

Esta suerte de negación de la intervención política de los intelectuales que refrendan también, las palabras de Sarlo citadas previamente, será una nota distintiva de la revista, encarnada en figuras de la generación del ´70 y en las nuevas generaciones que participan en el proyecto editorial. La reivindicación de la vocación intervencionista en los límites de lo académico, esto es, de la institución de formación y reproducción del saber (la universidad, en este caso) como “isla” desgajada de las necesidades de las mayoría sociales se consolidó como un modelo que pervive al día de hoy.

Ahora bien, en una coyuntura donde la tarea política concreta e inmediata se tornaba imperativa, como se torna también en la actualidad, lo era y lo es para todos los sujetos implicados en un movimiento de cambio, sin distinción de roles sociales específicos. La radicalización de los intelectuales se inscribió, además, en la crisis generalizada de los valores y de las instituciones tradicionales de la política: de la democracia parlamentaria, de los partidos políticos y de los criterios clásicos de la “representación” política en un país donde a partir de 1930, los golpes de Estado y la violencia militar marcarían los ritmos políticos de la vida nacional. La creencia generalizada en este período, y sobre todo tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en el año 1955, de que en una democracia de proscripciones la única forma de hacer política era la que daban las propias estructuras -a la violencia estatal se responde con violencia popular- se dio fundamentalmente porque no se podía ejercer la democracia parlamentaria. Esto es, la radicalización de los intelectuales como asimismo la radicalización de vastas franjas de sectores populares fue producto de la violencia de los sectores reaccionarios. Es ilustrativo pensar que entre 1945- 1955 no existió ninguna organización armada, exceptuando la vinculación de, por ejemplo, el PS y la UCR a acciones terroristas desplegadas conjuntamente con sectores de la oligarquía local.

Creemos que es fundamental señalar aquí esta cuestión, en la medida en que la historiografía acerca del proceso de radicalización del campo intelectual del período suele marcar como eje fundante y causal de la misma la influencia que tuvo en Argentina el fenómeno de la Revolución Cubana. Ésta tuvo un influjo importante en la izquierda y en los sectores juveniles universitarios más que en el peronismo y fue central en la formulación de propuestas revolucionarias en personajes de cuño peronista tales como John William Cooke pero, lo que resultó la piedra de toque de la crítica radical al sistema político y al modelo social vigente fue la proscripción del mayor partido de masas de la historia argentina, el peronismo, y la violencia ejercida a través del bombardeo a la Plaza en 1955, las persecuciones y las muertes de militantes populares. Incluso, algunas acciones armadas del período de la Resistencia son previas a la experiencia cubana. Los sectores populares sí creían en el mecanismo electoral y las cifras electorales sin proscripciones del período lo confirman. Fueron los sectores que impusieron la proscripción los que no creían en el valor del voto y de la democracia parlamentaria. La radicalización no estaba en la cabeza de los intelectuales meramente por la influencia de revoluciones en otras latitudes sino, que fue un proceso de mutación social al que llevó la práctica misma de la dinámica política nacional.

Entonces, que el modelo de intelectual propiciado por el colectivo nucleado en torno a La Ciudad Futura haya podido instaurarse tan poderosamente en el imaginario social y en las diversas instituciones y usinas ideológicas como paradigma de accionar legítimo, se vincula al mencionado contexto experimentado en nuestro país y en el mundo. Tiene su correlato nacional en términos políticos, económicos, sociales y culturales específicos tras el golpe de Estado de 1976 que instaura un modelo de dominación que hace trizas el antiguo modelo caracterizado por su estructuración en torno a un país con una industria nacional mercado internista, con un Estado de bienestar regulador con competencias amplias y por una economía de pleno empleo con salarios altos producto de la acción y la organización del movimiento obrero en sindicatos, como asimismo respecto a los proyectos de cambio radical de la sociedad propiciados por las organizaciones revolucionarias peronistas y no peronistas.


