Desde septiembre de 1955 las universidades acompañaron la desperonización del país. Los estudiantes como sector siempre habían sido refractarios al peronismo y se embanderaron –como había ocurrido en 1930- en la restauración liberal. La intervención de José Luis Romero en la Universidad de Buenos Aires, designada por el gobierno de Aramburu, inició la sistemática eliminación de profesores peronistas y nacionalistas.[1]
Entre 1955 y 1966, durante el período que los egresados de entonces reivindican como la época de gloria de la universidad, estudiantes y docentes desarraigaron toda muestra de peronismo, con la misma fuerza con que se lo trataba de erradicar del mundo exterior a través del decreto/ley 4161, de la proscripción y los fusilamientos. Esto llevó a los escasos simpatizantes justicialistas a alinearse en agrupaciones identificadas con el nacionalismo tradicional, como el Sindicato Universitario de Derecho, o en la casi inexistente Confederación General Universitaria. En junio de 1962, ésta junto con integrantes de la juventud peronista se enfrentó violentamente con sus opositores en un homenaje a los fusilados de 1956. En el incidente participaron los militantes de la Asociación Nacional de Estudiantes de Derecho, algunos de cuyos miembros integrarían más adelante la guerrilla de las Fuerzas Armadas Peronistas.
A fines de 1962 la CGU adoptó el nombre de Juventud Universitaria Peronista, y dos años después dio a conocer un comunicado en que se criticaba la “Universidad Liberal, oligárquica y cipaya, (a la que se enfrentaría con) una combativa presencia peronista, es decir, nacional, y revolucionaria. El sentido de esa presencia ha sido la necesidad de ligar concretamente la lucha estudiantil con la lucha del pueblo trabajador de la patria.”[2] La agrupación tenía presencia en cinco facultades, aunque seguía siendo extremadamente minoritaria.
El fracaso del desarrollismo democrático ensayado entre 1958 y 1962 fue un duro golpe para la comunidad universitaria. La “traición” del frondicismo no sólo pasaba por su sumisión al capitalismo norteamericano, sino que se sumaba a Washington en el aislamiento de Cuba y, tal vez lo peor, autorizaba el funcionamiento de las universidades privadas, en general confesionales, y el subsidio a los colegios católicos, lo que los hacía ver al presidente, vestido de púrpura y con capelo cardenalicio, en plan de destruir la educación laica y obligatoria creada por Sarmiento.[3]
El 4 de diciembre de 1964, John William Cooke pronunció una conferencia dirigida a los universitarios cordobeses. En ella trataba el frustrado intento de retorno de dos días antes[4]. Pero también se ocupaba del problema de la universidad y del estudiantado frente al problema nacional, y afirmaba: “no admitimos que el estudiantado constituya una entidad siempre igual a si misma., en que los errores de unos recaigan sobre otros y las rectificaciones de una generación beneficien a otras generaciones. Hay razones que explican las diversas posiciones del estudiantado… el peronismo aspira a ser comprendido por la masa estudiantil; pero al mismo tiempo, necesita avanzar mucho en el conocimiento de sí mismo…”[5]
“La cultura popular”, decía más adelante, “será imposible mientras impere el capitalismo; y la teoría revolucionaria es una creación en que se funden los esfuerzos de los intelectuales revolucionarios y los sacrificios y penurias de las masas trabajadoras. El intelectual revolucionario es aquel que no concibe la cultura como un fin en sí mismo, sino como una ventaja que un régimen injusto pone al alcance de unos pocos.”[6]
Algunos peronistas creían que “dado que el Peronismo es la organización política de la clase trabajadora, no son revolucionarios los intelectuales que no se integran a sus filas.” Cooke discrepaba “con ese punto de vista. La exactitud de la primera parte de la proposición no implica necesariamente una conclusión terminante. Lo que no puede existir es un revolucionario que sea antiperonista.”[7] El antiperonismo había existido en las izquierdas tradicionales y en sus representantes intelectuales. “Esos universitarios de la izquierda teórica y nuestros dirigentes de derecha tienen la misma valoración del Peronismo…el instinto de conservación de la oligarquía argentina es mejor guía para caracterizarnos. A diferencia del juicio intelectualista de unos y de la estrechez mental de otros, el régimen no juzga al Peronismo por las posturas conciliadoras de su capa de voceros burgueses y reaccionarios, sino por lo que es realmente;: una amenaza real a sus privilegios, una expresión revolucionaria concreta.” De ahí que desde el peronismo “llamamos a todos, a los que quieran formar en las filas peronistas y a los que no deseen hacerlo, pero se sientan identificados con nuestros propósitos.
