Desde la Reforma de 1918, la extensión es junto a la docencia y a la investigación uno de los pilares de la Universidad pública. Pero si es necesario enfatizar la distancia entre el derecho a enseñar y el derecho a investigar y lo que sucede en la realidad, más complicada es aún la situación de la extensión. El 22 de junio de 2004 una nota de Javier Lorca en el diario Página 12 lo dice todo “Subsidios para la hermanita pobre de la docencia y la investigación” Si en el reparto del presupuesto universitario, las ciencias sociales son “el pariente pobre de la vida científica y académica porque el ser humano es el pariente pobre del modelo de desarrollo mundial” (Pérez Lindo 1998: 51), que decir entonces de la extensión. Si bien en la actualidad existe un proyecto de financiamiento, es importante destacar que en la Universidad, según la secretaria de extensión de la UBA: “no hay una instancia de decisión sobre que hacer con la extensión. Lo decide cada facultad” (Página 12: 22/6/04).
Si bien la creación de un marco regulatorio para esta práctica es un avance, nos preguntamos sobre el sentido del concepto de extensión. “La acción extensionista implica, cualquiera que sea el sector en que se realice, la necesidad que sienten aquellos que llegan hasta la otra parte del mundo, considerada inferior, para, a su manera, normalizarla. Para hacerla más o menos semejante a su mundo” (Freire 1975: 21).
Esta concepción toma formas caritativas, “hay en ello mucho de la concepción religiosa. El centro sagrado de la Academia expande su verdad que es, al mismo tiempo, la salvación de los paganos que deben ser llevados a la salvación del conocimiento. Se esconde en esta concepción al mismo tiempo que un proyecto de dominación, un gran engaño. Ese centro académico quiéralo o no, hunde sus raíces en esa sociedad sobre la que pretende derramarse con el mensaje salvador, elaborado en esferas inmunes a la contaminación. De hecho, no puede haber un conocimiento verdadero que no parta de la sociedad y a ella vuelva.” (Dri: 2001).
Las prácticas extensionistas deben ser pensadas vinculadas a la misión social de la Universidad. Porque estas prácticas no pueden ser otra cosa que un servicio público que la Universidad debe a la sociedad que la mantiene.
Es preciso recordar que alguna vez este proyecto pedagógico político existió. Se desarrolló en los años 60. Fue la experiencia del Departamento de Extensión Universitaria de la UBA, y en particular la llevada a cabo en la Isla Maciel. Esta consistió en una serie de actividades de apoyo escolar y de recuperación de desertores escolares. Participaron de esta experiencia equipos de todas las facultades de la UBA:
Uno de los impulsores de este proyecto fue Guillermo Savloff, quien escribía en la Revista de la Universidad con motivo del nacimiento del Departamento de Extensión de la Universidad de la Plata lo siguiente: “La iniciativa asigna vigencia a un más amplio concepto del papel social de la Universidad pública. Cuando se exalta la importancia que las Universidades tienen para la comunidad, generalmente no se piensa en otra cosa que en la función de preparar los cuadros dirigentes y los técnicos necesarios al orden social dado. El reverso de esa función así entendida es la obligación de la Universidad de servir de instrumento a la conservación de una determinada estructura social, según el interés de minorías dominantes. Un sistema económico-social que impide a muchos terminar la escuela elemental y a la mayoría recibir la enseñanza secundaria, constituye el marco dentro del cual ese papel social viene a cobrar significado” (Savloff 1960: 7).
Es necesario conocer y aprender de aquellos proyectos, pero hoy este servicio público debe contar “con amplios programas regulares de especialización y de capacitación profesional que reabran la Universidad a sus egresados y les aseguren los medios de mantenerse al día con el progreso de su respectivo campo y realizando programas especiales de formación intensiva de personal calificado a través de cursos de secuencia de los campos requeridos por el mercado de trabajo y el desarrollo nacional”(Ribeiro 1982: 161).