Notas:

(1) En su visión negativa, las ideologías operan de manera inconsciente como estructuras de significado y son parte constitutiva de la manera de ver, interpretar y actuar de los sujetos que producen y reproducen modelos de relaciones sociales de las que no pueden, en muchos casos, dar cuenta en el plano de lo consciente. En su visión positiva, las ideologías o lo “ideológico” supone el posicionamiento político de los sujetos frente a los otros y al modelo social.

(2) Sarlo, Beatriz, “Intelectuales: ¿escisión o mimesis?”, en Punto de Vista, Nº 25, Buenos Aires, diciembre de 1985, pp. 1-6.

(3) Una fuente de datos acerca de los índices y las características de las desapariciones en nuestro país se encuentra en Verbitsky, H. Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1985, p. 45.

(4) Este concepto, muy utilizado para caracterizar las transformaciones acaecidas en la intelectualidad del período, merece una aclaración por su parcialidad. Podríamos preguntarnos de qué se trataba la cuestión de “ser radical” en un país que experimentó una dictadura -con breves intervalos- desde 1955 hasta 1983. ¿Se trataba de resistir a las proscripciones, a los fusilamientos de José León Suárez, al Decreto Nº 4161? ¿O acaso al cierre de partidos y sindicatos, al plan Conintes, a la Doctrina de Seguridad Nacional, al Plan Cóndor? ¿Radicales no fueron acaso la UCR y el PS que apoyaron el golpe de 1955 y los bombardeos? ¿La represión del Conintes? ¿El plan de Martínez de Hoz, las privatizadas y su aparato represivo policial? En Argentina todo preso por robar por hambre o marginalidad es preso “político” y “radicales” son los liberales que matan de hambre y reprimen, no únicamente los guerrilleros.

(5) “Hijos de los Setentas”, La Ciudad Futura, Nº 35 (verano 1992-1993). Mesa redonda coordinada por Lucrecia Teixidó y Sergio Bufano. Participan de la misma, Julián Gadano, Marcelo Leirás, Ernesto y Pablo Semán y Karina Terán. Los hermanos Semán serán parte de las nuevas generaciones intelectuales de la revista en los ´90. pp. 8-10.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Algunas notas acerca de la relación entre intelectuales y política: ayer y hoy (Primera Parte) Iciar Recalde

“El intelectual revolucionario es aquel que no concibe el acceso a la cultura como un fin en sí mismo ni como atributo personal, sino como una ventaja que un régimen injusto pone al alcance de unos pocos, y sólo tiene justificación en cuanto parte de ese reconocimiento sea compartido por las masas y contribuya a que éstas enriquezcan su conciencia de la realidad. En cuanto pueda transformarse en acción revolucionaria.” John William Cooke

“Aspiro a no ser más que un instrumento de una conciencia colectiva que se hace punta en la pluma del que escribe y que la transición se produzca espontáneamente, según me diluyo, al escribir, en la multitud. El escritor, como el poeta (…) no habla para el pueblo sino por el pueblo.” Arturo Jauretche (1)


Cualquier análisis de alguna problemática específica en torno al campo de la cultura (2) y a la función de los intelectuales, debe contemplar el territorio y el contexto social material específico en el que dicha práctica cultural o rol intelectual se configuran, esto es, bajo qué modelo de relaciones sociales y en qué tipo de orden social se desarrollan. Con esto, no intentamos sostener esquemas mecánicos reductivistas del tipo base determinante- superestructura (3) determinada pero, creemos que las relaciones productivas y de explotación de los sistemas de dominación actuales y sus dinámicas concretas, son factores decisivos en la configuración de las prácticas y de los perfiles intelectuales en determinado momento histórico.

El capitalismo en particular no se define únicamente como un sistema de propiedad sostenido por medio de un aparato represivo, sino que además, está constituido por una multiplicidad de prácticas e instituciones que “circulan por la sangre” de los individuos a través de sus relaciones familiares, sociales, políticas, etc., reproduciendo las condiciones generales del sistema.

