Salvo un pequeño intervalo y aun con la Reforma de 1918 (movimiento de rebeldía de una generación y de la naciente clase media que puso en evidencia el carácter elitista de la estructura educativa e intento renovar la anquilosada docencia y “extender” la acción hacia otros sectores de la sociedad) la Universidad se mantuvo durante todo el siglo XX alejada de los problemas nacionales, reproduciendo a través de la mayoría de sus egresados las lógicas del liberalismo.
Esto se acentuó en la década del 90 cuando el radicalismo universitario se adueñó totalmente de las estructuras de gobierno y contribuyó con su silencio cómplice a la degradación de la institución, que se convirtió en un apéndice del mercado y terreno para el más grosero clientelismo. Todo esto mientras miraba hacia otro lado cuando el país se vaciaba y el neoliberalismo se adueñaba de las estructuras de pensamiento.
A partir de las jornadas del 19 y 20 de diciembre y de las políticas emancipatorias desarrolladas por el actual Gobierno Nacional se abre un nuevo horizonte que permite pensar a la Universidad como una institución activa, que promueva conocimientos para una sociedad que profundiza sus procesos de soberanía cultural y recuperando el sentido social del saber.
Así es como podemos interpretar las palabras recientes del Presidente Chávez en Paraguay: “hay que derrumbar los muros de las universidades”; es decir, revertir una enseñanza que se dirige a la construcción de elites corporativas, para recrear un ámbito donde se discutan problemas de real importancia y que exigen una palabra dada desde una Universidad que sea capaz de ofrecer soluciones creadoras que importen al país y al pueblo.
El desafío para la Universidad es hoy salir de sus disputas internas por los sillones de mando, de la respuesta a las estructuras de las profesiones tal como las perfila el mercado empresarial y es en este sentido que debemos pensar en una Universidad diferente, que sea capaz de relacionarse con las organizaciones sociales -que también son hoy diferentes a las que conocimos en otras épocas- a partir de una practica que no sustituya la capacidad instituyente de los integrantes de una organización por la acción de pequeños grupos militantes.
O sea, promover una ligazón que no solamente permita la transferencia de conocimientos sino que construya un compromiso vital entre la acción técnica y la vida cotidiana de la población mas necesitada.
Esto se acentuó en la década del 90 cuando el radicalismo universitario se adueñó totalmente de las estructuras de gobierno y contribuyó con su silencio cómplice a la degradación de la institución, que se convirtió en un apéndice del mercado y terreno para el más grosero clientelismo. Todo esto mientras miraba hacia otro lado cuando el país se vaciaba y el neoliberalismo se adueñaba de las estructuras de pensamiento.
A partir de las jornadas del 19 y 20 de diciembre y de las políticas emancipatorias desarrolladas por el actual Gobierno Nacional se abre un nuevo horizonte que permite pensar a la Universidad como una institución activa, que promueva conocimientos para una sociedad que profundiza sus procesos de soberanía cultural y recuperando el sentido social del saber.
Así es como podemos interpretar las palabras recientes del Presidente Chávez en Paraguay: “hay que derrumbar los muros de las universidades”; es decir, revertir una enseñanza que se dirige a la construcción de elites corporativas, para recrear un ámbito donde se discutan problemas de real importancia y que exigen una palabra dada desde una Universidad que sea capaz de ofrecer soluciones creadoras que importen al país y al pueblo.
El desafío para la Universidad es hoy salir de sus disputas internas por los sillones de mando, de la respuesta a las estructuras de las profesiones tal como las perfila el mercado empresarial y es en este sentido que debemos pensar en una Universidad diferente, que sea capaz de relacionarse con las organizaciones sociales -que también son hoy diferentes a las que conocimos en otras épocas- a partir de una practica que no sustituya la capacidad instituyente de los integrantes de una organización por la acción de pequeños grupos militantes.
O sea, promover una ligazón que no solamente permita la transferencia de conocimientos sino que construya un compromiso vital entre la acción técnica y la vida cotidiana de la población mas necesitada.
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