Pero no debe quedarse allí respecto a la investigación “las actividades de extensión se ejercen más útilmente a través de la ejecución de programas de investigación aplicada a los principales sectores productivos de la economía nacional; y de la creación de servicios de experimentación educacional destinados a crear modelos de escuelas, a establecer tipos de rutina educativa ya producir los materiales didácticos para los diferentes niveles de enseñanza.” (Ribeiro 1982: 161).
Ribeiro y Frondizi analizan que la función de la Universidad consiste en indagar, impulsar a la acción y señalar el camino. Ellos remarcan la importancia de la creación de métodos y técnicas para resolver las demandas sociales; tal es el ejemplo de la alfabetización. Este no es un problema ajeno a la Universidad pero tampoco es una cuestión exclusivamente pedagógica “La Universidad puede realizar un estudio completo proponer una política educativa adecuada e insistir ante los poderes públicos para que el plan se lleve a la práctica”. (Frondizi 1971: 251).
Estas ideas sobre la función y las prácticas universitarias se vinculan con la tesis tres sobre Feuerbach “la teoría materialista del cambio de las circunstancias y de la educación olvida que las circunstancias las hacen cambiar los hombres y que el educador necesita, a su vez ser educado” (Marx 1985: 666) Apropiándonos de esta tesis es posible pensar el rol de educador de la Universidad.
“La Universidad es el educador: Una de sus tareas primordiales es educar a la sociedad, sobre todo a sus sectores populares, pero no puede hacerlos sin ser, a su vez, educada por estos. Por otra parte, no puede recibir la educación de los sectores populares si no se encuentra enraizada en ellos.” (Dri: 2001).
Pero no se trata de mistificar o exaltar a los sujetos populares ni sus saberes. “el respeto a esos saberes se inserta en el horizonte mayor en que se generan, el horizonte del contexto cultural, que no se puede entender fuera de su corte de clase, incluso en sociedades tan complejas que la caracterización de ese corte es menos fácil de captar” (Freire 1993: 82)
Por lo tanto es posible retomar de Gramsci aquella afirmación según la cual todos los hombres son filósofos, pero esta es una “filosofía espontánea”, es necesario luego pasar a un segundo momento el momento de la crítica y la conciencia. Por ello “La filosofía de la praxis, no tiende a mantener a las personas sencillas en su filosofía primitiva del sentido común, sino a conducirlos a una concepción superior de la vida. Si afirma la exigencia del contacto entre intelectuales y personas sencillas, no es para limitar la actividad científica y para mantener una unidad al bajo nivel de las masas, sino precisamente para construir un bloque intelectual-moral que haga políticamente posible un progreso intelectual de las masas y no sólo de reducidos grupos de intelectuales. El hombre activo de la masa actúa en la práctica, pero no tiene una clara conciencia teórica de ese actuar suyo, que sin embargo es un conocer acerca del mundo por cuanto lo transforma” (Gramsci 1985: 51).
Ese bloque intelectual moral, debe estar conformado por un diálogo entre los saberes populares y de los saberes académicos, un diálogo sin violencias simbólicas. Los sujetos populares tienen necesidad de los conocimientos que la Universidad les debe proporcionar y la Universidad también precisa de los saberes populares. Es desde estos saberes que comenzará a buscar respuestas para los problemas que nos plantea la sociedad.
“La Universidad, sobre todo la Facultad de Ciencias Sociales, debe esforzarse por la verdadera hondura de los conocimientos, sumergiéndose plenamente en las contradicciones de nuestra sociedad. Nada de ella puede serle ajeno. En consecuencia, no una extensión universitaria sino una inmersión de la Universidad en el medio, en las circunstancias. Ello hará posible que se generen verdaderos conocimientos” (Dri: 2001).
Si bien la creación de un marco regulatorio para esta práctica es un avance, nos preguntamos sobre el sentido del concepto de extensión. “La acción extensionista implica, cualquiera que sea el sector en que se realice, la necesidad que sienten aquellos que llegan hasta la otra parte del mundo, considerada inferior, para, a su manera, normalizarla. Para hacerla más o menos semejante a su mundo” (Freire 1975: 21).