La acción revolucionaria no rechaza a nadie… No teme a la capacidad de los grupos intelectuales sino que los llama porque necesita de todos los esfuerzos.”[8] En el lustro siguiente, muchos responderían a ese llamado.
La Noche de los Bastones Largos, en que la policía se adueñó de las facultades de la Universidad de Buenos Aires fue un punto de inflexión. Las “hordas marxistas” que la febril imaginación del Onganiato creía ver atrincheradas en los edificios universitarios fueron apaleadas por la Federal sin otra resistencia que las protestas por lo arbitrario del procedimiento, y a las pocas horas la paz reinaba en los claustros.
Sin embargo, tras un período de tranquilidad las universidades empezaron a vivir experiencias inéditas. Siguiendo el reparto clásico de las dictaduras militares argentinas, la de Onganía repitió el esquema según el cual la economía quedaba en manos de representantes del establishment, mientras católicos más o menos preconciliares y nacionalistas más o menos fascistoides se entretenían en el ministerio del Interior con ensayos corporativistas nunca llevados a la práctica y desplazaban a liberales y “marxistas” del control de la educación.
La expulsión y el exilio de docentes democráticos y socialdemócratas dejó espacio para que -entre los profesores fieles a la Revolución Argentina que los reemplazaron- se filtraran algunos nacionalistas populares y varios católicos en tránsito hacia el peronismo revolucionario, que terminarían iniciando una creciente oposición ideológica a la política del gobierno alimentada por ideas hasta entonces inexistentes en los ámbitos académicos. A la Doctrina de la Seguridad Nacional que implementaba la dictadura, desde las universidades se empezó a responder con la Teoría de la Dependencia expresada políticamente por docentes y estudiantes que se proponían operar efectivamente, desde el peronismo unos y desde el marxismo otros, por un cambio revolucionario en estrecho contacto con las masas populares.
De este modo nacieron las llamadas Cátedras Nacionales, lideradas entre otros por el economista Gonzalo Cárdenas y el sacerdote Justino O’Farrell, en las que militaban Roberto Carri y Horacio González, vinculados a JAEN[9], Ernesto Villanueva, cercano a las FAP[10], Alcira Argumedo, Jorge Carpio, Fernando Álvarez del Movimiento Revolucionario Peronista y, en un plano bastante menor por su edad, su hermano Chacho que había militado antes en JAEN. Guillermo Gutiérrez inició la publicación de Antropología del Tercer Mundo y bajo la dirección de Arturo Armada nació la revista Envido, que se convertiría en un clásico de los peronistas revolucionarios.
En el campo estudiantil, el tránsito hacia la línea nacional y popular arrastró a sectores de los más diversos orígenes. El FAU, agrupación marxista-leninista conducida por Roberto Pajarito Grabois se acercó al peronismo, tomando el nombre de Frente Estudiantil Nacional, con un componente marcadamente combativo, que luego se moderaría, llegando a confrontar años después con los partidarios de la lucha armada[11]. Su líder provenía del socialismo de vanguardia y en 1964 había llegado a expresar en una arenga un “¡Muera el Ejército Argentino!”