En las sociedades capitalistas, toda clase gobernante consagra parte importante del excedente que obtiene como producto de la explotación de la producción material, al establecimiento y mantenimiento del orden político y simbólico que le da sustento. El orden social y político que mantiene un mercado capitalista, como las luchas sociales y políticas que lo crearon, supone necesariamente un tipo de producción simbólica particular. Desde las escuelas, los periódicos, los medios masivos de comunicación, los intelectuales, etc., toda clase gobernante produce, por medios variables pero siempre de modo material, un orden político, cultural y social específico. Estas instituciones y sus prácticas específicas no son de ninguna manera “ideales” sino que forman parte del proceso material total.

En este espacio, entonces, se inscribe la lucha de los intelectuales, entendidos como los sujetos que sostienen el desarrollo del aparato productivo -organizando el funcionamiento de las fábricas, por ejemplo- y que son además, en sentido amplio, los mentores estratégicos de la estructuración política del sistema institucional. Además y en el sentido tradicional del término, son los productores de consenso, en tanto legitiman un orden simbólico, un cúmulo de prácticas y un conjunto de instituciones particulares que les sirven de apoyo, como por ejemplo, los medios de comunicación o el rol de difusión programática de los partidos políticos.

De esta manera, para definir al intelectual y sus distintos tipos es necesario, ante todo, situarlo en la sociedad de la que forma parte para analizar su función específica en el campo particular de pertenencia -economía, derecho, letras, periodismo, etc.-, para qué proyecto trabaja, cómo se posiciona frente al poder o al régimen político imperante, entre otras cuestiones. Estas variables darán lugar a figuras disímiles, desde el dirigente político al técnico, pasando por toda la gama de aparatos ideológicos de Estado -educación, medios de comunicación, prensa, ministerios, etc.-.

En este sentido, es que creemos que es fundamental estudiar las vinculaciones entre el campo intelectual y el modelo neoliberal. Contrario a este punto de vista y estrechamente relacionado a los integrantes de La Ciudad Futura, podemos establecer que a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 fue habitual en diversos espacios de debate académico e intelectual, plantear que la función intelectual era totalmente escindible de la política y de cualquier argumento en torno a los mecanismos de poder implicados en una sociedad. Esta tesis daría auspicio a la supuesta independencia de “técnicos, periodistas e investigadores a-políticos” partícipes de cátedras universitarias, revistas, programas de televisión o cargos públicos.

En este punto, es importante discutir la noción de “autonomía” que suele utilizarse para analizar las relaciones entre cultura y política sin siquiera el entrecomillado, del campo de la cultura en relación al campo de la política. (4) Los significados y valores que emergen de grupos y clases sociales diferenciados, lo hacen sobre la base de condiciones y relaciones sociales históricamente dadas -con determinados enemigos, disputas, conflictos, etc.-, a través de las cuales, los sujetos actúan y responden a sus condiciones de existencia. No existen dos esferas de la práctica social escindidas, sin implicancias y pujas de intereses mutuos sino que por el contrario, en sociedades periféricas como la argentina, los intereses políticos tienen la capacidad de incidir en el desarrollo y en la modificación de los espacios culturales en la tarea de afianzamiento, perpetuación o transformación del modelo social. Por eso, los ámbitos de formulación de la cultura de masas –TV, periódicos, revistas, etc.- son espacios de lucha política donde se disputan los significados sociales y el modelo social en su totalidad.

Claro está que al pensar la lucha política o la lucha cultural, estamos pensando siempre, en el terreno concreto, en actores específicos y en los intereses materiales que éstas disputas encarnan. Pensamos, por ejemplo, en las dictaduras latinoamericanas y cómo éstas han actuado como expresión de intereses definidos -piénsese en el golpe de Estado de 1976 en nuestro país, tanto en lo referente a los intereses externos norteamericanos en coalición con los intereses de grupos económicos locales- enarbolando las banderas de la lucha anticomunista, antiguerrillera para salvar la nación de la amenaza foránea -léase, el marxismo- y encaminarla hacia la tan mentada “paz social”. Esto es, es necesario analizar cómo determinados regímenes han tenido su correlato en los miles de muertos, en la implantación de modelos sociales altamente excluyentes y en la fijación de determinado modelo de cultura que debe examinarse entonces, en sus razones políticas y económicas concretas y no en términos de una supuesta “práctica cultural autónoma”, producto del lenguaje, del universo de lo simbólico, etc.


Notas:

(1) Jauretche, Arturo, Manual de zonceras argentinas, Corregidor, Buenos Aires, 2005, p. 19
(2) Utilizamos el concepto de “cultura” desde la óptica del materialismo cultural, como campo estratégico en la lucha por ser un espacio articulador de los conflictos sociales entre clases, como el terreno de la hegemonía, que permite pensar el proceso de dominación social no como imposición desde un exterior y sin sujetos, sino como un proceso en el que una clase hegemoniza en la medida en que representa intereses que también reconocen de alguna manera como suyos las clases subalternas. Es decir, no existe una hegemonía fija e inmutable, sino que ella se hace y deshace, se rehace permanentemente en el proceso social total hecho no sólo de fuerza sino también de sentido, de apropiación del sentido por el poder, de seducción y de complicidad. Para un abordaje de la cultura nacional desde esta óptica ver, entre otros volúmenes de Juan José Hernández Arregui, ¿Qué es el ser nacional?, Hachea, Buenos Aires, 1963.
(3) La esfera ideológico- cultural no es un “reflejo” de la estructura. Las “superestructuras” poseen un carácter social real y material. Así como las ideologías no son “ilusiones” sino que se desarrollan como una realidad activa y operante en los sujetos y en sus relaciones sociales. Inscribimos nuestra visión en la línea de formulaciones teóricas de pensadores tales como Antonio Gramsci, Raymond Williams, o en nuestro país, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos, quienes realizaron una enorme labor de revisión de los tipos de análisis que reducían el marxismo a un tipo específico de “economicismo histórico”. La realidad social, para estos autores, en su estructura productiva crea y recrea las ideologías en un proceso dinámico, contradictorio y complejo.
(4) Esta distinción metodológica del sociólogo francés Pierre Bordieu, establece una clara diferenciación entre ambos campos de la vida social como esferas individualizadas. Sintéticamente, el campo de la cultura comprendería la esfera de actuación de los artistas e intelectuales y el campo de la política, la esfera de las prácticas políticas en sentido estricto, especializado, de los partidos e instituciones específicas. Al margen de que Bordieu proporciona la noción de “autonomía relativa” para pensar las implicancias del campo de la política en relación al campo de la cultura, creemos que ésta resulta limitada para pensar los fenómenos culturales y el rol de los intelectuales en nuestro contexto latinoamericano, donde el concepto de “autonomía” parece quedar relegado en su uso a lo “europeo”, ante los altos niveles de dependencia económica y política de los grandes grupos de poder económico extranjero que operan estrechamente vinculados al sostenimiento de los principales resortes de las instituciones de la cultura. Por otro lado, si pensamos la noción misma de lo “cultural” como constitutivo de la materialidad de lo social y terreno de disputa por la fijación de determinado mundo de valores, la noción de “autonomía” se ve relativizada en el plano de lo real, como esfera autónoma y autosuficiente. Creemos, que en algunos casos, se ha hecho un uso ideológico -no meramente metodológico- de esta escisión de los campos, tendiente a hacer aparecer como “neutrales” o carentes de valor político definido intervenciones intelectuales y debates provenientes del campo de la cultura con un claro sentido político y una fuerte carga ideológica. Ver Bourdieu, Pierre, Campo del poder y campo intelectual, Buenos Aires, Folios, 1983.

Este texto forma parte del trabajo "Intelectuales y país en la antesala neoliberal: Morir con Rodolfo Walsh para resurgir desandando caminos", Iciar Recalde, diciembre de 2007.