Esta concepción toma formas caritativas, “hay en ello mucho de la concepción religiosa. El centro sagrado de la Academia expande su verdad que es, al mismo tiempo, la salvación de los paganos que deben ser llevados a la salvación del conocimiento. Se esconde en esta concepción al mismo tiempo que un proyecto de dominación, un gran engaño. Ese centro académico quiéralo o no, hunde sus raíces en esa sociedad sobre la que pretende derramarse con el mensaje salvador, elaborado en esferas inmunes a la contaminación. De hecho, no puede haber un conocimiento verdadero que no parta de la sociedad y a ella vuelva.” (Dri: 2001).
Las prácticas extensionistas deben ser pensadas vinculadas a la misión social de la Universidad. Porque estas prácticas no pueden ser otra cosa que un servicio público que la Universidad debe a la sociedad que la mantiene.
Es preciso recordar que alguna vez este proyecto pedagógico político existió. Se desarrolló en los años 60. Fue la experiencia del Departamento de Extensión Universitaria de la UBA, y en particular la llevada a cabo en la Isla Maciel. Esta consistió en una serie de actividades de apoyo escolar y de recuperación de desertores escolares. Participaron de esta experiencia equipos de todas las facultades de la UBA:
Uno de los impulsores de este proyecto fue Guillermo Savloff, quien escribía en la Revista de la Universidad con motivo del nacimiento del Departamento de Extensión de la Universidad de la Plata lo siguiente: “La iniciativa asigna vigencia a un más amplio concepto del papel social de la Universidad pública. Cuando se exalta la importancia que las Universidades tienen para la comunidad, generalmente no se piensa en otra cosa que en la función de preparar los cuadros dirigentes y los técnicos necesarios al orden social dado. El reverso de esa función así entendida es la obligación de la Universidad de servir de instrumento a la conservación de una determinada estructura social, según el interés de minorías dominantes. Un sistema económico-social que impide a muchos terminar la escuela elemental y a la mayoría recibir la enseñanza secundaria, constituye el marco dentro del cual ese papel social viene a cobrar significado” (Savloff 1960: 7).
Es necesario conocer y aprender de aquellos proyectos, pero hoy este servicio público debe contar “con amplios programas regulares de especialización y de capacitación profesional que reabran la Universidad a sus egresados y les aseguren los medios de mantenerse al día con el progreso de su respectivo campo y realizando programas especiales de formación intensiva de personal calificado a través de cursos de secuencia de los campos requeridos por el mercado de trabajo y el desarrollo nacional”(Ribeiro 1982: 161).
Pero no debe quedarse allí respecto a la investigación “las actividades de extensión se ejercen más útilmente a través de la ejecución de programas de investigación aplicada a los principales sectores productivos de la economía nacional; y de la creación de servicios de experimentación educacional destinados a crear modelos de escuelas, a establecer tipos de rutina educativa ya producir los materiales didácticos para los diferentes niveles de enseñanza.” (Ribeiro 1982: 161).
Ribeiro y Frondizi analizan que la función de la Universidad consiste en indagar, impulsar a la acción y señalar el camino. Ellos remarcan la importancia de la creación de métodos y técnicas para resolver las demandas sociales; tal es el ejemplo de la alfabetización. Este no es un problema ajeno a la Universidad pero tampoco es una cuestión exclusivamente pedagógica “La Universidad puede realizar un estudio completo proponer una política educativa adecuada e insistir ante los poderes públicos para que el plan se lleve a la práctica”. (Frondizi 1971: 251).
Estas ideas sobre la función y las prácticas universitarias se vinculan con la tesis tres sobre Feuerbach “la teoría materialista del cambio de las circunstancias y de la educación olvida que las circunstancias las hacen cambiar los hombres y que el educador necesita, a su vez ser educado” (Marx 1985: 666) Apropiándonos de esta tesis es posible pensar el rol de educador de la Universidad.