“Entonces, además de Trotsky, Lenin, Sartre o Fanon, algunos militantes del FEN empezaron a leer a Scalabrini Ortiz, a Hernández Arregui, los “pensadores nacionales”. Horacio González escribió un panfleto titulado El peronismo, vigencia y contradicción. “La idea era que su vigencia entre los trabajadores acercaba a los estudiantes revolucionarios al peronismo, pero sus contradicciones les impedían integrarse directamente en él. La salida no estaba clara: algunos sostenían que había que ‘desperonizar’ a los obreros para hacerlos más revolucionarios; otros, que eso era pura soberbia y que había que seguirlos en su opción política. La discusión tensaba las filas del FEN.”[12]
Desde sectores cristianos y nacionalistas se produjeron otras incorporaciones, como la de JAEN, definido claramente como peronista entre 1967 y 1969, el Integralismo de Córdoba, liderado por Carlos Guido Freytes y Juan Cateula, que aportaba social cristianos y nacionalistas, el Ateneo de Santa Fe, que rompía con los católicos tradicionales, la UNE de la universidad del nordeste y la Unión de Estudiantes Nacionales que conducía Julio Bárbaro.[13] Este destacaba la condición nacional y popular de los nuevos peronistas, señalando sus diferencias con los marxistas, cuyo intelectualismo los alejaría del pueblo de carne y hueso: “Para la muchachada que hoy sale a la calle, sus padres históricos son el federalismo, el yrigoyenismo y el peronismo. Nos importan un bledo Marcuse y Marx. Sólo el pueblo es el eje histórico de la emancipación.”[14] Para Gillespie, “por supuesto, los verdaderos padres de la mayoría de ellos eran antiperonistas, o no peronistas.”[15]
Para Grabois, los cambios que se estaban produciendo en los claustros representaban un fenómeno que los excedía. En declaraciones a la revista Panorama, citadas por el historiador inglés, decía: “El movimiento no debe agotarse en la Universidad, porque el eje unificador de la lucha son los obreros. A largo plazo, con un frente unido obrero-estudiantil, se gestará un nuevo tipo de poder en la Argentina: el socialismo nacional, que sólo podrá llegar al poder por la violencia.”[16]
En agosto de 1967 una antes inimaginable Federación de Agrupaciones Nacionales de Estudiantes Peronistas (FANDEP), en la que estaban representados grupo del Chaco, Corrientes, Santa Fe, Córdoba, La Plata, Rosario y Buenos Aires se pronunció reconociendo que “la clase obrera es la columna vertebral de la lucha inevitablemente violenta y revolucionaria por la liberación nacional argentina. Contra el enemigo nacional y de toda A. Latina, el imperialismo yanqui y las oligarquías nativas.”[17]
Notas
[1] Docentes y egresados de la universidad posterior a 1955 se encargaron de cultivar los mitos sobre la chatura de la universidad peronista, que tuvo rectores de la talla de Jorge Taiana, y el presunto brillo de la del período ´55/´66. Los docentes anteriores al gobierno de Aramburu fueron calificados como flor de ceibo, en alusión a la marca de ciertos productos de fabricación nacional, de bajo precio y supuesta baja calidad que se vendían en la época peronista. Inspirándose en el rector José Luis Romero, Arturo Jauretche llamaría flor de romero a los docentes democráticos y calificados que llegaron con las bayonetas de la Libertadora.
[2] Gillespie, Richard, Soldados de Perón, pag. 95.
[3] El grado de irrealidad que adquirió el debate se expresa por las consignas de los manifestantes de la época cuando, en ingenuos pareados, condenaban a destinos eclesiásticos a funcionarios que al mismo tiempo los militares veían como rojos: "Salonia, Frigerio, derecho al monasterio".
[4] El 2 de diciembre de 1965, Perón había intentado regresar. Su avión fue detenido por la dictadura brasileña a pedido del canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz, que había participado del heroico bombardeo a la indefensa Plaza de Mayo en junio de 1955. Los intereses de Washington estuvieron representados por algún oficial de uniforme brasileño que hablaba con acento de Chicago. La versión fue difundida por el ingeniero Iturbe, entonces delegado del General y miembro de la Comisión Retorno. Joseph Page lo desmiente. De todos modos, la aquiescencia del gobierno norteamericano no necesita probarse por la presencia de algún uniformado de ese país en el operativo.
[5] En Baschetti, Roberto, Documentos…, pag. 165.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9]Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional. Era la agrupación, pequeña aunque muy activa, que lideraba el ex tacuarista Rodolfo Galimberti.
[10] Surgidas de la juventud peronista que lideraba Envar El Kadri, intentaron llevar adelante una acción guerrillera en Taco Ralo, Tucumán. Fueron desbaratados en septiembre de 1968 y llevados a prisión con Cacho El Kadri a la cabeza. Serían indultados en mayo de 1973.
[11] Anguita, Eduardo y Caparrós, Martín, La Voluntad , tomo I, pag. 252.
[12] Ibídem, pag. 252
[13] Perdía, Roberto Cirilo, La otra historia, pag. 61.
[14] Gillespie, Richard, Soldados de Perón, pag. 96.
[15] Ibídem, nota 55.
[16] Ibídem, pag. 95.
[17] En Hernández Arregui, Juan José, La formación de la conciencia nacional, pag. 520.
Entre 1955 y 1966, durante el período que los egresados de entonces reivindican como la época de gloria de la universidad, estudiantes y docentes desarraigaron toda muestra de peronismo, con la misma fuerza con que se lo trataba de erradicar del mundo exterior a través del decreto/ley 4161, de la proscripción y los fusilamientos. Esto llevó a los escasos simpatizantes justicialistas a alinearse en agrupaciones identificadas con el nacionalismo tradicional, como el Sindicato Universitario de Derecho, o en la casi inexistente Confederación General Universitaria. En junio de 1962, ésta junto con integrantes de la juventud peronista se enfrentó violentamente con sus opositores en un homenaje a los fusilados de 1956. En el incidente participaron los militantes de la Asociación Nacional de Estudiantes de Derecho, algunos de cuyos miembros integrarían más adelante la guerrilla de las Fuerzas Armadas Peronistas.
A fines de 1962 la CGU adoptó el nombre de Juventud Universitaria Peronista, y dos años después dio a conocer un comunicado en que se criticaba la “Universidad Liberal, oligárquica y cipaya, (a la que se enfrentaría con) una combativa presencia peronista, es decir, nacional, y revolucionaria. El sentido de esa presencia ha sido la necesidad de ligar concretamente la lucha estudiantil con la lucha del pueblo trabajador de la patria.”[2] La agrupación tenía presencia en cinco facultades, aunque seguía siendo extremadamente minoritaria.
El fracaso del desarrollismo democrático ensayado entre 1958 y 1962 fue un duro golpe para la comunidad universitaria. La “traición” del frondicismo no sólo pasaba por su sumisión al capitalismo norteamericano, sino que se sumaba a Washington en el aislamiento de Cuba y, tal vez lo peor, autorizaba el funcionamiento de las universidades privadas, en general confesionales, y el subsidio a los colegios católicos, lo que los hacía ver al presidente, vestido de púrpura y con capelo cardenalicio, en plan de destruir la educación laica y obligatoria creada por Sarmiento.[3]
El 4 de diciembre de 1964, John William Cooke pronunció una conferencia dirigida a los universitarios cordobeses. En ella trataba el frustrado intento de retorno de dos días antes[4]. Pero también se ocupaba del problema de la universidad y del estudiantado frente al problema nacional, y afirmaba: “no admitimos que el estudiantado constituya una entidad siempre igual a si misma., en que los errores de unos recaigan sobre otros y las rectificaciones de una generación beneficien a otras generaciones. Hay razones que explican las diversas posiciones del estudiantado… el peronismo aspira a ser comprendido por la masa estudiantil; pero al mismo tiempo, necesita avanzar mucho en el conocimiento de sí mismo…”[5]
“La cultura popular”, decía más adelante, “será imposible mientras impere el capitalismo; y la teoría revolucionaria es una creación en que se funden los esfuerzos de los intelectuales revolucionarios y los sacrificios y penurias de las masas trabajadoras. El intelectual revolucionario es aquel que no concibe la cultura como un fin en sí mismo, sino como una ventaja que un régimen injusto pone al alcance de unos pocos.”[6]
Algunos peronistas creían que “dado que el Peronismo es la organización política de la clase trabajadora, no son revolucionarios los intelectuales que no se integran a sus filas.” Cooke discrepaba “con ese punto de vista. La exactitud de la primera parte de la proposición no implica necesariamente una conclusión terminante. Lo que no puede existir es un revolucionario que sea antiperonista.”[7] El antiperonismo había existido en las izquierdas tradicionales y en sus representantes intelectuales. “Esos universitarios de la izquierda teórica y nuestros dirigentes de derecha tienen la misma valoración del Peronismo…el instinto de conservación de la oligarquía argentina es mejor guía para caracterizarnos. A diferencia del juicio intelectualista de unos y de la estrechez mental de otros, el régimen no juzga al Peronismo por las posturas conciliadoras de su capa de voceros burgueses y reaccionarios, sino por lo que es realmente;: una amenaza real a sus privilegios, una expresión revolucionaria concreta.” De ahí que desde el peronismo “llamamos a todos, a los que quieran formar en las filas peronistas y a los que no deseen hacerlo, pero se sientan identificados con nuestros propósitos.
