El sociólogo de la UNLP cuestiona el concepto de autonomía que sostienen sectores de la academia.
Matías Loja / La Capital
“En un país donde el 30 por ciento de la población es pobre, discutir por un alumno más en el consejo de la Universidad es una vergüenza para la historia del movimiento estudiantil”. De esta manera caracteriza el sociólogo Aritz Recalde el estado de los debates que marcan la agenda de las elecciones en varias universidades.
Profesor de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), y autor junto a su hermano Iciar del libro “Universidad y liberación nacional”, el académico afirma que las instituciones de enseñanza superior están “desfasadas de los debates del país”. Y considera que pese a ciertos logros, la Secretaría de Políticas Universitarias aún no está “al nivel de los desafíos que demanda la sociedad”.
—¿Por qué decidió estudiar el modelo de Universidad durante el peronismo?
—Hay una frase muy conocida que dice que la historia la escriben los vencedores. Y lamentablemente muchos de los trabajos historiográficos existentes no toman este tema, porque el peronismo fue expulsado de manera violenta en 1955 y en 1976. Quien gana en el 55 son básicamente los sectores vinculados a la izquierda, al liberalismo y sectores conservadores, que designan como rector interventor de la UBA, durante el gobierno de Aramburu, a José Luis Romero.
—¿Cuestiona la visión que indica a este período como el de mayor libertad y desarrollo científico?
—Totalmente, porque en realidad si hubo una etapa del país donde la ciencia aplicada al desarrollo tuvo logros fue durante la década 45-55, donde se monta la infraestructura básica nacional en temas de petróleo, transporte y electricidad. La universidad hasta entonces mostraba una desconexión entre lo que investigaba y las necesidades del país, rasgo que se vuelve a dar en el 55. Una universidad que se define por la excelencia más allá de la utilidad que tenga al país. Porque si se habla del premio Nobel Bernardo Houssay, también hay que hablar de la gestión de Ramón Carrillo, que termina con el paludismo. La del 55 al 66, que rediscute la universidad desde las 4 mil expulsiones, es la gestión de la “isla democrática”. Y esa universidad es la que tenemos actualmente, con niveles de desconexión con el exterior bastante grandes. Existieron logros en el ámbito de las ciencias sociales, pero que en lo político justificaron un orden represivo, y en términos económicos acompañaron el programa de Raúl Prebisch.
—¿Por qué plantea en su libro reparos a la reivindicación actual de la Reforma del 18?
—Si uno ve el proceso de nacionalización de estudiantes y docentes, es un proceso que si bien retoma lo positivo de la Reforma, le cuestiona lo que era disfuncional para el país. Disfuncional porque la Reforma del 18 nace a la sombra de un país que recién inauguraba el proceso de la ley Sáenz Peña y que pensaba ser un ámbito de construcción de una matriz cultural que iba a aportar al ascenso del yrigoyenismo. Pero cuando la sociedad avanza democráticamente la universidad se queda. Por eso a la Reforma del 18 se la reivindica con su idea de protagonismo estudiantil, pero en lo demás es anacrónica. De hecho, entre el 60 y el 73 la militancia universitaria no discute a Gabriel Del Mazo, sino a Fanon, Althusser, Jauretche y Scalabrini Ortiz.
—¿De qué manera se puede reactualizar este debate?
—Hoy cuando se tiene un sistema de partidos que funciona, más de veinte años de democracia continuada, seguir planteando que la vinculación entre política pública y universidad violenta su funcionamiento, me parece que es estar desconectado cien años. Lo que hoy se defiende en algunos ámbitos no es autonomía como la entendían en el 18, sino una apropiación y una malformación producto de una corporación que desconoce este planteo.
—¿Cómo evalúa los reclamos estudiantiles actuales?
—La universidad está desfasada de los debates del país. En un país con el 30 por ciento de pobres discutir un alumno más en el consejo de la universidad es una vergüenza para la historia del movimiento estudiantil. El nivel de apatía con los grandes problemas nacionales profundiza la desconexión, porque la gente común no entiende qué pasa en la Universidad. Uno analiza los conflictos de la universidad en el 40 y eran por gratuidad, para que ingrese a la facultad el hijo del obrero, una universidad industrial que formaba un técnico para garantizar un país con pleno empleo e inclusivo.