“La Universidad es el educador: Una de sus tareas primordiales es educar a la sociedad, sobre todo a sus sectores populares, pero no puede hacerlos sin ser, a su vez, educada por estos. Por otra parte, no puede recibir la educación de los sectores populares si no se encuentra enraizada en ellos.” (Dri: 2001).
Pero no se trata de mistificar o exaltar a los sujetos populares ni sus saberes. “el respeto a esos saberes se inserta en el horizonte mayor en que se generan, el horizonte del contexto cultural, que no se puede entender fuera de su corte de clase, incluso en sociedades tan complejas que la caracterización de ese corte es menos fácil de captar” (Freire 1993: 82)
Por lo tanto es posible retomar de Gramsci aquella afirmación según la cual todos los hombres son filósofos, pero esta es una “filosofía espontánea”, es necesario luego pasar a un segundo momento el momento de la crítica y la conciencia. Por ello “La filosofía de la praxis, no tiende a mantener a las personas sencillas en su filosofía primitiva del sentido común, sino a conducirlos a una concepción superior de la vida. Si afirma la exigencia del contacto entre intelectuales y personas sencillas, no es para limitar la actividad científica y para mantener una unidad al bajo nivel de las masas, sino precisamente para construir un bloque intelectual-moral que haga políticamente posible un progreso intelectual de las masas y no sólo de reducidos grupos de intelectuales. El hombre activo de la masa actúa en la práctica, pero no tiene una clara conciencia teórica de ese actuar suyo, que sin embargo es un conocer acerca del mundo por cuanto lo transforma” (Gramsci 1985: 51).
Ese bloque intelectual moral, debe estar conformado por un diálogo entre los saberes populares y de los saberes académicos, un diálogo sin violencias simbólicas. Los sujetos populares tienen necesidad de los conocimientos que la Universidad les debe proporcionar y la Universidad también precisa de los saberes populares. Es desde estos saberes que comenzará a buscar respuestas para los problemas que nos plantea la sociedad.
“La Universidad, sobre todo la Facultad de Ciencias Sociales, debe esforzarse por la verdadera hondura de los conocimientos, sumergiéndose plenamente en las contradicciones de nuestra sociedad. Nada de ella puede serle ajeno. En consecuencia, no una extensión universitaria sino una inmersión de la Universidad en el medio, en las circunstancias. Ello hará posible que se generen verdaderos conocimientos” (Dri: 2001).
Bibliografía
Archivos del diario Página 12.
Dri, Rubén (2001) Conocimiento y extensión.
Freire, Paulo (1975) ¿Extensión o comunicación? Tierra Nueva. Buenos Aires.
Freire, Paulo (1993) Pedagogía de la esperanza. Siglo XXI. México.
Frondizi, Risieri (1971) La universidad en un mundo de tensiones. Paidós. Buenos Aires.
Gramsci, Antonio (1985) Introducción al estudio de la filosofía. Critica. Barcelona .
Gramsci, Antonio (1997) Los intelectuales y la organización de la cultura. Nueva Visión. Buenos Aires.
Mariátegui, José (1998) La crisis universitaria en temas de educación. Amauta. Lima.
Marx; Karl (1985) Tesis sobre Feuerbach en La Ideología Alemana. Pueblos Unidos. Buenos Aires.
Perez Lindo, Augusto (1985) Universidad Política y Sociedad. Eudeba. Buenos Aires.
Perez Lindo, Augusto (1998) Políticas del conocimiento, educación superior y desarrollo. Biblos. Buenos Aires.
Ribeiro, Darcy (1982) La universidad necesaria UNAM. México.
Rubinich, Lucas (2001) La conformación de un clima cultural. Libros de Rojas. Buenos Aires.
Savloff, Guillermo La extensión universitaria en Revista de la Universidad Nº 10. UNLP.
* Este texto forma parte de un proyecto de investigación que la autora comparte con Florencia Cendali. Esta selección fue publica en Revista del Seminario “Universidad, Proyecto Nacional y Estado”, Número 1, Septiembre/ Octubre 2004.
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