La acción revolucionaria no rechaza a nadie… No teme a la capacidad de los grupos intelectuales sino que los llama porque necesita de todos los esfuerzos.”[8] En el lustro siguiente, muchos responderían a ese llamado.
La Noche de los Bastones Largos, en que la policía se adueñó de las facultades de la Universidad de Buenos Aires fue un punto de inflexión. Las “hordas marxistas” que la febril imaginación del Onganiato creía ver atrincheradas en los edificios universitarios fueron apaleadas por la Federal sin otra resistencia que las protestas por lo arbitrario del procedimiento, y a las pocas horas la paz reinaba en los claustros.
Sin embargo, tras un período de tranquilidad las universidades empezaron a vivir experiencias inéditas. Siguiendo el reparto clásico de las dictaduras militares argentinas, la de Onganía repitió el esquema según el cual la economía quedaba en manos de representantes del establishment, mientras católicos más o menos preconciliares y nacionalistas más o menos fascistoides se entretenían en el ministerio del Interior con ensayos corporativistas nunca llevados a la práctica y desplazaban a liberales y “marxistas” del control de la educación.
La expulsión y el exilio de docentes democráticos y socialdemócratas dejó espacio para que -entre los profesores fieles a la Revolución Argentina que los reemplazaron- se filtraran algunos nacionalistas populares y varios católicos en tránsito hacia el peronismo revolucionario, que terminarían iniciando una creciente oposición ideológica a la política del gobierno alimentada por ideas hasta entonces inexistentes en los ámbitos académicos. A la Doctrina de la Seguridad Nacional que implementaba la dictadura, desde las universidades se empezó a responder con la Teoría de la Dependencia expresada políticamente por docentes y estudiantes que se proponían operar efectivamente, desde el peronismo unos y desde el marxismo otros, por un cambio revolucionario en estrecho contacto con las masas populares.
De este modo nacieron las llamadas Cátedras Nacionales, lideradas entre otros por el economista Gonzalo Cárdenas y el sacerdote Justino O’Farrell, en las que militaban Roberto Carri y Horacio González, vinculados a JAEN[9], Ernesto Villanueva, cercano a las FAP[10], Alcira Argumedo, Jorge Carpio, Fernando Álvarez del Movimiento Revolucionario Peronista y, en un plano bastante menor por su edad, su hermano Chacho que había militado antes en JAEN. Guillermo Gutiérrez inició la publicación de Antropología del Tercer Mundo y bajo la dirección de Arturo Armada nació la revista Envido, que se convertiría en un clásico de los peronistas revolucionarios.
En el campo estudiantil, el tránsito hacia la línea nacional y popular arrastró a sectores de los más diversos orígenes. El FAU, agrupación marxista-leninista conducida por Roberto Pajarito Grabois se acercó al peronismo, tomando el nombre de Frente Estudiantil Nacional, con un componente marcadamente combativo, que luego se moderaría, llegando a confrontar años después con los partidarios de la lucha armada[11]. Su líder provenía del socialismo de vanguardia y en 1964 había llegado a expresar en una arenga un “¡Muera el Ejército Argentino!”
“Entonces, además de Trotsky, Lenin, Sartre o Fanon, algunos militantes del FEN empezaron a leer a Scalabrini Ortiz, a Hernández Arregui, los “pensadores nacionales”. Horacio González escribió un panfleto titulado El peronismo, vigencia y contradicción. “La idea era que su vigencia entre los trabajadores acercaba a los estudiantes revolucionarios al peronismo, pero sus contradicciones les impedían integrarse directamente en él. La salida no estaba clara: algunos sostenían que había que ‘desperonizar’ a los obreros para hacerlos más revolucionarios; otros, que eso era pura soberbia y que había que seguirlos en su opción política. La discusión tensaba las filas del FEN.”[12]
Desde sectores cristianos y nacionalistas se produjeron otras incorporaciones, como la de JAEN, definido claramente como peronista entre 1967 y 1969, el Integralismo de Córdoba, liderado por Carlos Guido Freytes y Juan Cateula, que aportaba social cristianos y nacionalistas, el Ateneo de Santa Fe, que rompía con los católicos tradicionales, la UNE de la universidad del nordeste y la Unión de Estudiantes Nacionales que conducía Julio Bárbaro.[13] Este destacaba la condición nacional y popular de los nuevos peronistas, señalando sus diferencias con los marxistas, cuyo intelectualismo los alejaría del pueblo de carne y hueso: “Para la muchachada que hoy sale a la calle, sus padres históricos son el federalismo, el yrigoyenismo y el peronismo. Nos importan un bledo Marcuse y Marx. Sólo el pueblo es el eje histórico de la emancipación.”[14] Para Gillespie, “por supuesto, los verdaderos padres de la mayoría de ellos eran antiperonistas, o no peronistas.”[15]
Para Grabois, los cambios que se estaban produciendo en los claustros representaban un fenómeno que los excedía. En declaraciones a la revista Panorama, citadas por el historiador inglés, decía: “El movimiento no debe agotarse en la Universidad, porque el eje unificador de la lucha son los obreros. A largo plazo, con un frente unido obrero-estudiantil, se gestará un nuevo tipo de poder en la Argentina: el socialismo nacional, que sólo podrá llegar al poder por la violencia.”[16]
En agosto de 1967 una antes inimaginable Federación de Agrupaciones Nacionales de Estudiantes Peronistas (FANDEP), en la que estaban representados grupo del Chaco, Corrientes, Santa Fe, Córdoba, La Plata, Rosario y Buenos Aires se pronunció reconociendo que “la clase obrera es la columna vertebral de la lucha inevitablemente violenta y revolucionaria por la liberación nacional argentina. Contra el enemigo nacional y de toda A. Latina, el imperialismo yanqui y las oligarquías nativas.”[17]
Notas
[1] Docentes y egresados de la universidad posterior a 1955 se encargaron de cultivar los mitos sobre la chatura de la universidad peronista, que tuvo rectores de la talla de Jorge Taiana, y el presunto brillo de la del período ´55/´66. Los docentes anteriores al gobierno de Aramburu fueron calificados como flor de ceibo, en alusión a la marca de ciertos productos de fabricación nacional, de bajo precio y supuesta baja calidad que se vendían en la época peronista. Inspirándose en el rector José Luis Romero, Arturo Jauretche llamaría flor de romero a los docentes democráticos y calificados que llegaron con las bayonetas de la Libertadora.
[2] Gillespie, Richard, Soldados de Perón, pag. 95.
[3] El grado de irrealidad que adquirió el debate se expresa por las consignas de los manifestantes de la época cuando, en ingenuos pareados, condenaban a destinos eclesiásticos a funcionarios que al mismo tiempo los militares veían como rojos: "Salonia, Frigerio, derecho al monasterio".
[4] El 2 de diciembre de 1965, Perón había intentado regresar. Su avión fue detenido por la dictadura brasileña a pedido del canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz, que había participado del heroico bombardeo a la indefensa Plaza de Mayo en junio de 1955. Los intereses de Washington estuvieron representados por algún oficial de uniforme brasileño que hablaba con acento de Chicago. La versión fue difundida por el ingeniero Iturbe, entonces delegado del General y miembro de la Comisión Retorno. Joseph Page lo desmiente. De todos modos, la aquiescencia del gobierno norteamericano no necesita probarse por la presencia de algún uniformado de ese país en el operativo.
[5] En Baschetti, Roberto, Documentos…, pag. 165.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9]Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional. Era la agrupación, pequeña aunque muy activa, que lideraba el ex tacuarista Rodolfo Galimberti.
[10] Surgidas de la juventud peronista que lideraba Envar El Kadri, intentaron llevar adelante una acción guerrillera en Taco Ralo, Tucumán. Fueron desbaratados en septiembre de 1968 y llevados a prisión con Cacho El Kadri a la cabeza. Serían indultados en mayo de 1973.
[11] Anguita, Eduardo y Caparrós, Martín, La Voluntad , tomo I, pag. 252.
[12] Ibídem, pag. 252
[13] Perdía, Roberto Cirilo, La otra historia, pag. 61.
[14] Gillespie, Richard, Soldados de Perón, pag. 96.
[15] Ibídem, nota 55.
[16] Ibídem, pag. 95.
[17] En Hernández Arregui, Juan José, La formación de la conciencia nacional, pag. 520.
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