Matías Loja / La Capital
“En un país donde el 30 por ciento de la población es pobre, discutir por un alumno más en el consejo de la Universidad es una vergüenza para la historia del movimiento estudiantil”. De esta manera caracteriza el sociólogo Aritz Recalde el estado de los debates que marcan la agenda de las elecciones en varias universidades.
Profesor de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), y autor junto a su hermano Iciar del libro “Universidad y liberación nacional”, el académico afirma que las instituciones de enseñanza superior están “desfasadas de los debates del país”. Y considera que pese a ciertos logros, la Secretaría de Políticas Universitarias aún no está “al nivel de los desafíos que demanda la sociedad”.
—¿Por qué decidió estudiar el modelo de Universidad durante el peronismo?
—Hay una frase muy conocida que dice que la historia la escriben los vencedores. Y lamentablemente muchos de los trabajos historiográficos existentes no toman este tema, porque el peronismo fue expulsado de manera violenta en 1955 y en 1976. Quien gana en el 55 son básicamente los sectores vinculados a la izquierda, al liberalismo y sectores conservadores, que designan como rector interventor de la UBA, durante el gobierno de Aramburu, a José Luis Romero.
—¿Cuestiona la visión que indica a este período como el de mayor libertad y desarrollo científico?
—Totalmente, porque en realidad si hubo una etapa del país donde la ciencia aplicada al desarrollo tuvo logros fue durante la década 45-55, donde se monta la infraestructura básica nacional en temas de petróleo, transporte y electricidad. La universidad hasta entonces mostraba una desconexión entre lo que investigaba y las necesidades del país, rasgo que se vuelve a dar en el 55. Una universidad que se define por la excelencia más allá de la utilidad que tenga al país. Porque si se habla del premio Nobel Bernardo Houssay, también hay que hablar de la gestión de Ramón Carrillo, que termina con el paludismo. La del 55 al 66, que rediscute la universidad desde las 4 mil expulsiones, es la gestión de la “isla democrática”. Y esa universidad es la que tenemos actualmente, con niveles de desconexión con el exterior bastante grandes. Existieron logros en el ámbito de las ciencias sociales, pero que en lo político justificaron un orden represivo, y en términos económicos acompañaron el programa de Raúl Prebisch.
—¿Por qué plantea en su libro reparos a la reivindicación actual de la Reforma del 18?
—Si uno ve el proceso de nacionalización de estudiantes y docentes, es un proceso que si bien retoma lo positivo de la Reforma, le cuestiona lo que era disfuncional para el país. Disfuncional porque la Reforma del 18 nace a la sombra de un país que recién inauguraba el proceso de la ley Sáenz Peña y que pensaba ser un ámbito de construcción de una matriz cultural que iba a aportar al ascenso del yrigoyenismo. Pero cuando la sociedad avanza democráticamente la universidad se queda. Por eso a la Reforma del 18 se la reivindica con su idea de protagonismo estudiantil, pero en lo demás es anacrónica. De hecho, entre el 60 y el 73 la militancia universitaria no discute a Gabriel Del Mazo, sino a Fanon, Althusser, Jauretche y Scalabrini Ortiz.
—¿De qué manera se puede reactualizar este debate?
—Hoy cuando se tiene un sistema de partidos que funciona, más de veinte años de democracia continuada, seguir planteando que la vinculación entre política pública y universidad violenta su funcionamiento, me parece que es estar desconectado cien años. Lo que hoy se defiende en algunos ámbitos no es autonomía como la entendían en el 18, sino una apropiación y una malformación producto de una corporación que desconoce este planteo.
—¿Cómo evalúa los reclamos estudiantiles actuales?
—La universidad está desfasada de los debates del país. En un país con el 30 por ciento de pobres discutir un alumno más en el consejo de la universidad es una vergüenza para la historia del movimiento estudiantil. El nivel de apatía con los grandes problemas nacionales profundiza la desconexión, porque la gente común no entiende qué pasa en la Universidad. Uno analiza los conflictos de la universidad en el 40 y eran por gratuidad, para que ingrese a la facultad el hijo del obrero, una universidad industrial que formaba un técnico para garantizar un país con pleno empleo e inclusivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario